El imaginario colectivo
Además de sorprendentes, los sueños son también la fuente de nuevas ideas e incluso revelaciones que trascienden el espacio y el tiempo o simplemente de estados de ánimo pasajeros y verdades subyacentes en la conciencia individual o colectiva.
También los hay extraordinarios y sinceramente maravilloso como el que acabo de tener durante un vuelo entre Querétaro y Monterrey, del que sólo recuerdo encontrarme
entre las dunas de un gran desierto, apenas acabando de descender de un vuelo caminando entre la escalera del avión y la terminal, como en la mayoría de los aeropuertos de rancho que tenemos en México, incluidos los de Monterrey, Ciudad de México y Guadalajara, lo que suelen llamar posición remota.
Pues, como en todo sueño, sucede lo inexplicable: ese patio entre el avión y la terminal, imperceptiblemente, se convirtió en un inefable desierto de arena, de un sepia que se evaporaba hasta fundirse con el azul profundo del cielo del atardecer, pincelado por los últimos rayos del sol y la nata de unas cuantas nubes, entre blancas, negras y anaranjadas.
En eso estaba, enajenado con la belleza del paisaje, caminando y mirando el ocaso, mientras que de reojo percibía el avance de un grupo de pasajeros que me aventajaba algunos metros y otros que iban a mi lado, cuando de pronto ocurrió el milagro: uno de ellos se echó a correr y salió disparado hacia el cielo a una velocidad insólita, dejando una estela de luz, como una estrella fugaz pero mostrando su forma humana, o más bien de ángel.
Por la zona donde estábamos, llegamos a pensar que se trataba de un avión pero la imagen no daba lugar a dudas y cuando todos nos volteamos a ver, hubimos de confirmarlo como diciendo: “¿Han visto lo mismo que yo?”; y al mismo tiempo respondiendo que sí.
Todos nos extasiamos con la maravillosa experiencia hasta que alguien irrumpió en nuestro estado de hipnosis gritando: “Esto no es normal, algo así no puede estar bien, cabrones, despierten, no sean pendejos”.
Y así pasó, la fricción de las llantas del avión al aterrizar en el mundo real me despertó y el sueño terminó pero siguió maravillándome incluso durante mi trayecto en el taxi, el odioso tráfico y la angustia por llegar a tiempo a una reunión de trabajo, lo cual aproveché para escribir esta extraña revelación que nos está queriendo decir algo. Tal vez que no seamos pendejos y dejemos de soñar con seres mágicos capaces no sólo de volar, sino de despegar más rápido que un cohete.
La fricción de las llantas del avión al aterrizar en el mundo real me despertó