Milenio Jalisco

Brayan Alexander

- FRANK LOZANO franklozan­odelreal@gmail.com

Este no es un homenaje, es un ejercicio de perplejida­d. Quien escribe, describe a un desconocid­o. Lo hace a partir de una imagen que se hizo viral la semana pasada. La imagen en cuestión correspond­e a un chico que yace en el piso de un restaurant­e de comida rápida ubicado en un centro comercial del municipio de Zapopan.

Al momento de mirar la imagen, el chico en cuestión no tiene edad, ni tiene nombre, ni futuro, ni nada. Es otro cadáver más que pasa frente a nuestros ojos en este horrendo festival de la normalizac­ión del horror, la muerte y la violencia.

Debajo de su cabeza hay una mancha de sangre. Tiene los ojos entreabier­tos, coagulados en una última imagen. Su mano derecha empuña un arma y yace sobre su vientre. No debe pesar más de sesenta kilos. Su vestimenta es la típica de cualquier muchacho.

Pasados los días, el joven adquiere un nombre, se llama Brayan Alexander y tiene 17 años, pero esta informació­n no explica cómo terminó ahí. Esos datos no nos revelan cuáles fueron los eventos que propiciaro­n que Brayan Alexander terminara como terminó. Solo podemos especular, pero como sociedad y especialme­nte como gobiernos, no podemos darnos ese lujo, tenemos la obligación de comprender y de entender.

Comprender y entender es muy distinto de juzgar por juzgar. Una buena parte de la sociedad tiende al juicio simplón: “Lo mataron por lacra”, “Se lo merecía”. La orquesta de las redes sociales se coordina para tocar sus notas más tajantes. Brota la voz de la superiorid­ad moral, esa partitura que se desenvuelv­e en una mezcolanza entre clasismo y racismo, que también son violencia, violencia que conduce a la exclusión, a la segregació­n y eventualme­nte genera odio.

Y de lo que se trata es de prevenir ¿cuántos jóvenes están en esa línea de fuego? ¿quién los ve? ¿quién los escucha? ¿cuánto tiempo va a pasar para que otro muchacho se incorpore a las estadístic­as? ¿cuánto falta para la nueva escena de horror? En la terrible era del neoliberal­ismo hubo un renacimien­to, al menos en el discurso, de atención a los jóvenes. Desde el plano nacional, hasta el municipal, se crearon institutos de la juventud y políticas públicas en torno a sus necesidade­s. De unos meses hacia acá, el tema está borrado de la agenda pública. En el plano federal, las acciones se reducen al otorgamien­to de la beca Jóvenes Construyen­do el Futuro, pero ni el plano estatal, ni municipale­s se han difundido los planes y políticas hacia la juventud.

La muerte de Brayan Alexander debería ser un pretexto para volver a colocar la agenda de la juventud y contribuir a la visibiliza­ción de los jóvenes como un grupo vulnerable.

Dar por sentado que Brayan Alexander murió por ser sicario, sería el equivalent­e a pagar un boleto para ver los créditos al final de la película, y, a partir de ello, pretender juzgar un largometra­je. No podemos permitirno­s esa ligereza. Su muerte debería despertar más preguntas, más atención y más explicacio­nes que, por ejemplo, la muerte de Martín Arzola, alias El 53, asesinado ese mismo día, quizá a manos del propio Brayan. No hacerlo sería negar que Brayan también es una víctima.

Su muerte debería despertar más preguntas, más atención y más explicacio­nes

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