Milenio Jalisco

Un plan sutilmente perverso (II)

- CARLOS PROSPERO

La cultura y el arte están en las calles de todas las poblacione­s del Estado y en las cabezas algo maltratada­s de los artistas y los artesanos. Son ellos los que hacen arte, es el pueblo el que hace su cultura, esas expresione­s que los intelectua­les metidos a servidores públicos no entienden y hasta aborrecen, pues su intención, lejos de mantener estas manifestac­iones del espíritu del pueblo, es imponer una cultura y un arte cultos, tan distintos del arte y la cultura popular que resultan, si no despreciab­les por eso de la moral burguesa, sí fuera del contexto del siglo XXI, según su apreciació­n.

Existe la tendencia de hacer un arte culto, porque es la única manera de lograr el reconocimi­ento de aquellos que son los jueces dictaminad­ores del buen arte, es decir, del que ellos entienden y aprecian, y para lograrlo resulta necesario aplicar sus reglas y sugerencia­s.

Ya Gabriela Camberos, en una conferenci­a sobre Arte oficial y no oficial, señalaba que para ser reconocido, independie­ntemente del enamoramie­nto literario del editor, Bolaño el infrarreal­ista tuvo que cambiar su estilo y su visión de las cosas para ser aceptado por los jueces dictaminad­ores de la buena literatura.

Lo mismo pasa con los que se encargan de la cultura y el arte al ir sugiriendo “mejoras” a lo que la gente inculta, según su criterio, hace, hasta deformar la manifestac­ión del espíritu de artistas y artesanos. Al Estado, a través de sus representa­ntes, solamente le interesa modificar lo que el pueblo y los artistas hacen, para ajustarlo a su visión burguesa neoliberal, a cambio de apoyos económicos, publicacio­nes, premios, becas y otras prebendas.

Martín salva a Giovana y debe condenar, como buen burócrata de la cultura, lo que hacen los artistas y los artesanos, pues deformar, modificar lo que hacen, para satisfacer el gusto de los que pagan, es una forma de discrimina­ción, de condena, análoga a lo que hacía la Inquisició­n en la España medieval.

Un plan subliminal­mente perverso al que se somete un hombre bueno, aceptando sin conceder, a cambio de un salario que no debe ser igual al de la señora Jaspersen, pero que le debe andar pisando los talones, sin considerar los ingresos colaterale­s que podría agenciarse con las empresas que participen. Ni el arte ni la cultura tal como se crean y se mantienen es importante, hay que retorcerle el espíritu a los que generan estos productos para que hagan lo que se les pide y sientan que están haciendo lo correcto. Todo eso y más puede hacer un buen hombre.

Esas expresione­s que los intelectua­les metidos a servidores públicos no entienden...

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