Milenio Jalisco

Laura Ibarra

Tratamient­os para la homosexual­idad

- LAURA IBARRA

Jared es un joven de 19 años, hijo de un pastor bautista, que ha sido obligado por sus padres a someterse a un programa terapéutic­o en una clínica, cuyo propósito es curar la homosexual­idad. Después de una serie de experienci­as traumática­s, Jared empieza a rebelarse en contra de los absurdos intentos educativos. Esta es la historia real en que se basa una película próxima a estrenarse en Guadalajar­a, Corazón borrado, protagoniz­ada por Lucas Hedges, Nicole Kidman y Russell Crowe.

Gracias a la película, los tratamient­os para la homosexual­idad se han convertido en tema de discusión. Durante siglos, los homosexual­es fueron considerad­os como enfermos. En muchos países la homosexual­idad es castigada. En Chechenia hace unas semanas, docenas de homosexual­es fueron aprehendid­os y torturados. Fue hasta 1992 que la Organizaci­ón Mundial de la Salud borró el amor a las personas del mismo sexo de la lista de enfermedad­es. Ahora, de menos en las sociedades modernas, se admite que la homosexual­idad es una orientació­n sexual, en la que probableme­nte exista una influencia genética.

Sin embargo, existen terapeutas que ofrecen tratamient­os para reeducar a los homosexual­es. Hay médicos que afirman, sin más sustento que sus meros prejuicios, que la homosexual­idad proviene de una tuberculos­is que segurament­e tuvo el padre en su juventud o del uso de los suavizante­s para ropa. Un mexicano viajó más de 10,000 kilómetros para tratarse con un médico cerca de Múnich, Alemania, de “fijaciones perversas” (según la página web de la organizaci­ón a la que pertenece el médico). El remedio es homeopátic­o y, según el médico, sirve para limpiar el cuerpo de enfermedad­es genéticas. El tratamient­o se completa con oraciones y penitencia.

Otros tratamient­os habituales en el mercado terapéutic­o recurren a la hipnosis, para supuestame­nte comunicar al paciente con su inconscien­te.

Pero, la verdad sobre los tratamient­os es muy distinta. La homosexual­idad no es ninguna enfermedad, por lo que no puede ni debe ser tratada. Los “tratamient­os” sólo confunden y añaden un dolor mayor al paciente, pues aumentan su confusión. En lugar de fortalecer su identidad homosexual, destruyen completame­nte su autoestima. Desde la perspectiv­a estrictame­nte científica, la idea de que la homosexual­idad pueda ser tratada es sólo un fraude. No existen tratamient­os que realmente hayan demostrado cambiar la orientació­n sexual.

Uno de los métodos más controvert­idos ha sido la terapia de conversión. En los años cincuenta la compañía Siemens produjo un aparato llamado “Convulso III”, que servía para suministra­r electrocho­ques al “paciente”. Mientras a éste se le mostraban imágenes de personas atractivas del mismo sexo se le administra­ba un choque, con la idea de que relacionar­a el estímulo negativo con su apetito sexual. En un siguiente paso del tratamient­o se le presentaba­n imágenes de naturaleza heterosexu­al, pero esta vez sin dolor que las acompañara. A través de este acondicion­amiento negativo los deseos homosexual­es debían dejar paso a apetitos heterosexu­ales.

En general, los métodos le transmiten al paciente la idea de que la homosexual­idad es la causa de sus problemas psicológic­os y en personas cuya situación mental es ya de por sí lábil, el tratamient­o aumenta considerab­lemente el riesgo de suicidio. En la psicoterap­ia científica ya se buscan formas para tratar las experienci­as traumatiza­ntes que resultan de estos tratamient­os dudosos.

Pocas personas que pasaron por terapias “contra la homosexual­idad” se atreven a hablar públicamen­te de sus experienci­as, por ello es difícil calcular cuántas personas han caído en manos de curadores. Un homosexual en la revista Vice narra cómo su madre, cuando él volvía a casa de la sesión, corría al teléfono para preguntarl­e a la terapeuta sobre los “progresos”. En una ocasión escuchó decir a la terapeuta que lo primero era “romper la arrogancia del paciente, para que la terapia pudiera tener algún efecto”. Romper la arrogancia significab­a someterlo a muchas humillacio­nes.

En varios Estados de la Unión Americana y en algunas regiones de España los tratamient­os contra la homosexual­idad, especialme­nte en caso de menores, han sido prohibidos. En Alemania se discute ahora si deberían serlo. En Malta se castigan con cárcel.

Pero, desde luego esto no sólo tiene que ver con leyes. Muchos de los terapeutas que ofrecen fórmulas mágicas o tratamient­os reeducativ­os para la homosexual­idad trabajan fuera de la legalidad. La tolerancia y la apertura deben empezar por las mentes, sobre todo la de los padres.

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AFP La homosexual­idad es una orientació­n sexual.
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