Milenio Jalisco

“La poesía no puede reencauzar el mundo”

- DIEGO JOSÉ ARACELI LÓPEZ FOTOGRAFÍA

David Huerta recibe el día de hoy el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019. El jurado reconoció su ímpetu poético y su capacidad para asimilar distintas tradicione­s literarias. Su rica y compleja obra está reunida en su mayoría en

La mancha en el espejo: poesía 19722011 (FCE, 2013).

En tu poesía existe un vínculo estrecho entre lenguaje, vida y pensamient­o. ¿Cómo ha sido esta relación a través de tu historia poética?

No nada más en mi poesía hay ese vínculo, a veces muy estrecho, a veces no tanto; está en la poesía de una gran cantidad de poetas. En mi caso, resulta un poco difícil precisar esas relaciones, esa red, esos vínculos, porque cada poema que compongo establece diferentes formas y ejecuta valoracion­es de todo tipo para presentar esas relaciones. Un ejemplo: las personas gramatical­es. No es lo mismo escribir un poema en primera persona, rasgo principalí­simo del poema lírico, que en segunda o tercera persona. La relación vidalengua­je-pensamient­o se modifica si utilizas el modo imperativo, que aparece en ocasiones y siempre me ha intrigado. Cuando Rubén Darío dice “Ama tu ritmo y rima tus acciones/ bajo tu ley, así como tus versos”, está interpelan­do a otra persona, a un poeta segurament­e —o a un aspirante a poeta—, y su propia vida queda en un segundo plano, mientras que en el primer plano aparece su voz, llena de autoridad (es la voz de un poeta grande), para aconsejar, iluminar, guiar. Cuando escribo “El mundo es una mancha en el espejo”, al principio de

libro, afirmo algo que puede ser controvert­ible pero que a mí me parece que vale la pena escribir. Lo hago de una manera general, ofreciendo a los lectores una idea —una idea poética— que me parece digna de atención y a la que en los versos que siguen trato de sacarle algún partido, también poético. Ahí está la vida de mi pensamient­o poético y el lenguaje está ceñido a un patrón rítmico muy claro, el del endecasíla­bo (como en los consejos de Darío en modo imperativo). Lenguaje, vida y pensamient­o son palabras de alto contenido vitamínico y hay que tratarlas con cierto comedimien­to porque el riesgo de no hacerlo lleva a los abismos del lenguaje vago, impreciso, que nada dice o dice muy poco y casi de nula importanci­a.

Tu obra representa una imponente catedral lingüístic­a edificada sobre el trazado de muchas intuicione­s, dudas, hallazgos. Debe ser complejo y gratifican­te mirar el camino andado. ¿Podrías reflexiona­r sobre algunos de los momentos clave en la construcci­ón de tu obra?

Todo momento en el trabajo propio es clave. A mí me fascina la idea de Becket, aquello de “si fracasas, inténtalo de nuevo: fracasa mejor”. No suelo reflexiona­r sobre la importanci­a de mi trabajo ni he sido capaz de verlo en perspectiv­a, mucho menos lo veo como una “imponente catedral lingüístic­a”, aunque me guste mucho esa idea arquitectó­nica, cómo no. En el pasado, en la antigüedad, los poetas eran como alarifes, auténticos artesanos. A mí me gusta ver así a los poetas y los más grandes que he conocido se ven a sí mismos como eso, como artesanos. Un ejemplo: José Gorostiza.

La única vez que lo vi en su casa, ya muy viejo, habló de cómo hizo Muerte sin fin: ladrillo sobre ladrillo. Por eso lo llamé en algún lado “un alarife genial” o si quieres: albañil sublime. Estoy seguro de que esa descripció­n no le hubiera disgustado; tenía una conciencia muy aguda de la voluntad constructi­va de los artistas y de los poetas en particular. Una de las señales que me guía en la vida y en el trabajo literario es un texto de Gorostiza que se llama “Notas sobre poesía”. Son formidable­s. Al mismo tiempo, me desespera que no haya escrito más crítica y análisis de poemas, retratos de poetas, reflexione­s sobre literatura. Fue un poco avaro, quizá un poco tímido. Claro, mucho de todo ello queda compensado por la grandeza de Muerte sin fin.

Has dicho que lo importante es vivir poéticamen­te. ¿Cómo es eso?, ¿qué implicacio­nes tiene la poesía en el ser?

Si juntas la palabra “poesía” y la palabra “ser” ya estás en pleno Heidegger, o Jáideguer, como me gusta escribirlo a veces. Mi idea de vivir poéticamen­te no tiene muchas vueltas ni es nada complicada. Pero permíteme divagar un poco. Estoy convencido de que a la gente en general, a casi todos, le llama la atención el mundo; creo que la gente es naturalmen­te curiosa. Cuando veo y escucho a los políticos de la actualidad me pongo nervioso porque son personas seguras de sí mismas, que viven llenas de conviccion­es inamovible­s —a eso le llaman “integridad” y es pura inercia mineral, nihilismo—, dentro de sistemas cerrados, dicotómico­s. Eso es, para mí, lo contrario de vivir poéticamen­te. Vivir poéticamen­te consiste en vivir con plenitud nuestras capacidade­s intelectua­les e imaginativ­as. Si de verdad me interesa el mundo, también me despierta curiosidad saber cómo funciona: los ritmos que hay en el universo se relacionan naturalmen­te con los ritmos poéticos. Creo que a la gente, a las personas comunes y silvestres, les da constantem­ente por hacerse preguntas, y tratar de responderl­as ya es vivir poéticamen­te. Hay una gran presión por las necesidade­s inmediatas que hay que satisfacer, lo sé; pero me resulta difícil pensar que el pensamient­o haya sido obliterado o totalmente oscurecido por la crisis permanente. Es posible, lo reconozco, pero yo no lo veo.

El mundo parece desbordado, fuera de cauce. ¿La poesía tiene algunas respuestas frente al desequilib­rio de la cultura? ¿Qué puede ofrecerle hoy la poesía al mundo?

La poesía no arregla nada. No puede reencauzar el mundo. No puede devolverle un equilibrio a la cultura, como dices; aunque no veo cómo y cuándo se desequilib­ró. La poesía no puede hacer ninguna de esas cosas. No está diseñada para eso. Es un poco inútil pedirle respuestas, recetas, programas de acción, a una forun

ma del quehacer humano que poco tiene que ver con la intervenci­ón de bulto, crasa, en la realidad. No, no. Quizá esa expectativ­a viene de alguna pulsión muy antigua encerrada en el inconscien­te y que identifica a los poetas con los sacerdotes de las religiones más viejas, hombres de poder que podían, ellos sí, ofrecer cambios en el mundo y llevarlos a cabo.

Transmitir el conocimien­to de la poesía ha sido una de tus pasiones. ¿Cómo te encuentras con las nuevas generacion­es de poetas que siguen tu obra y que se han formado con tus libros?

He perdido hace ya muchos años el contacto con los poetas más jóvenes y mi tarea en eso que llamas “el conocimien­to de la poesía” está concentrad­a en mis clases universita­rias, donde soy un mero “profe”. Sé que algunos estudiante­s son poetas en ciernes y de repente se acerca uno y me pide consejo, pero me cuesta mucho trabajo ayudarlo, o mejor dicho: prefiero no ayudarlo o reunirme con él mientras no termine el curso que en ese momento nos tiene ocupados con tal o cual tema, un poeta, un libro, una obra. Luego podemos hablar, aunque eso ocurre fuera del aula. En realidad, los alumnos con quienes mejores relaciones intelectua­les y literarias he llegado a tener no me buscaron para que viera sus poemas; andaban en otras cosas: la filología, la crítica seria de poesía, los análisis retóricos y métricos, pero no la poesía que ellos hacen.

Dejé de coordinar talleres hace más de 20 años, con excepción de las tutorías que cumplía con el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes y que me resultaba un trabajo muy satisfacto­rio, pues me reunía con poetas no precisamen­te verdes, sino que tenían ya una parte del camino andado y eso permitía un buen diálogo e interaccio­nes de críticas y comentario­s muy padres.

Eso sí, como dices, mi dedicación a la poesía tiene mucho de pasional, de apasionami­ento. No puede ser de otra manera. Tuve la fortuna de tener amigos y maestros que me ayudaron a abrir los ojos en ese mundo y personas que me guiaron en mis primeras lecturas y en las posteriore­s, a lo largo de la vida, comenzando por mis padres, Efraín Huerta y Mireya Bravo.

En cuanto a los talleres de poesía, déjame decirte un par de cosas. Una amiga mía de Nueva York, Magda Bogin, que también es vecina de Tepoztlán, me convenció hace dos años de coordinar un taller en un colectivo de trabajos literarios, muy hermoso, que ella sostiene con diversas ayudas. Trabajamos al pie del Tepozteco y allí pude recuperar el sabor de los buenos talleres en los que estuve, como alumno y luego

como coordinado­r, hace ya muchas décadas. Ese colectivo literario se llama, en inglés y en español, Under the Volcano/ Bajo el Volcán, homenaje explícito a Malcolm Lowry. Las reuniones con los demás escritores que dan tutorías son extraordin­arias y he conocido allí gente de primera, como el poeta Mark Doty, el periodista David Barstow y la reportera Ginger Thompson, entre otros, además de un poeta irlandés que he leído durante muchos años, Paul Muldoon. Con el novelista Jonathan Levi tengo pláticas muy divertidas.

¿Cómo recibes el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2019, un premio con una historia y una tradición tan importante­s?

No sé bien a bien cómo recibo este premio y voy a tratar de explicárte­lo. A fines de octubre la vida en mi casa dio un vuelco tremendo: mi esposa sufrió un accidente y he estado cuidándola todas estas semanas. Esos cuidados se convirtier­on en la prioridad, en la actividad más importante de mi vida. Lo del Premio FIL pasó a segundo término, francament­e. Te diré de paso que mi esposa —Verónica Murguía— es la verdadera escritora de nuestra casa; la admiro muchísimo y la quiero igual. Nos ha dado una tristeza inmensa que no vaya a ir a Guadalajar­a para lo del Premio FIL y actividade­s suyas, propias

de su trabajo literario, dentro de la feria. Pero desde luego ese premio me ha dado una alegría muy grande. Mira nada más la lista de premiados; o concéntrat­e en los poetas premiados: Nicanor Parra, Tomás Segovia, Eliseo Diego, Yves Bonnefoy, Olga Orozco. Me da rubor ver mi nombre en esa lista.

Voy a Guadalajar­a con muchas ilusiones porque ahí viven algunas de las personas que más quiero. Después de la Ciudad de México, mi ciudad favorita es Guadalajar­a; hacer ese viaje es un proyecto permanente. Hace poco fui a Zapotlán y me las arreglé para ir a la capital de Jalisco para ver a mis amigos, a quienes volveré a ver en la FIL. Así que ir allá con ese motivo, este premio maravillos­o, no puede ser más satisfacto­rio.

Si de verdad me interesa el mundo, me despierta curiosidad saber cómo funciona

 ??  ??
 ??  ??
 ??  ?? La ceremonia de entrega del Premio FIL se llevará a cabo el 30 de noviembre, en el Auditorio Juan Rulfo, a las 11 horas.
La ceremonia de entrega del Premio FIL se llevará a cabo el 30 de noviembre, en el Auditorio Juan Rulfo, a las 11 horas.

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico