El compositor y su intérprete
En la historia reciente de la música se han dado casos de compositores que en su momento resultó difícil, por no decir imposible, leer e interpretar sus partituras; de ahí que en estas peripecias el mismo autor se vio obligado a ser su propio intérprete mientras jóvenes generaciones de instrumentistas aprendían a leer el manual de la nueva notación musical. Incluso sabemos de anécdotas en que éste tenía su instrumentista de cabecera a quien confiar su novísima obra. Menciono el
caso de los hermanos Alfons y Aloy Kontarsky, pianistas exclusivos para la música de Pierre Boulez y de Stockhausen, cuyos pentagramas se transformaban en códigos indescifrables; o la mezzosoprano Cathy Berberian interpretando las creaciones abigarradas de su marido, el italiano Luciano Berio; caso particular del violoncelista Sigfried Palm, merecedor de múltiples partiruras modernas dedicadas a su virtuosismo; y qué decir del pianista David Tudor, un verdadero ícono para la vanguardia de los años sesenta. Peculiar galería de intérpretes que lograron fama como especialistas en partituras escritas durante la postguerra de 1945. El caso de la música postmoderna no es la excepción: Leer una partitura del Siglo XXI con notación gráfica aleatoria o de contenido microtonal y multifónico requiere del conocimiento para una lectura totalmente diferente. Derivando, por consecuencia, en el desarrollo de nuevas técnicas instrumentales que el actual ejectutante se ve obligado a examinar en su respectivo instrumento, y como resultado de ello, la redacción de manuales y métodos actualizados que permitan su aplicación en los conservatorios de música. Creo que podemos estar de acuerdo en que hoy, como nunca en la historia de la música, la compatibilidad y colaboración estrecha entre compositor e intérprete se hace más evidente con el fin de lograr resultados de calidad en las nuevas sonoridades que indagan continuamente. A fin de cuentas el arte, la música para nosotros, transita en un estado permanente de investigación en su elemento como lenguaje.
Hoy los compositores del Siglo XXI no siguen un método único para escribir su música. El resultado final es un híbrido sonoro donde confluyen diversos estilos. La interrogante es saber si eso prevalece; si la perspectiva que planteamos viene de quienes crecimos y aprendimos bajo modelos bien establecidos que había que asimilar y aprobar si queríamos seguir con el siguiente arquetipo, tal y como lo exige la academia. En la actualidad los compositores no buscan crear modelos que perduren en el tiempo; de ahí que aún no celebremos la obra emblemática de la música postmoderna, como lo es para el Siglo XX, y efigie de modernidad, “Le sacre du printemps” (1912) de Igor Stravinsky.
Los compositores no buscan crear modelos que perduren en el tiempo