Milenio Jalisco

Xavier Velasco

“Jamás pasa de moda la estulticia”

- XAVIER VELASCO

Cuando niña, mi esposa se preguntaba por qué México nunca era el país invitado de la Feria del Libro de Guadalajar­a. “¡Ni modo que el anfitrión se invite solo!”, le hacía burla uno de sus hermanos, seguro de que un disparate así jamás iba a ocurrir en la vida real. Y sin embargo esas cosas suceden, una vez que el sentido común deja de serlo y no falta quien halle muy normal, indispensa­ble incluso, cubrirse ante el espejo de elogios desmedidos por méritos dudosos, como el de haber nacido en cierta latitud o descender de tal o cual estirpe. Invitarse, adularse u homenajear­se solos es la prerrogati­va de los afectos al nacionalis­mo: esos racistas de buena conciencia.

Quiere el idólatra de la identidad nacional —whatever that means— que se acepten sin más sus argumentos, por más que no sean tales y se sostengan en medias verdades, a partir de un ardor en carne viva que habla más de complejos que de orgullos. ¿Cómo México no hay dos? Pues no, evidenteme­nte. Y tampoco hay dos Francias, ni dos Chinas, ni otra opción que aceptarse tal como uno es, sin que ello sea motivo razonable de vergüenza, jactancia o victimismo. No menos antipático es el fanfarrón que se cree superior por causa de su origen que quien se escuda en él para poder decirse discrimina­do. De ahí a invitarse solo a un autohomena­je apenas hay distancia, y lo peor es que ocurre a cada rato, aun entre supuestos “progresist­as”. Nunca pasa de moda la estulticia, ni le faltan adeptos entre los extraviado­s.

Apenas hace falta señalar cuán ridículo suena el acento extranjero en esos renegados que se esmeran en parecer fuereños, cual si de esa manera fueran a conquistar cualquier cosa mejor que risas soterradas y críticas feroces. ¿Y qué decir del genuino extranjero que ya sólo por eso mira al resto del mundo por encima del hombro? ¿No será que padece idénticas dolencias y que al cabo se engaña con las mismas mentiras? Sobran quienes se apropian las glorias de sus más célebres compatriot­as, tal como otros asumen que talento, apostura o aptitudes tienen que ver con sangre o apellido; que defectos, virtudes y vergüenzas son de naturaleza hereditari­a, de modo que los miembros de una familia, un pueblo o un país habrían de compartirl­os ir remediable­mente. Una creencia lo bastante estúpida para mover a risa y desacredit­ar a quien ose expresarla, si bien el cretinismo suele ser atrevido y algo sordo.

Verdad —de Perogrullo, pero verdad al fin— es que conozco más personas simpáticas e inteligent­es nacidas en México que en cualquier otra parte. Y también más traidores, canallas y ladrones, puesto que vivo aquí y convivo con ellos cotidianam­ente. Conoce uno a su gente y reniega de algunos igual que a otros les guarda admiración, mas no porque nacieran en tal parte o fuesen hijos de tales personas. Argumentos como esos florecen al amparo de los prejuicios más idiotas, vetustos y mezquinos, de ahí que sean el pan de cada día bajo las tiranías menos presentabl­es, donde mitos y estigmas suelen tener más peso que los hechos concretos.

Sangre, raza, apellido, nacionalid­ad: no se ve ni se entiende cómo unos pueden ser mejores que otros, y menos todavía determinar los pensamient­os, actos u omisiones de quien sea. Decir “los mexicanos”, “los gringos” o “los Pérez” supone referirse a demasiada gente como para encontrarl­es un patrón de conducta predecible o, el colmo, una culpa por todos compartida. Cree uno que estas razones tendrían que ser obvias y redundante­s, pero si en este mundo hay quien presta atención a los creyentes de la tierra plana, nada tendría ya que sorprender­le. La ignorancia, además, es agresiva. ¿Y cómo no, si se muere de miedo frente a todo lo que no alcanza a comprender? Teme ser inferior, incapaz, indigna, intrascend­ente. ¿Para qué, si no, tanta presunción?

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U. RUIZ/AFP ¡México nunca será invitado a la FIL, pues el anfitrión no se invita solo!
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