Un plan sutilmente perverso (II)
La cultura y el arte están en las calles de todas las poblaciones del Estado y en las cabezas algo maltratadas de los artistas y los artesanos. Son ellos los que hacen arte, es el pueblo el que hace su cultura, esas expresiones que los intelectuales metidos a servidores públicos no entienden y hasta aborrecen, pues su intención, lejos de mantener estas manifestaciones del espíritu del pueblo, es imponer una cultura y un arte cultos, tan distintos del arte y la cultura popular que resultan, si no despreciables por eso de la moral burguesa, sí fuera del contexto del siglo XXI, según su apreciación.
Existe la tendencia de hacer un arte culto, porque es la única manera de lograr el reconocimiento de aquellos que son los jueces dictaminadores del buen arte, es decir, del que ellos entienden y aprecian, y para lograrlo resulta necesario aplicar sus reglas y sugerencias.
Ya Gabriela Camberos, en una conferencia sobre Arte oficial y no oficial, señalaba que para ser reconocido, independientemente del enamoramiento literario del editor, Bolaño el infrarrealista tuvo que cambiar su estilo y su visión de las cosas para ser aceptado por los jueces dictaminadores de la buena literatura.
Lo mismo pasa con los que se encargan de la cultura y el arte al ir sugiriendo “mejoras” a lo que la gente inculta, según su criterio, hace, hasta deformar la manifestación del espíritu de artistas y artesanos. Al Estado, a través de sus representantes, solamente le interesa modificar lo que el pueblo y los artistas hacen, para ajustarlo a su visión burguesa neoliberal, a cambio de apoyos económicos, publicaciones, premios, becas y otras prebendas.
Martín salva a Giovana y debe condenar, como buen burócrata de la cultura, lo que hacen los artistas y los artesanos, pues deformar, modificar lo que hacen, para satisfacer el gusto de los que pagan, es una forma de discriminación, de condena, análoga a lo que hacía la Inquisición en la España medieval.
Un plan subliminalmente perverso al que se somete un hombre bueno, aceptando sin conceder, a cambio de un salario que no debe ser igual al de la señora Jaspersen, pero que le debe andar pisando los talones, sin considerar los ingresos colaterales que podría agenciarse con las empresas que participen. Ni el arte ni la cultura tal como se crean y se mantienen es importante, hay que retorcerle el espíritu a los que generan estos productos para que hagan lo que se les pide y sientan que están haciendo lo correcto. Todo eso y más puede hacer un buen hombre.
Esas expresiones que los intelectuales metidos a servidores públicos no entienden...