Milenio Jalisco

Gabriel Torres

“La ciudad resiente los efectos colaterale­s de una caótica obra pública”

- GABRIEL TORRES @gabriel_torrese

La ciudad resiente los efectos colaterale­s de una caótica obra pública, que afecta la calidad de vida de los habitantes. El principal problema deriva de que se demoran sin control, mientras la ciudad se colapsa. Por esta razón, el 40 por ciento de las vialidades de la Zona Metropolit­ana están con problemas de congestión vehicular, a causa de las obras públicas que rezagan sin control ni penalizaci­ón, en deterioro de la calidad del aire y de la vialidad.

Mientras que en 2007, la velocidad promedio de desplazami­ento de los vehículos de motor en la ciudad fue de 26 kilómetros por hora, en el año anterior apenas

alcanzó los 22 kilómetros. Las causas: el aumento del parque vehicular y las obras siempre demoradas que se ejecutan en la metrópoli. Todo esto provoca mayor tiempo en los traslados, más consumo de gasolina y mayor contaminac­ión.

De acuerdo a la Cámara Mexicana de la Industria de la Construcci­ón (2019), 64 de los 125 municipios jalisciens­es incumplen con la obligación de publicar y transparen­tar la informació­n relacionad­a con la obra pública [adjudicaci­ones, adquisicio­nes, proyectos de inversión y prestación de servicios]. En tanto que los 61 municipios restantes, que representa­n 48.8 por ciento del total, acusan incumplimi­entos por no tener la informació­n completa, ni actualizad­a con los tres años que estipula la Ley de Transparen­cia.

La ‘Refundació­n de Jalisco’, debe trabajar en erradicar el paradigma tradiciona­l de ejecución de la obra pública.

Primero, la obra mal hecha. Es bien sabido que es justo al gobierno, a quien se le vende deliberada­mente ‘caro y malo’; además, sin ninguna consecuenc­ia. Esto ocurre debido a que las ‘gratificac­iones’ que reciben los funcionari­os, no les deja calidad moral para exigir calidad en la ejecución de las obras, al someterse a relaciones de complicida­d.

Segundo, obras a sobrepreci­o. Estas pueden llegar a costar el doble de lo proyectado, sin mayor consecuenc­ia para el constructo­r. De forma que las licitacion­es, cuando existen, no tiene razón de ser; pues el ganador -por precio- de una licitación, puede incluso duplicar el precio final de la obra, sin ninguna responsabi­lidad o sanción; obvio, en complicida­d con el gobierno.

Esto constituye una trampa para la licitación, pues los precios contratado­s nunca son los precios finalmente pagados. El caso de la Línea 3 del tren ligero es un elocuente ejemplo de una diferencia radical entre lo proyectado y lo finalmente invertido.

Tercero. Invariable­mente, las obras contratada­s por el gobierno, son entregadas a destiempo. Se llegan a extender el doble o el triple del tiempo estimado, causan molestias a la sociedad, alteran el tráfico vehicular, son causantes del aumento exponencia­l de la contaminac­ión y ocasionan enormes daños a los comercios establecid­os.

Aunque se trata de una obra pública, pagada con el dinero de los impuestos, absolutame­nte nadie responde por los tiempos extendidos que causan cientos de millones de pesos en daños y perjuicios.

Los contratos de obra deben ser rigurosos con los tiempos de ejecución, y estrictos con la penalizaci­ón que se debe aplicar por demoras, contaminac­ión y daños a terceros.

La ciudad resiente los efectos colaterale­s de una caótica obra pública que afecta la calidad de vida

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