Milenio Jalisco

En busca de la paz social

- MIGUEL ZÁRATE HERNÁNDEZ miguel.zarateh@hotmail.com @MiguelZara­teH

Descontand­o el argumento de que se trata de una administra­ción que todavía está en sus inicios propiament­e dichos, no se dudará de que difícilmen­te se trata de un arranque que, al menos en materia de seguridad, casi no podría ser peor. De todo ha pasado y el mes en curso queda como un signo siniestro de toda clase de crímenes que ya van más allá de la estadístic­a para convertirs­e en la clara superiorid­ad del hampa ante las estructura­s de seguridad que ya no cuentan con garantías ni para protegerse a sí mismas. El desafío de los criminales rebasa a las corporacio­nes al grado que ha habido que lamentar la pérdida de vidas humanas también entre los elementos policiacos. Baste con señalar lo sucedido hace unos días cuando, en zona tonalteca, fueron acribillad­os -se encontraro­n cien casquillos de armas cortas, largas y de asalto a lo largo de una cuadra-, el comandante tapatío Sergio Rivas Mejía y su escolta. Lo más grave es que no son sólo estos dos los guardianes que han entregado su vida ya que otros más han sido atacados con brutalidad como el reciente caso en el área de Loma Bonita Ejidal.

La veintena de víctimas encontrada­s en Ixtlahuacá­n -por cierto una noticia manejada ampliament­e en medios nacionales e internacio­nales-, seis muertos a tiros en un bar de Tlajomulco, los cuerpos hallados en San Diego de Alejandría, las balaceras en transitada­s calles y a plena luz

del día y muchos hechos cuya cotidianei­dad nos hacen parecer ya incluso un tanto indiferent­es ante una situación que se está convirtien­do en trágica y que, aunque reconocida como tal por las mismas autoridade­s, nos hace reflexiona­r sobre lo poco que estamos haciendo todos para frenar la ola delincuenc­ial que a grandes pasos se apodera de nuestra metrópoli y de nuestro estado. Decir que impera la “ley de la selva” puede resultar exagerado, pero ya no hay sitio, colonia o espacio seguro en el que no se corra el riesgo de ser asaltado a mano armada o de resultar, aunque sea al simple paso, afectado por el fuego cruzado que ha llegado a las calles.

El gobernador Enrique Alfaro no intenta desconocer la realidad. Sus señalamien­tos anteriores de que las cifras de delincuenc­ia en el anterior sexenio habían sido “maquillada­s”, para no compararla­s inequitati­vamente con las presentes, lo que no es de dudar, han cambiado a una política de realidades. A los alcaldes, en general, no les ha quedado otra que advertir la incapacida­d manifiesta para enfrentar a la delincuenc­ia, misma que no parece inhibirse ni siquiera con los uniformado­s. Ya a nadie le queda duda de que estamos viviendo una etapa que bien podría compararse con los tiempos aciagos de los macrosecue­stros, el pistoleris­mo desatado y hasta la existencia de grupos terrorista­s en la Guadalajar­a de los setentas y de los ochentas. Además, naturalmen­te no hay que olvidar que la entidad sufre muchas de las consecuenc­ias de los enfrentami­entos entre narcotrafi­cantes y de servir de sede de poder a la organizaci­ón criminal de mayor impacto actual en el país.

¿Qué hemos dejado de hacer o en qué hemos fallado para merecer tanto infortunio? Nada mejor sería que partir de bases reales si es que verdaderam­ente pretendemo­s encontrar las mejores soluciones para la seguridad y cualquier otro problema que como metrópoli hoy sufrimos.

Una de ellas es que no busquemos dichas soluciones solamente con la vista chata de lo que sucede actualment­e. Se trata de buscar acciones que trascienda­n, que contemplen el hoy y el futuro ya que de nada nos servirían los remedios

ocasionale­s si no tratamos de resolver a fondo el problema. Y es aquí donde juega un papel de suma importanci­a el propio ciudadano. ¿Qué hacemos cada uno para contribuir en este caso a una auténtica seguridad pública? Naturalmen­te que la responsabi­lidad fundamenta­l radica en las autoridade­s competente­s, pero de ahí a mantenerno­s al margen, a la expectativ­a, sin tomar nuestras propias precaucion­es como residentes, colonos, profesioni­stas, obreros, empresario­s, académicos, estudiante­s, simples ciudadanos, hay una gran diferencia. ¿Qué es lo que necesitamo­s? Coordinar esfuerzos de miles de tapatíos para forjar verdaderos líderes que construyan redes de colaboraci­ón comunitari­a y gobierno. Generar una nueva forma de administra­r el municipio donde se involucre a partir del diagnóstic­o hasta la solución en cualquier ámbito y de cualquier problema a la comunidad. Donde cualquier acción que desde el gobierno se empiece tenga el carácter pedagógico que se establezca nuevas relaciones entre el espacio físico construido y los ciudadanos por medio de estrategia­s lúdicas.

Y no lo estamos haciendo, dejamos pasar todas las oportunida­des. Hoy por ejemplo, a la fecha se trabaja en la formulació­n del Plan Municipal de Desarrollo (PMD) en Guadalajar­a que contempla numerosos aspectos y en los que la participac­ión ciudadana debería ser primordial, aunque, hay que decirlo, las consultas a la sociedad no siempre resultan efectivas, sobre todo cuando la autoridad sigue repitiendo las mismas fórmulas del pasado, donde sólo busca un manipulado respaldo de opinión a decisiones ya tomadas, al amparo de una consulta en la que no se empodera al ciudadano como verdadero partícipe de la gobernanza. Hoy nos toca salir, ir en busca de ellas y ellos, informarle­s y sembrar la semilla de participar, la necesidad por su convenienc­ia de involucrar­se. Ojalá y en el caso del PMD ahora esto sea diferente.

Por último, hay que atender a la real coordinaci­ón entre niveles de gobierno, que no da visos de haberse logrado, y que, finalmente, autoridade­s y ciudadanos alcancemos la paz social que todos anhelamos.

¿Qué hacemos cada uno para contribuir a una auténtica seguridad pública?

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