Se podría vivir sin reglas
Vivimos en una época en que todos nos sentimos oprimidos y reprimidos por las reglas, tanto escritas como no escritas. La convivencia en casa, en el trabajo, en los espacios públicos, etc. Incluso las relaciones están plagadas de regulaciones y trámites burocráticos que rigen cada uno de nuestros movimientos. Nos pronunciamos contra las reglas por ser una afrenta a nuestra libertad, y argumentamos que están “allí para ser violadas”.
Estudiosos del comportamiento humano creen que el problema no son realmente las reglas, las normas o las costumbres en general y nos invitan a que hagamos el ejercicio de imaginar la vida en un mundo sin reglas.
Para empezar, nuestros cuerpos siguen leyes biológicas muy estrictas y complejas, sin las cuales todos estaríamos condenados a morir en poco tiempo si no se cumplen.
Las reglas en el deporte se desarrollaron para hacer una competencia más justa y disminuir el riesgo y magnitud de las lesiones que cada disciplina conlleva. Muchas de las normas de la vida cotidiana cumplen exactamente la misma función que las reglas de los juegos: decirnos qué “movimientos” podemos y no podemos hacer, conducir a la izquierda o la derecha, detenerse en las luces rojas, hacer fila, no tirar basura, etc., entran en la misma categoría. Son los cimientos de construcción de una sociedad armoniosa.
Por supuesto, durante mucho tiempo ha habido un apetito entre algunas personas por una sociedad menos formalizada, una sociedad sin gobierno, vivir en un mundo donde la libertad individual tiene prioridad, conduce a la anarquía.
A pesar de nuestras protestas en sentido contrario, las reglas parecen estar integradas en nuestro ADN. Nuestra relación con las reglas no es exclusiva de los humanos. Otras especies del reino animal se comportan de manera altamente ritualista, por ejemplo, las extrañas y complejas danzas de cortejo están conectados a sus genes, no inventados por generaciones pasadas. Y mientras los humanos establecen y mantienen reglas al castigar las violaciones de las reglas, los chimpancés, nuestros parientes más cercanos, no lo hacen. Los chimpancés pueden tomar represalias cuando les roban la comida, pero no castigan el robo de comida en general, incluso si la víctima es un pariente cercano .
La capacidad de nuestra especie para adherirse y hacer cumplir reglas arbitrarias es crucial para nuestro éxito como especie.
Lo negativo es que las reglas pueden desarrollar su propio impulso: las personas pueden volverse tan fervientes sobre las reglas arbitrarias de vestimenta, las restricciones dietéticas o el tratamiento adecuado de lo sagrado que pueden imponer los castigos más extremos para mantenerlas.
Y luego está el “arrastre de reglas”: las reglas simplemente se siguen agregando y extendiendo, de modo que nuestra libertad individual se ve cada vez más restringida. Las restricciones de planificación, las normas de seguridad y las evaluaciones de riesgos pueden acumularse sin cesar y pueden extender su alcance más allá de cualquier intención inicial.
Las restricciones en las dietas, el cumplimiento al pie de la letra de duras jornadas de entrenamiento físico para conseguir una meta, pueden colapsar nuestro organismo.
Las regulaciones ambientales pueden ser tan severas que la conservación del equilibrio del ecosistema se vuelve casi imposible. De la misma manera, las regulaciones sobre el desarrollo de fármacos y nuevas terapias pueden ser tan arduas que se dificultan o retardan la aplicación y uso de tratamientos potencialmente valiosos.
El camino al infierno no solo está pavimentado con buenas intenciones, sino que está bordeado de reglas que hacen cumplir esas buenas intenciones, independientemente de las consecuencias.
Las reglas, como la buena vigilancia, dependen de nuestro consentimiento. Y aquellos que no tienen nuestro consentimiento pueden convertirse en instrumentos de tiranía. Entonces, quizás el mejor consejo es principalmente seguir las reglas, pero siempre preguntar por qué.
El camino al infierno no solo está pavimentado con buenas intenciones