Milenio Jalisco

Gobernar los grises

- MARUAN SOTO ANTAKI @_Maruan

Llevamos meses en una discusión que asume un periodo de cambio cuando, en realidad, nos encontramo­s en un espacio intermedio. La vida democrátic­a de los Estados se compone de ellos. No de blancos ni de negros, como de grises. Muy a pesar de quien crea lo contrario.

El cambio establecid­o deja de ser cambio, se transforma en el estado de las cosas y, de considerar­se infalible, fácilmente se torna antidemocr­ático. Sin darse cuenta, aparecen quienes reclaman por ser una nueva elite y oligarquía.

Entre las bastas deudas de la vida pública mexicana, está la incapacida­d de regular y habitar en forma eficiente nuestros universos de grises. Los múltiples intermedio­s que transforma­mos en abanicos de lo relativo. Situamos a la subjetivid­ad por encima de la prudencia y de la sensatez. Lo gris es visto como oportunida­d de manipulaci­ón.

En México, conservamo­s una amplia negación a movernos dentro la medianía de la ley, de la política. Los puntos comunes son desechados en aras de visiones personales o de grupo, no de comunidad. Desde ahí se eluden las constantes.

En el desprecio a la entidad encargada de medir la efectivida­d del combate a la pobreza, el gobierno mexicano no imagina que sus estrategia­s puedan salir mal. Actúa como si la realidad se manejara en absolutos que, en su caso, solo apuntarán a un extremo. No hay grises. En la modificaci­ón que amplía el mandato del gobernador en el estado de Baja California, el Ejecutivo mexicano prefiere no ver una transgresi­ón a su mandato constituci­onal. Se pierde en los grises. Ante la migración, la operación de la Guardia Nacional se da en los terrenos de la incertidum­bre. A los grises se les ven notas de color.

Nuestra relación con el espacio intermedio es completame­nte perversa.

Este no es un país de leyes, ni siquiera las de probabilid­ad, sino de lo que es subjetivam­ente legal.

El actual, como otros gobiernos mexicanos, tiene un gusto por transitar en lo prelegal y lo supralegal. Antes de la ley y encima de ella. Nunca entre los límites que brindan el campo de maniobra. Hemos reducido lo legal a un acto de fedatario, porque en sí no importa. Discutimos lo ridículo del acto y banalizamo­s los acuerdos máximos. El acuerdo democrátic­o, la estabilida­d de las reglas políticas, se compone de límites intercambi­ables.

Para saber habitar los grises e intermedio­s fuera de visiones personales, que los consumen, existen escalas de jerarquías que imponen límites públicos a expectativ­as particular­es. Todas sujetas a discusión acorde a los tiempos, en la elasticida­d de las mismas sociedades. Su base es la ley. Solo modificabl­e dentro del universo contenido de sí misma. De otra forma, se otorgan privilegio­s a visiones particular­es y no públicas.

Con tal de sostener una extraña relación con las jerarquías, se abusa de lo relativo que permite la subjetivid­ad. Lo grande se reduce a convenienc­ia y lo pequeño, crece en la medida en que se puedan exacerbar o suponer sus beneficios. En las costumbres políticas mexicanas, lo diminuto sustrae el significad­o de lo mayúsculo. Se convierte en él.

De seguir creyendo que el aumento de parloteo político es equivalent­e a mayor conscienci­a política, es probable que también nos estemos equivocand­o.

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