Desinformados e insultados
Q ue acribillen a 14 personas, que entre esas personas esté un niño de un año y que obliguen al resto de los comensales a ver las ejecuciones cuando entre ellos había otros cuantos niños es una aberración incluso en el muy aberrante contexto de la violencia mexicana. Por lo tanto, es una aberración, la de Minatitlán, que exigía que el Presidente interrumpiera sus –sin ironía– necesarias vacaciones y no tomara decisiones atrabancadas, como no hizo y bien está, pero sí que estuviera. Y no: 48 horas después, López Obrador no dio una conferencia de prensa, no lanzó un “mensaje a la nación”, no tuiteó unas palabras de consuelo. No estuvo. O estuvo, pero poco y mal. Tuiteó, como sabemos, lo de los conservadores como sepulcros blanqueados, y luego ese video con sones de fondo, a muchos metros del suelo veracruzano, en un balcón, hablando oootra vez de la Conquista.
Me sorprendió, como a muchos, su ausencia, no solo porque estar es una de las funciones más conocidas de cualquier líder –es de manualito–, sino porque hay pocos que lo hayan entendido tan bien como él. Nadie olvidará al insufrible Rudolph Giuliani en primera fila, entre los escombros de las Torres Gemelas, o, antes, a Churchill en Coventry, luego del bombardeo que arrasó con la ciudad. El liderazgo y la empatía son importantísimos en esos momentos. ¿Cómo pudo ausentarse sí el hombre que abraza a la mujer angustiada en un pueblo remoto, el que platica con el de los jugos, el que lo mismo le contesta a un campesino que se arreglará el problema del agua que a un huelguista que su gobierno mediará en el conflicto? Peor aun: ¿cómo pudo insultar en un momento como ese a quienes no comulgan con su causa?
Leo entre los partidarios de López Obrador reacciones que van del delirio de acusar a la mafia en el poder de los crímenes, una bajeza y una tontería si no tienes algún desorden psicótico, a la idea más atendible de que lo de Minatitlán desnudó la mezquindad de la oposición, su oportunismo. Hombre: sí, en algunos casos. Esa forma artera de usar la muerte es habitual en política, como demuestra el propio Presidente cada vez que habla de “los muertos de Peña” o “de Calderón”. Coincido, asimismo, en que no puede exigírsele a AMLO eso que alguna vez prometió: que la masacre terminara nada más iniciado su sexenio. Ojalá que estemos de acuerdo también en que, mientras funciona la Guardia Nacional, el Presidente tendría que tener un plan de contingencia, asunto del que le preguntó Jorge Ramos y que sigue sin contestarnos. Y, claro, en que si vamos a hablar de mezquindades, insultar a la disidencia ante una carnicería tampoco es un mal ejemplo.
Que miles y miles hayan exigido la renuncia del Presidente es una posición discutible –yo no la comparto–, pero no indignante. Porque, ante su primera gran crisis no autoinducida, el Presidente nos dejó, de nuevo, desinformados e insultados. Parece un buen motivo para enojarse.