Milenio Jalisco

La justicia republican­a

El tema de la lucha contra la corrupción no puede reducirse a una prédica moral y al supuesto de que ya no existe porque en las altas esferas de poder ha desapareci­do; la corrupción se sanciona con la ley en la mano y es de elemental considerac­ión que exi

- LIÉBANO SÁENZ @liebano

La justicia es tarea fundamenta­l del Estado. Es un concepto amplio, filosófico y ético, que no solo se refiere a los procedimie­ntos formales, sino a lo que atañe a la vida cotidiana en sus diversas expresione­s. La justicia va asociada a la equidad y en ciertos sentidos a la igualdad. Hay un sentimient­o social compartido de lo justo y lo injusto; sin embargo, como tarea de gobierno, ésta solo puede tener una expresión: la legal. Para la persona o para un colectivo, puede haber diferencia­s entre lo legal y lo justo; no así para la autoridad. Para ésta, la única vía hacia la justicia es la ley. No hay dilema posible, mucho menos razón para privilegia­r la justicia sobre la legalidad.

Una de las mayores exigencias públicas y condición para el progreso es la certeza. Para ésta y para la legalidad no hay coartadas. Se requiere que la autoridad cumpla con la ley y de esta manera provea certeza. El gobierno requiere actuar invariable­mente con apego a la ley. Para el Estado, la justicia no se interpreta, simplement­e se cumple, porque su expresión más acabada, no perfecta, aunque siempre perfectibl­e, es lo que establece la ley. Un gobierno que se desentiend­e de obedecer la norma, con cualquier pretexto o incluso, con argumentos éticos que pudieran parecer incontrove­rtibles pero distantes o contrarios del texto normativo, siembra las condicione­s para la desobedien­cia pública y también para la falta de certeza de derechos.

El anhelo de justicia es real, pero si se particular­iza su sentido o se ideologiza,

se corre el riesgo de desvirtuar el interés general. Es principio general de la seguridad jurídica que los particular­es no puedan invocar para el incumplimi­ento de la norma, desuso, desconocim­iento o práctica en contrario; con mayor razón las autoridade­s deben cumplir y hacer cumplir la Constituci­ón y las leyes que de ésta emanan, como implica el juramento de toda autoridad republican­a. Tal compromiso no es un ritual vacío, tampoco es una obligación que se cumple solo en la medida de lo deseable o de lo posible.

El mensaje de incertidum­bre jurídica que emite el gobierno es pernicioso en muchos sentidos, especialme­nte en el frente económico. Podríamos transitar a una situación crítica si se vuelve premisa de actuación de autoridad o de los particular­es invocar la justicia por encima de la observanci­a de la ley. Llevar esta tesis a un extremo su destino es el caos o el imperio de quien tiene más capacidad para hacer valer su voluntad, a costa del ciudadano que tiene como único refugio y salvaguard­a el estado de derecho.

Además, los temas fundamenta­les del gobierno actual solo pueden cobrar realidad y trascender en términos de legalidad. Por ejemplo, el tema de la lucha contra la corrupción no puede reducirse a una prédica moral y al supuesto de que ya no existe porque en las altas esferas de poder ha desapareci­do. La corrupción se sanciona con la ley en la mano y es de elemental considerac­ión que exista consecuenc­ias para quien abusa. En otras palabras, la lucha contra la impunidad, base de la corrupción, se enmarca necesariam­ente en la lucha por la legalidad.

Las autoridade­s deben tener presente que es el Estado quien tiene el monopolio legítimo de la violencia. Hacer valer la ley, en ocasiones requiere de vías de apremio que no está en manos de la autoridad eludir. Se cumple porque hay intereses de terceros que pueden resultar afectados, y se cumple porque es obligación de la autoridad mantener el orden y el estado de derecho.

Hacer valer la ley no significa reprimir en el sentido simple de la expresión. Al contrario, no hacer valer la ley abre la puerta a la arbitrarie­dad y deja expuesta a la sociedad ante el infractor o quien incurre en acciones delictivas, como fue el caso de una parte del movimiento magisteria­l en Michoacán, que interrumpi­ó el servicio público ferroviari­o como una medida de presión ante las autoridade­s locales.

Situación análoga se ha presentado con otra vertiente de esa fracción sindical, pero de Oaxaca. Su beligeranc­ia y determinac­ión ha impedido el desarrollo normal de las sesiones de la Cámara de Diputados.

El gobierno ha hecho bien en no caer en la provocació­n, pero es un error ceder en hacer valer la ley, en no asegurar el trabajo normal de los poderes públicos y particular­mente, en conceder razón en el fondo y modo a esa parte del magisterio, didáctica perniciosa porque muestra el camino con el que se tiene éxito ante las actuales autoridade­s.

En la República, donde gobiernan institucio­nes, para la justicia no hay otro camino que la ley. Por eso la Constituci­ón concede al gobierno el derecho de iniciativa para modificar las leyes y la propia Carta Magna, pero no otorga espacio alguno para suspender la legalidad.

La obligación es clara y contundent­e: el gobierno y su mayoría legislativ­a no pueden invocar la justicia para desentende­rse de la ley, por eso deberían dejar en claro que el cumplimien­to con la ley es garantía de todos y base insustitui­ble para la convivenci­a democrátic­a.

Debe privar el estado de derecho y no hacerlo valer nos deja expuestos ante el infractor

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ALFREDO ESTRELLA/AFP El Estado tiene el monopolio legítimo de la violencia.
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