Juanga vive, la patria sigue
Juanga, como el Cid campeador, incluso después de su triste fallecimiento, sigue ganando batallas. Y eso que todavía no resucita, porque cuando lo haga México será un gran musical al ritmo de “No tengo dinero, ni nada que dar”. Por eso aquí, en esta columna, que tiene algo de cruz y del Pantera, se admira profundamente al divo de Juárez
que no solo vive en el corazón de todos los mexicanos como pasa con Pedro Infante y Carlos Salinas, por supuesto.
Juanga no solo ha vuelto a llevarse todos los trendings topics en las redes sociales por un simple elogio de López Obrador nacido de un cuestionamiento de los chicos de la fuente (aparentemente el mundo se divide entre quienes están preocupados por lo de Minatitlán, y quienes esperan la resurrección del creador del Noa Noa), sino que además ha servido para que los haters, que suelen encabezar o Javier Lozano o Chumel Torres –admirables intelectuales que deberían hacer un show junto, como el de La hora pico-, puedan chocar sus rebosantes tarros de cerveza y carcajearse estentóreamente mientras esperan el colapso de la Cuarta transfomeichon, como debe ser.
Hay quienes se lamentan de estas cosas, pero a mí me parece además de justo sino que necesarísimo. Digo, qué sería de esta masa crítica sin sus ejercicios críticos y señalamientos con los nervios alterados y las venas exaltadas como de luchador sometido en una hurracarrana. Y más aún, ¿qué aburrida serían nuestras vidas sin estos sanísimos ejercicios de libertad de expresión?
Fue bonito ver cómo casi culpan a Amlove de haber sacado la carabina 30-30 para acribillar a la gente en aquel infausto rincón veracruzano que, por supuesto, era un paraíso javiduviano donde todo era alegría y buen humor.
Algo que solo puede ser comparado con el otro sector de serenos morenos que bajo el #Chocoflan, donde se volcaron los instintos más venerables y humanistas para agandallarse al hijo menor de López Obrador en su cumpleaños con singular alegría. Podemos estar orgullosos. Ya lo único que nos falta ver es al subjefe Diego correteando con un bastón a Jesús Ernesto, como Don Teofilito al Andobas.
Como quiera que sea, que el “Amor eterno” nos una y que el “Se me olvidó otra vez” no nos separe nunca.
Hay quienes se lamentan de estas cosas, pero a mí me parece justo y necesarísimo