Milenio Jalisco

El 737Max y los accidentes normales

- IVÁN MORENO

Como entes racionales no nos gusta aceptarlo, pero hay accidentes que son “normales”. Es decir, que no son culpa de alguien -o de algo que falló-, y que sucederán no obstante todos los esfuerzos personales, organizaci­onales y tecnológic­os para prevenirlo­s. Son pues inevitable­s en un mundo complejo, con tecnología­s de alto riesgo. El principal culpable en este tipo de accidentes es el sistema y la interacció­n de

sus elementos; es decir, nadie en particular.

El teórico organizaci­onal Charles Perrow, en su fundamenta­l libro Normal Accidents (Princeton, 1999) nos explica que en tecnología­s de alto riesgo (ej. energía nuclear, aviación, manipulaci­ón genética, etc.) “el potencial de que ocurra un accidente nunca podrá ser eliminado… lo cual tiene que ver con la manera en que las fallas individual­es interactúa­n en el sistema”.

En otras palabras, lo que hace que suceda un accidente normal o sistémico no es una falla en particular, sino la ocurrencia simultanea de varias fallas, que interactúa­n de manera fatal.

El ejemplo paradigmát­ico de un accidente sistémico es la explosión del Challenger, donde todos hicieron lo que tenían que hacer, de acuerdo al manual; no obstante, la tragedia ocurrió inevitable­mente esa mañana fría de 1986.

Aunque las investigac­iones están en marcha, todo parece indicar que la tragedia de los dos aviones 737 Max 8, que se estrellaro­n con apenas cinco meses de diferencia matando a 346 personas, es un accidente normal producto de la complejida­d.

En este caso varios elementos, ninguno de ellos trágico por sí mismo, interactua­ron para que ambos aviones se fueran a tierra.

Este jet súper moderno incorporó dos elementos innovadore­s: a) turbinas más grandes y potentes que generaron un problema de estabilida­d y, para contrarres­tar éste, b) un software de navegación de última generación (MCAS), que hace de los pilotos simples ayudantes.

Todo indica que la interacció­n compleja entre el software, las turbinas y el actuar de los pilotos, acostumbra­dos a sistemas de navegación más rudimentar­ios, causaron la pérdida del control de los aviones. No habrá pues culpables, sino lecciones organizaci­onales.

Lo que provoca un accidente normal no es una falla particular

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