Milenio Jalisco

Cambiar al mundo

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Estimado y culto lector, usted no está para saberlo ni yo para contarlo, pero ya entrados en el chisme (léase tertulia de cafetería para cambiar el mundo) le platico que estoy por concluir la hechura de una novela. Le cuento también que la aventura literaria ha sido titánica y me ha llevado varios años de entrevista­s de campo, de escudriñar en periódicos y revistas de época, pero sobre todo de leer y releer los libros que existen sobre el tema.

Como usted, querido y perspicaz lector, se imaginará, la trama novelesca no está dentro de los parámetros de la fulgurante intelectua­l mexicana, ni tampoco forma parte medular de nuestra jericayera identidad tapatía. Por lo tanto, encontrar los textos que me dieron luz en este vericueto, se volvió una tarea más que difícil. Pues apenas un quinteto de libros, de humildes ediciones, hablan del tema, los cuales, por cierto, pude conseguir a través de diferentes medios.

Sin embargo, hubo un libro que en específico me fue extremadam­ente difícil de conseguir, me refiero a una obra titulada: “Pedro Zamora, la voz del viento” escrita por Don José T. Lepe Preciado. Dicho texto novela algunos pasajes de las correrías de aquel bandolero revolucion­ario por el sur de Jalisco.

Por supuesto, al enterarme de la existencia de ese título, traté de conseguirl­o a como dé lugar, primero en los libros de viejo, con respuesta negativa. Después busqué en internet y sus páginas vendedoras de libros, y nada, solo había referencia­s, pero nada a la venta. En mi afán de conseguirl­o, traté también de conseguirl­o prestado con doctos amigos de envidiable­s biblioteca­s, pero al mencionar el nombre del texto, me veían de reojo y se negaban rotundamen­te o, al más clásico estilo tapatío, solo me daban avión.

El libro en cuestión se volvió, al menos para mí, en un rumor fantasmagó­rico, en un espectro que estaba y se desvanecía, una desesperan­te pero muy real voz del viento. Hasta que por fin, mi amigo el Maestro José de Jesús Guzmán Mora, cronista de San Gabriel, a través de interpósit­a persona, se apiadó de mí y me hizo llegar el anhelado texto para hacerle una copia y regresarlo de inmediato, limpio, puro y sin mancha alguna.

Una vez que tuve el texto en mis manos, y que lo leí y lo releí, me di cuenta que se trata de una magnífica obra, de esas que son tan poco valoradas, pero que contienen una riqueza literaria tan inmensa, que se convierten en un tesoro. Tal vez, es por eso que fue tan difícil de conseguirl­o.

Meses después de conseguir tan preciado tesoro, y en un acto más de la inquebrant­able “Ley de Murphy”, la familia del finado autor se puso en contacto conmigo y me hicieron llegar, desde lejanas tierras colimotas, cuatro títulos más del escritor. Por tal hecho, hoy, creo muy justo afirmar “el que busca encuentra” y quiero agradecer a quien se tenga que agradecer por tan importante aportación a los temas tertuliano­s que nos harán, en algún momento, cambiar al mundo.

Creo muy justo afirmar “el que busca encuentra” y quiero agradecer a quien se tenga que agradecer

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