La prensa que ellos quieren
Imaginen ustedes que toda la prensa mexicana, sin excepción alguna, celebrara fervorosamente las políticas del actual régimen. El escenario ideal, el sueño de la gente de Morena, o sea. Nada de críticas ni de cuestionamientos ni mucho menos de denuncias o revelaciones. Los medios de comunicación unidos como un solo hombre, marchando juntos al compás de esa tal “cuarta transformación” cuyos postulados
ningún periodista discutiría, sabedor de su intrínseca pureza. Una prensa solidaria y generosa, vamos, consciente de que su tarea, en estos momentos, no es en manera alguna ejercer el pensamiento crítico sino mostrar su plena adhesión a un proyecto político, a una causa, a una gran cruzada.
Sí habría espacios para los denuestos de siempre, desde luego, pero estarían dirigidos a los corruptos de antes, a los conspicuos representantes de la antigua “mafia del poder”, a los supervivientes de esa “minoría rapaz” que pudieren andar todavía por ahí y que necesitarían ser totalmente neutralizados para que nunca jamás volvieren a instaurar su nefario neoliberalismo.
Toda gesta suprema necesita de un gran enemigo pero en el nuevo catálogo de adversarios no figurarían ya los semanarios ni los columnistas ni los conductores de emisiones radiofónicas sino los mismos emisarios de siempre del pasado. Estarían ahora desprovistos de tribuna, afortunadamente, pero no por ello habría de minimizarse su peligrosidad.
Esto, lo de arremeter incansablemente contra los que seguirían sin “portarse bien”, garantizaría la necesaria diversidad a unos medios de comunicación que de otra manera pudieren resultarle un tanto aburridos al respetable en su condición de entusiastas pregoneros de la retórica oficialista. Y, bueno, cualquier posible reticencia a no cumplir ya con el tradicional papel de la prensa —la de los tiempos de Juárez, la que desveló el escándalo de Watergate en los Estados Unidos o la que denunció recientemente la “estafa maestra”— sería plenamente mitigada por el orgullo de estar contribuyendo a una cruzada de histórica trascendencia.
Debidamente imaginada esta realidad, estimados lectores, no dejen de advertir, como decía yo al comenzar estas líneas, que es una aspiración de quienes ahora nos gobiernan. Sí, de veras…
Toda gesta suprema necesita de un gran enemigo