La prudencia
La prudencia es una virtud por la cual la razón delibera, juzga y ordena (a uno mismo o a los demás) la conducta que hay que seguir en un caso particular para llegar a un fin determinado. La prudencia es una virtud de la razón práctica, la cual no es justa si no es arrastrada por una voluntad recta; interviene en todo acto de cualquier virtud para deliberar y juzgar sobre lo que es conforme a la razón y actuar según la recta razón.
Lo que forma la prudencia no es sólo el consejo, ni la determinación, sino el conjunto: consejo, juicio y aplicación de la acción. La prudencia es virtud de las iniciativas, de las responsabilidades, de las empresas generosas. Es la virtud por excelencia de los jefes (de los buenos jefes).
El populismo autoritario que pretende instaurar y el liderazgo profético con el que intenta ejercer el poder López Obrador ha creado enorme incertidumbre; la supuesta superioridad moral que presume denostando a adversarios y desdeñando a los que no piensan como él ha dividido al país y sus mentiras o alteración de los hechos muestran su falta de prudencia.
Ojalá que sus consejeros áulicos le leyeran lo que dice
Eberhard Welty en su libro Catecismo Social al hablar de la prudencia y justicia que debe tener en el ejercicio de la autoridad quien dirige a la comunidad.
Prudente es aquel que sabe mandar conforme a la realidad y la situación, y en armonía con las exigencias de la ley moral. El hombre prudente pondera y pesa, juzga y decide lo que corresponde hacer en tal momento y en tal situación; no se deja dominar ni seducir por razones de conveniencia y utilidad, sino que consulta y decide partiendo del bien y con vistas al bien.
Tiene siempre ante la vista que manda a hombres, con voluntad libre y responsabilidad personal; nunca olvida que toda acción humana, incluso la que se dirige al servicio común, debe ser buena, para que se pueda responder de ella.
La prudencia nada tiene que ver con la astucia y la picardía; la prudencia es la auténtica sabiduría de la vida, conseguida, o al menos desarrollada, comprobada y manifestada por una experiencia adecuada, lo que supone e implica que el hombre está interiormente inclinado a obedecer las normas de la virtud. El que es virtuoso posee un “sentido” para el bien y para las exigencias de la virtud, y una decidida voluntad a no dejarse dominar ni corromper el juicio por cosas e influencias que pueden desviarle del bien.
Para Welty la prudencia social recibe su medida y sus límites del bien común. Su misión consiste en descubrir y mandar lo oportuno para que la comunidad pueda desarrollarse de un modo satisfactorio y conseguir el fin y el rango que le corresponde, y como tiene que tratar no con cosas, sino con hombres, debe proceder con cautela y consideración, especialmente en los problemas y decisiones importantes.
Agrega, quien dirige una comunidad, debe considerar, por consiguiente, todo lo que Santo Tomás llama partes integrantes de la prudencia y que son: experiencia extensa y práctica; visión firme y permanente de los principios morales; pericia, cuidadoso examen del pro y el contra; deducción recta de las consecuencias a partir de los principios; ordenación prevenida de los medios al último fin; cautela, diligente consideración de todas las circunstancias, y atención puesta a que con el bien no se mezcle ningún mal o falso bien.
Quien posea y ejerza autoridad siempre debe tratar a sus súbditos de una forma digna: el poder de gobernar no necesita ni debe conducir al despotismo, al odio, a la amargura, al rencor, ni siquiera cuando se requiere un rigor inexorable.
Benjamín Franklin escribió “el hombre prudente no se vale jamás de la palabra para el sarcasmo ni para la difamación”, el odio y el rencor que despierta el presidente con sus arengas matutinas son una muestra más de su falta de prudencia.
Manuel Colmeiro dijo: “el objeto del poder es el bien, su medio el orden, su instrumento la ley, su esencia la justicia”.
Sorprende que López Obrador trate de imitar a Juárez ejerciendo el poder “al margen de la Constitución”, éste gobernó con facultades extraordinarias, él (no los diputados) era quien emitía las leyes aduciendo que con la Constitución no se podía gobernar (autoritariamente), por eso resulta mentiroso que el presidente sea tan reiterativo festinando el supuesto apego de Juárez a la ley sin explicar el desprecio que el benemérito sentía por el texto constitucional.
Para gobernar con apego a la Constitución el presidente debe recibir buenos consejos, obrar con buen juicio, decidir de manera ponderada examinando pros y contras, tomar decisiones acertadas y abstenerse de emitir ordenes absurdas anteponiendo sus intereses políticos a las razones jurídicas.
Sorprende que trate de imitar a Juárez ejerciendo el poder “al margen de la Constitución”