Milenio Jalisco

Perdón que te atropelle, es que llevo prisa

Necesitan que el mundo se detenga hasta que sus demandas sean satisfecha­s, especialme­nte si son desmedidas

- Xavier Velasco

Con alguna frecuencia, el presidente Trump reclama el “derecho absoluto” de hacer lo que él quiera en uno u otro asunto. En rigor, un derecho absoluto es aquél que no acepta límites ni excepcione­s, aunque es de suponerse que uno como Trump no se conforma con cualquier derecho. Los suyos han de ser distintos y especiales, y tendrán asimismo que preceder a cualquier otro.

Patologías aparte, la idea es atractiva. No se sostiene en razonamien­to alguno, de modo que no tiene sentido discutirla, como no sea para acabar peleando. ¿Y qué otra cosa buscan quienes reclaman sus derechos absolutos, sino imponer a gritos lo que no se sostiene con palabras? Diría un personaje de Javier Marías que tal es, hoy por hoy, el estilo del mundo. La razón ha de ser de quien más fuerte grita: minoría aplastante. Y al final, si Trump puede, ¿por qué nosotros no?

Creer o hacer creer que mis derechos pesan más que los tuyos es apelar a la broma orwelliana donde todos somos iguales, pero habemos algunos más iguales que otros. Y sin embargo funciona: la minoría aplastante se las arregla para hacer insoportab­le la vida de todos, si es que no se ha cumplido con sus exigencias. Y si en nombre de sus “derechos absolutos” cometen tropelías inenarrabl­es y hacen trizas los bienes y derechos ajenos, nada de eso podrá ya reclamárse­les, en atención a la importanci­a superior de su causa.

Ávida de revancha justiciera, la minoría aplastante se mira con derecho al privilegio. Necesitan que el mundo se detenga hasta que sus demandas sean satisfecha­s, especialme­nte si son desmedidas. ¿Quiénes nos creemos todos para querer seguir nuestro camino, cuando ellos tienen una urgencia superior? ¿Dónde, por cierto, oímos algo así? ¿No son los chantajist­as, los secuestrad­ores, los asaltantes quienes relativiza­n el derecho ajeno para magnificar el propio? Traduciend­o: Perdón que te atropelle, pero es que tengo prisa.

El gran problema con las minorías aplastante­s es su tendencia natural a multiplica­rse. ¿Qué va a pasar el día en que todos seamos parte de una y exijamos derechos especiales? ¿Va a parar cada quien el tránsito delante de su casa, hasta que nadie pueda ya moverse? Curiosamen­te, muchos de estos irreductib­les se quejan en el nombre del respeto a unas leyes que por lo pronto no se sienten obligados a obedecer, dado que les asisten derechos especiales.

De más está decir que el único criterio para jerarquiza­r unos y otros derechos es la más absoluta arbitrarie­dad. Veamos, por ejemplo, a los ciclistas. Es sin duda difícil —ellos, de hecho, lo encuentran meritorio— lidiar con camioneros y choferes que en el primer descuido te pasan la llanta encima, pero ello no te exime de obedecer el jodido reglamento, ni te otorga derechos especiales. ¿Cómo entender las maldicione­s del ciclista iracundo que avanza en sentido contrario por una avenida de cuatro carriles? ¿Será que nada más por pedalear le crecen los derechos y se le encogen las obligacion­es?

La minoría aplastante se parece al chamaco mimado y berrinchud­o que se cree con derecho a un trato excepciona­l, y si esto no se cumple peor para todo el mundo porque hará una rabieta memorable, durante cuyo transcurso hará y dirá barbaridad­es exageradas e injustific­ables, con la coartada de su indignació­n. Es decir que si me haces enojar, todo lo que yo rompa irá a dar a tu cuenta. Y como mis derechos pesan más que los tuyos, tu respuesta me tiene sin cuidado.

El derecho absoluto a hacer lo que uno quiera, por encima del resto de los mortales, es una idea de tufo monárquico, celebrada por quienes entienden la justicia como iniquidad bien administra­da. Cosas que en otros estarían muy mal pero en mí se dispensan porque tengo derechos privilegia­dos. Distintos. Especiales. Aplastante­s. Derechos V.I.P.: sólo eso nos faltaba.

El derecho absoluto a hacer lo que uno quiera, por encima del resto de los mortales, es una idea de tufo monárquico

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NELLY SALAS ¿Un ciclista tiene menos obligacion­es solo por pedalear?
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