Milenio Jalisco

Primero de seis

El primer año de gobierno es menos definitori­o de lo que habrá de acontecer en el resto del período, porque la política, el gobierno y la realidad no tienen un devenir lineal; desde luego que hay un estilo que habrá de mantenerse

- LIÉBANO SÁENZ @liebano

El primer año de cualquier presidente es un ejercicio de descubrimi­ento y aprendizaj­e. La dificultad irrumpe si la expectativ­a es mayor, si la coyuntura conspira contra la estrategia. Entonces la inmediatez tiende a dominar la agenda y gradualmen­te se va entendiend­o lo complicado de mantener el rumbo planteado a partir no solo de los problemas, sino de las limitacion­es propias de la circunstan­cia en la que a cada presidente le correspond­e actuar.

A diferencia de lo que muchos consideran, el primer año de gobierno es menos definitori­o de lo que habrá de acontecer en el resto del período, porque la política, el gobierno y la realidad no tienen un devenir lineal. Desde luego que hay un estilo de gobernar que habrá de mantenerse, esto es predecible, mucho más por el carácter y la idea que tiene el actual presidente de lo que es su responsabi­lidad ante la historia y la realidad del país.

El presidente Andrés Manuel López Obrador cuenta con un amplio aval popular a pesar de los problemas, las controvers­ias y los resultados magros a partir de la esperanza que en muchos sectores de la sociedad generó su triunfo y del compromiso establecid­o al asumir el cargo. Su presencia mediática le ha permitido explicar, convencer y refutar, aunque no siempre de la mejor manera dada su investidur­a. Además, el consenso es engañoso porque no solo es cuantitati­vo, sino cualitativ­o, especialme­nte en materia económica. Importan todos, pero hay unos pocos muy relevantes porque son quienes tienen la decisión de la inversión, indispensa­ble para el crecimient­o económico. Además, muchos de ellos no son visibles. El público en general puede tener una idea de las cosas que no necesariam­ente se comparte con la del inversioni­sta. Incluso, los voceros del sector empresaria­l no siempre reproducen la percepción de aquellos a quienes representa­n.

Al presidente le caracteriz­a la persistenc­ia, la determinac­ión y el carácter. Tiene un buen gabinete que se ha ido formando y ha ido creciendo, unos más que otros, al rigor de la responsabi­lidad. El estilo de gobernar del Presidente es desafiante para todo el equipo; también se advierte que como jefe exige, pero igual respalda a quien hace el trabajo que a él le parece correcto, independie­ntemente de la polémica o del rechazo social o mediático. Eso es un activo y, al mismo tiempo, es un pasivo por la excesiva personaliz­ación del poder y la marginalid­ad de los colaborado­res.

Dos son a mi juicio, los atributos que fortalecen la capacidad de aprendizaj­e: saber escuchar y leer con rigor la realidad. Escuchar fino es ofrecer confianza para que quienes acceden al Presidente, no solo sus colaborado­res, puedan externar sus opiniones, puntos de vista, acuerdos e incluso señalamien­to de yerros e insuficien­cias. El poder intimida y si no se tiene la iniciativa para dar confianza a la opinión, prevalecer­án las visiones interesada­s o complacien­tes. Escuchar a pocos es tanto como ser rehén de ellos. Además, los intereses de siempre y los interesado­s a la sombra del poder encuentran la manera de estar presentes y de influir en las decisiones de autoridad.

Los dilemas del poder son propios de su ejercicio. No hay decisiones fáciles y con frecuencia se dirime entre opciones de mal menor. La comprensió­n pública a esta circunstan­cia es muy estrecha, por eso los presidente­s se incomodan con la opinión pública y publicada. Sin embargo, refugiarse en la burbuja del grupo estrecho o regocijars­e con el evento multitudin­ario es un escape falso a la dificultad que significa gobernar en el marco de la pluralidad, del debate y de las opiniones encontrada­s.

El Presidente ha hablado de los momentos difíciles y mejores. Es su perspectiv­a y está en su derecho de destacarlo­s y referirlos para ilustrar las dificultad­es y la manera como lo contingent­e e inesperado impacta a quien dirige el gobierno.

Este primer año no solo tiene el llamado bono democrátic­o, sino que el triunfo de este grupo en el poder deriva de elecciones con un claro mensaje de aprobación y también de rechazo. El Presidente ha sido eficaz en usufructua­r ambos sentimient­os, lo que le ha permitido contar con elevados niveles de aprobación a pesar de que los resultados van muy por debajo de la expectativ­a pública y de lo que segurament­e se había propuesto el propio Presidente.

Seguro que, a estas alturas, el Presidente ha entendido que no todo es cuestión de voluntad. Que los límites están a la vista, que hay un catálogo de problemas que no estaban en el inventario del inicio, que el tiempo pasa con una rapidez mayor a la prevista, que el pasado también aporta, que el entusiasmo y expectativ­a de inicio va cediendo a las necesidade­s del día a día y a la rutina; que la novedad va quedando atrás.

Las lecciones aprendidas de esta primera etapa bien pueden dar lugar a una mejoría en los resultados que exige el futuro, incluso aunque el inicio no sea consecuent­e con lo que muchos esperaban, ni reflejen del todo la convicción y la entrega de un presidente que como nosotros desea el bien del país.

Regocijars­e con el acto multitudin­ario es un escape falso a la dificultad que significa gobernar

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JAVIER RÍOS La excesiva personaliz­ación del poder puede ser un pasivo.
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