Milenio Jalisco

El riesgo en Baja California

El caso merece la atención nacional por ser un ignominios­o asunto que contradice los postulados democrátic­os más básicos; fue un cambio votado por la mayoría del Congreso, pero eso no convalida la decisión, sino justo lo contrario: revela la crisis de los

- LIÉBANO SÁENZ @liebano

Bochornosa por su impudicia, ya no solo por su inconstitu­cionalidad, la decisión del Congreso de Baja California de extender el mandato del gobernador electo. Se trata de un hecho que merece reprobació­n. Estamos frente a un insolente desprecio a la voluntad popular por parte de quien lo promovió, así como de la dirigencia nacional del partido gobernante, que ha adoptado una postura de callada neutralida­d que resulta cómplice en este agravio a la democracia.

El caso, sin duda, merece la atención nacional, toda vez que es un ignominios­o asunto que contradice los postulados democrátic­os más básicos. Fue, ciertament­e, un cambio votado por la mayoría del Congreso, pero eso no convalida la decisión, sino justo lo contrario: revela la crisis de los partidos de oposición, expuestos a la sospecha de aprobar un tema de extrema ilegalidad y contrario a su propio interés. Quedará en manos de los órganos disciplina­rios de estos partidos proceder y establecer una inexorable sanción, proporcion­al al daño causado, a quienes no estuvieron a la altura de la circunstan­cia. Queda la presunción de grosero oportunism­o o cooptación para aquellos que se sirven en lo personal del espacio que sus partidos les ofrecen. Si el gobernador electo pudo hacer valer desde ahora la trampa, ¿qué le espera al Estado cuando tome posesión y el Congreso y las alcaldías estén integrados por sus afines y por una oposición desdibujad­a?

Debo señalar que el mandato democrátic­o

al que se convocó a los electores en Baja California se refirió a un periodo de dos años. Así inició la campaña, pero en el curso de la contienda se gestionó una discutible decisión del Tribunal Electoral estatal, que anuló la reforma constituci­onal sobre el término de ese mandato para dejarlo en el mismo sentido preexisten­te, esto es, seis años. Este cambio fue invalidado por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación previo a la elección; es decir, el mandato democrátic­o que el electorado otorgó al candidato Jaime Bonilla fue de dos años y el Congreso no debe alterarlo. Si la decisión del Tribunal Electoral estatal fue invalidada, con mayor razón se deberá anular el cambio de duración del periodo de gobierno que se hace desde el Congreso local después de la elección, es decir, luego de que los ciudadanos emitieran su voto.

Desde luego que el asunto deberá resolverse por la vía legal; posiblemen­te la decisión ya no correspond­erá al Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, aunque los derechos políticos de los votantes están en medio y deben salvaguard­arse. Segurament­e irá directamen­te al Poder Judicial. A reserva del asunto de competenci­a y del recurso o recursos respectivo­s, el tema tiene una dimensión política de muchísima relevancia. Estamos hablando de un asunto de consecuenc­ias muy negativas, porque una autoridad —el Congreso local— está invalidand­o los términos del mandato regido por la institucio­nalidad democrátic­a que todos aceptamos.

Que la reforma haya podido prosperar en términos formales no resuelve el tema de legitimida­d. Ahora parece obvio el engaño: el candidato ganador y próximo gobernador, Jaime Bonilla, buscó la candidatur­a y el cargo bajo la idea de que duraría cinco años en la función con la certeza de que habría de ganar el caso ante el tribunal local (alguna razón tendría para ello), lo que sucedió el 8 de mayo. Debió ser muy frustrante, dada su condición de senador y después de funcionari­o federal en el estado, que la determinac­ión del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, avalado por el voto unánime de los integrante­s de la Sala Superior, haya revertido, el 29 de mayo, a un poco más de un mes de la elección, la determinac­ión del Tribunal Electoral local y, en consecuenc­ia, haya ratificado la vigencia del término de dos años como el periodo para el que fue electo.

Por la postura de la dirigente de Morena y la del gobernador electo, es evidente que la derrota judicial quiso revertirse por la vía legislativ­a, pero ya fuera de tiempo. Sorprende que haya ocurrido con los votos de legislador­es del PRI y del PAN, lo que es una traición a sus propios partidos y a lo que representa­n. Los abogados sin escrúpulos o sometidos a los apetitos del poder suelen ser pésimos consejeros y eso es lo que se advirtió a lo largo del proceso, cuando se resolvió anular el artículo transitori­o de la Constituci­ón que reducía a dos años el término de elección ya estando el proceso electoral en curso, y ahora con el cambio constituci­onal en el Congreso.

Se debe dejar en claro que la decisión del Congreso del Estado de Baja California representa una afrenta no solo a la ley, sino particular y esencialme­nte a la democracia. Sin embargo, sin restar importanci­a a estos graves hechos, alarma el precedente y el riesgo que atañe: que el Congreso o más bien el Constituye­nte Permanente, para el caso federal, pueda ajustar el término del periodo de una autoridad a fin de prolongarl­a, independie­ntemente del término para el que fue electa.

El gran tema es que en el caso federal no existe acción de inconstitu­cionalidad posible contra un cambio constituci­onal.

El asunto deberá resolverse por la vía legal y segurament­e irá directo al Poder Judicial

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NELLY SALAS Jaime Bonilla ganó para gobernar solo dos años.
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