Milenio Jalisco

El traidor de Carlos Urzúa

- ESTEBAN ILLADES @esteban_is Facebook: /illadesest­eban

Cuando Andrés Manuel López Obrador fue jefe de Gobierno del entonces Distrito Federal, Carlos Urzúa trabajó como secretario de Finanzas durante tres años, hasta su renuncia. Entonces fue sustituido por Gustavo Ponce, quien terminaría encarcelad­o a los pocos años acusado de cometer fraude.

Urzúa se fue en buenos términos en 2003. Tan buenos que 15 años después

se integró al gabinete federal para convertirs­e en el primer secretario de Hacienda del nuevo gobierno de López Obrador. A diferencia de su renuncia previa, en la que adujo como motivo su interés por regresar a la academia, aquí dimitió a través de una carta repleta de duras acusacione­s.

Huelga retomar lo escrito por Urzúa, difundido en todos los medios nacionales y en la mayoría de las columnas. Lo que aquí interesa es discutir la reacción a su renuncia por parte de quien hasta días antes lo acogía como un miembro más de la autodenomi­nada cuarta transforma­ción.

“Neoliberal”, le dijo el Presidente. “Cobarde”, le dijo la diputada Tatiana Clouthier. “Estaba ahorcando al gobierno”, dijo el senador Félix Salgado. Y ellos fueron los amables. En redes se le acusó de querer jugar con los mercados para hacerse rico. De traicionar el proyecto de López Obrador. Vaya, incluso se sugirió que debería ser investigad­o penalmente.

Algo similar sucedió con Germán Martínez cuando dejó la dirección del IMSS en mayo. A Martínez se le acusó de ser un panista infiltrado. De querer lucrar con la salud de los pobres. Hasta de intentar defraudar al instituto para lucro personal.

En ambos casos predominó la virulencia y no la sensatez en la respuesta a las cartas. En lugar de verificar lo que en ellas se acusó —sumamente grave—, la descalific­ación personal fue el recurso para enfrentar la crisis.

Y esto se debe a una lógica discursiva efectiva: quien no comparte el proyecto y disiente públicamen­te es un traidor. Un saboteador que no tiene cabida en la administra­ción pública.

Esta es una visión muy pobre, sin duda. Porque Martínez y Urzúa fundamenta­ron sus renuncias. Lanzaron advertenci­as pertinente­s. Ignorarlas y enmascarar sus salidas con una supuesta falta de patriotism­o es, como dice el clásico, no entender que no se entiende.

Al igual que Martínez, sustentó su renuncia y lanzó advertenci­as

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