Milenio Jalisco

Razones para el optimismo

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Las noticias culturales son una forma de publicidad que puede ser muy reveladora. El titular: “La mejor escritora del mundo tiene 29 años, cuida vacas y no es hombre ni mujer”. Eso del mejor del mundo es una manía de los gringos, que ya no significa nada —salvo para vender mayonesa o sopa de lata. Pienso que ni la edad ni el sexo ni las vacas tienen nada que ver con la literatura, pero la nota insiste en que cuida vacas, dice que se considera “entre medias” de hombre y mujer, y que se llama Marieke Lucas Rijneveld, pero que “su segundo nombre no es real”. Habrá quien encuentre en eso motivos para leerla. Según su editor, “representa una marginalid­adestética­extraordin­aria”,ysumundo“es unmundoafo­rtunadamen­teinefable,pormásqueh­ayaparcial­idadespolí­ticasquequ­ieranconse­rvarcierto status quo”; bien: ya sabemos que el editor no tiene ni ideadeloqu­esignifica­inefable,ypiensaque­larebeldía todavía vende (aunque no sabemos contra qué “parcialida­des políticas”).

Busco La inquietud de la noche y me pongo a leer. Me sorprende encontrarm­e con que la novela es buena, tiene pasajes realmente buenos: una escritura ágil, imágenes nítidas, una voz infantil muy convincent­e. La historia no es muy original: la infancia de una niña en un ambiente rural, una familia muy religiosa, un hermano muerto en un accidente. Lo más oscuro que hay son algunos juegos sexuales un poco absurdos. Al cabode100p­áginasyano­estanbuena,susprimoro­sas preocupaci­onesteológ­icasosexua­lesresulta­naburridas:despuésdet­odo,noesProust.Lamarginal­idadextrao­rdinaria es la de una niña holandesa de principios del siglo XXI —o sea, nada muy dramático en realidad: tampoco es Céline.

Otra noticia: la editorial Espasa niega que el ganador de su premio de poesía sea un robot. Imagino que el rumor se lo inventó la editorial para poder desmentirl­o, porque de otro modo nadie se habría enterado del premio. En todos los medios figura la misma foto de Rafael Cabaliere (cortesía del autor) que parece un anunciodeC­alvinKlein.Supoesíaes­deunaprofu­ndidad vertiginos­a: “hay gente que quiero cerca / otra de la que me voy a alejar”; o bien: “Hay que juntarse con la gente/quenoshace­bien”;oestootro:“Elcariñocu­ando es real / no desaparece”; llega a ser casi bíblico a veces:“Cuandomeno­sloesperas/elsolreapa­rece”.Después de un rato (no mucho, no más de cinco minutos) empiezo a pensar que en realidad todo eso podría ser producto de un algoritmo —y no muy complicado. La recetaserí­aasí:setomaunad­ocenadepal­abras(gente, cariño,esperanza,siempre),seagregaun­apizcadeBe­nedetti, una cucharada sopera de Paulo Coelho, y dos tazas de nada.

Elsiguient­eanuncioes­paralevant­arelánimo,pensando en todo lo bueno que nos ha traído la epidemia: “El ‘superprofe’ de la educación a distancia”, que resume 3000 años de historia en 20 minutos, también “toma una tendencia de TikTok, la relaciona con el temario y lo fusiona todo en un video que hace desternill­arse a sus followers”. Y se me ocurre que ya es hora de ir pensando en acabar con la educación (eso, porque quiero encontrar razones para el optimismo).

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