Víctor Manuel Amaral
Si buscáramos un ejemplo de alguien poseído por el impulso que aspiraban alcanzar los iniciados en el orfismo, Víctor Manuel Amaral, apenas fallecido en la capital de Jalisco el 9 de octubre del año en curso, habría sido un ejemplo cabal de una corriente espiritual que hace dos mil años, inspirándose en la figura legendaria del maestro de los encantamientos, Orfeo, ansiaba fundir “el poder encantador de la música y la palabra”.
Lodigoporqueesonosconstaaloscientosdealumnos que tuvo de 1962 hasta fechas muy cercanas un mentorquefueensuatuendopulcrosinafectación,en su conducta serio pero divertido y ante el atril y los ensayos muy exigente pero en extremo cordial fuera de ellos. Empero, salvo que otros más enterados me desmientan, lo que más peso alcanzó su autoridad docente fue la transmitir de inmediato, como una descarga, los sentimientos que en él provocaba la música.
En efecto, cuando ésta pasaba del oído a su cerebro destapaba sus sentimientos sumiéndole en un trance donde la pasión y el gozo, la frustración y la cólera, modificaban a cada instante sus rasgos, crispaban sus dedos, cimbraban su cuerpo y daban a su mirada la dureza de un látigo si de fulminar los desaciertos se trataba. Si gesticular con brío es un recurso y un método para quien tiene ante sí la ingrata labor de afinar ensambles corales de jóvenes estudiantes, para el maestro Amaral, que dirigió los coros de la escuela de Música Sacra, de la Universidad de Guadalajara, del Ballet Folclórico de esa Alma Mater, del Estado de Jalisco y la Schola Cantorum del Seminario Mayor, dejarse transformar por la música debió ser para él mucho más que la pose de un histrión un acto liberador.
Nació en Unión de Tula, Jalisco, el 28 de junio de 1933. Le indujo a la música el ejemplo de su padre, Samuel Amaral Pérez (1902-1960), violinista y compositor de valses, marchas, pasodobles y piezas breves decarácterreligioso,tambiénfundador-directordela banda sinfónica local y músico de Iglesia que sólo por ello fue perseguido por el gobierno callista durante la Guerra Cristera.
Al filo de la pubertad, a los 12 años, Víctor Manuel pasó a la recién fundada Escuela Superior Diocesana de Música Sagrada de Guadalajara, fundada poco antes por su casi paisano, el presbítero Manuel de Jesús Aréchiga Fernández (1903-1984), de Juchitlán, quien lo recomendó para que al lado de sus coetáneos Hermilio Hernández López (1931-2008), de Autlán, y Francisco Javier Hernández Vázquez (1933), de Arandas, prosiguieran en Roma, becados por la Arquidiócesis tapatía, a cargo en ese tiempo de don José Garibi Rivera, sus estudios en el Instituto Pontificio de Música Sacra. No bien estuvo de regreso, contrajo el matrimonio y se consagró en su especialidad, la música y la dirección coral.
Compongo esta columna el día de su sepelio a modo de corona de gratitud a la memoria de quien entregó su vida al conocimiento, dominio y disfrute de la música, sin privarse jamás de compartir a todos la fruición que ello le causaba.
Compongo esta columna el día de su sepelio a modo de corona de gratitud