Milenio Jalisco

Pasado y presente como ficción

- ANNEMARIE MEIER

Nunca me había pasado. Vi el filme Dolor y gloria de Pedro Almodóvar como única espectador­a de una amplia sala de cine. Al sentarme en medio de butacas vacías me sentí extraña pero la sensación desapareci­ó por completo en cuanto empezó la proyección. La película llenó la sala, exigió toda mi atención, me llevó por una montaña rusa de emociones y me confrontó con experienci­as y reflexione­s propias. Salí del cine con la certeza de haber visto más dolor que gloria, de haber acompañado a Almodóvar en un proceso de exploració­n acerca de la vida, la vejez, la memoria y el trabajo de creación. Salvador Mallo (Antonio Banderas), el protagonis­ta de Dolor y gloria, es un realizador de cine en plena crisis física, anímica y

creativa, que está forzado a “cerrar” pendientes y procesos del pasado para seguir con su vida y obra. La manera cómo Almodóvar nos involucra en este trabajo de memoria y construcci­ón de ficción, es una lección de cine que, al mostrar experienci­as y obsesiones del realizador, también nos confronta con las nuestras.

Puesto que el filme está estructura­do como autorrefle­xión del protagonis­ta, cuyos recuerdos y desarrollo nos remiten a su creador Almodóvar, tomaré prestadas algunas imágenes y partes de diálogo para describir los temas e hilos narrativos del relato. La primera imagen es un dibujo que muestra a un niño sentado en una silla y leyendo un libro. El autor del dibujo es un joven de pueblo, trabajador y analfabeta, al que Salvador, como niño curioso y estudioso, enseñó a leer y escribir. En estos primeros años de niñez consciente también se encuentra el despertar del deseo, la admiración y rebeldía contra la madre y la educación en un seminario.

La segunda imagen es la de un grupo de lavanderas del pueblo, que, arrodillad­as al lado del río, platican, cantan y tienden las sábanas sobre espigas. El niño Salvador disfruta la compañía de las mujeres, entre las que su madre Jacinta (Penelope Cruz) destaca por su belleza y vivacidad. Como anciana, la madre (Julieta Serrano), sin embargo, le reprocha haber sido un mal hijo ya que la había abandonado para mudarse a Madrid. La dependenci­a de Salvador de la compañía y el trabajo de mujeres atraviesa todo el filme y se materializ­a en especial en Mercedes (Nora Navas), su fiel amiga y acompañant­e.

También la pantalla de la computador­a de Salvador lleva al descubrimi­ento de rasgos temáticos y dramáticos del filme. Entre los documentos guardados en el escritorio hay uno que llevan el título Adicción. El texto describe, a manera de confesión dolorosa, cómo la adicción a la heroína de su ex amante y pareja, destruyó la convivenci­a y le enseñó que “el amor no es capaz de salvar a una persona”. El reencuentr­o con su ex amante lleva a otro momento doloroso. El hombre y padre de familia lo invita a visitarlo en Argentina para que “conozcas a mi familia”. “Tu nueva familia”, corrige Salvador. “Mi familia”, rectifica su ex pareja.

El verdadero centro dramático de Dolor y gloria, del que parten y al que regresan todas las acciones y reflexione­s, es el cine. “Escribir” y “rodar” son los actos creativos sin los que Salvador no puede vivir. En su niñez, el cine “olía a orines y Jazmín”, el cine lo alejó de su madre, lo llevó a Madrid y una de sus películas causó la enemistad con un actor al que apreciaba y con el que necesita reconcilia­rse. Dolor y gloria habla de deseo, amor, reconcilia­ción, vejez, vida y muerte. Y del cine como acto de creación y salvación.

Habla de deseo, amor… vida y muerte. Y del cine como acto de creación y salvación.

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