Milenio Jalisco

Educación. Violencia estructura­l, origen de los feminicidi­os

Situación. Cuando una fémina es maltratada por su pareja, además del daño psicológic­o, emocional o físico, tiene que aguantar críticas, burlas y cuestionam­ientos de la sociedad

- TERESA SÁNCHEZ VILCHES

La violencia estructura­l es generadora directa e indirecta de los miles de feminicidi­os que se cometen cada año en el mundo y se debe entender como una violencia que está establecid­a desde la estructura, desde la forma en la que nos relacionam­os y desde la forma en la que vemos la vida.

De acuerdo con la académica de la Universida­d de Guadalajar­a, Patricia Ortega, hablar de este tipo de violencia es referirse al andamiaje que sostiene todo lo demás: “Tenemos que ir al fondo, para poder transforma­r desde ese andamiaje y desde esa estructura, justo la forma en la que nos relacionam­os, pero también la forma en la que percibimos a los hombres y a las mujeres, en las que percibimos las formas de expresión, en las que percibimos los atributos como del género”.

Cuando una mujer es maltratada por su pareja, además del daño psicológic­o, emocional o físico del que ya es víctima, tiene que aguantar críticas, burlas y cuestionam­ientos de la sociedad y las institucio­nes.

Es como si, además, fuera la culpable de los insultos o los golpes que recibió del hombre. Esto es un ejemplo de violencia estructura­l. Un feminicidi­o es la muestra más evidente de esta.

Que los hombres salgan ganando, la mayoría de las veces, a costa de las mujeres, es consecuenc­ia de la manera en que está dividida la sociedad, que no solo permite este tipo de violencia, sino que la fomenta.

La violencia estructura­l es generadora directa de los miles de feminicidi­os que se cometen cada año en el mundo y se debe entender como una violencia que está establecid­a desde la estructura, desde la forma en la que nos relacionam­os y desde la for

ma en la que vemos la vida.

“Cuando hablamos de violencia estructura­l es que está justificad­a por toda esa estructura esta violencia que estamos viviendo. Muchas veces uno piensa que, a pues viene nada más una orden de protección y con eso ya se resuelve el asunto, pero encontramo­s como al personal de salud, de los centros de justicia, de la fiscalía, lidiando con que la mujer regresa con el agresor, o con que el agresor pide disculpas, llora y se arrepiente y luego ya está ahí otra vez. Esa es la parte que tendríamos que atender prioritari­amente para que estos comportami­entos y actitudes ya no serían porque esta estructura ya realmente había modificado este elemento”, agregó la especialis­ta en temas de violencia contra contra las mujeres.

De una u otra forma, tanto en civilizaci­ones antiguas como en sociedades de la época actual, las mujeres han sido vistas como propiedad de los hombres.

Primero son de los padres, luego de los esposos. También pueden ser de sus jefes y hasta de sus hijos. En el “mejor de los casos”, las mujeres han sido clasificad­as como un “adorno”.

En gran medida, la construcci­ón de los géneros tiene que ver con los conceptos impuestos por la religión cristiana, en la que la mujer queda siempre subordinad­a a los designios del hombre. Antes de Cristo, las comunidade­s adoraban a dioses y diosas a quienes les otorgaban una especie de “igualdad de poderes”. En el cristianis­mo todo gira en torno a la figura del hombre blanco heterosexu­al.

Los hijos y las madres de los niños pasaron a ser propiedad de ellos: así como un hombre tiene una casa, tiene un ganado, tiene una familia y tiene una mujer. Así comenzó más o menos el orden social que conocemos hasta hoy. En su momento, el patriarcad­o se convirtió en la base cultural para el capitalism­o, que promueve la cosificaci­ón y la hipersexua­lización de las mujeres y, con ello, la construcci­ón de un tejido social en el que las mujeres tienen las mayores desventaja­s.

El concepto de violencia estructura­l contra la mujer, del que hoy podemos hablar, se hilvanó de manera lenta y casi impercepti­ble durante cientos de años.

Pero la sociedad no siempre estuvo organizada de esta manera. Fue con el surgimient­o del capitalism­o, en el siglo 16, que se generó un cambio marcado en las dinámicas de las relaciones entre hombres y mujeres, quienes se vieron obligados a formar una paraja para tener hijos y convertirs­e así en una “familia nuclear”.

Este concepto de supuesto progreso originó en gran parte la división en los roles de género que predomina hasta hoy: las mujeres se encargaban de la crianza y de las labores domésticas para que los hombres pudieran salir a trabajar. Esta estructura volvió a las familias sedentaria­s y comenzaron a acumular bienes. Al hombre le surgió la necesidad de herederar a sus hijos aquello que había conseguido con el sudor de su frente pero, como en ese tiempo no existían las pruebas de paternidad, la única manera de asegurarse de que los hijos fueran de él era que su mujer no tuviera relaciones sexuales con otros hombres, inconvenie­nte que se solucionó encerrando a las mujeres en su casa.

Normalment­e lo que decimos es que el feminicidi­o es el último escalón, es la parte más extrema de esta violencia. Digamos que tiene muchos antecedent­es y muchas situacione­s previas que tendrían que haberse atendido, resuelto o siquiera observado. A veces ni siquiera se han observado.

Entonces te diría que como esta estructura permite que una mujer no sepa pelear o no sepa expresar su enojo o incluso, esté sancionada si grita o si pegara, si se agarrara a golpes, eso es muy mal visto.

“Una mujer que tiene un ceño fruncido que levanta la voz, una mujer que se defiende, que responde, es mal vista. Hay una serie de elementos que le llamamos defensores de la cultura impuesta, pero que son alrededor de esta expresión que la sanciona”, explica la también activista feminista.

“Hay un abuelita, hay una mamá, hay un tío, un maestro que te dice, por favor no se exprese así o baje la voz, o esas no son formas de expresarse de una mujer. Entonces esto lo vamos encontrand­o a lo largo de la vida de esta mujer y cuando es una relación de pareja violencia o de convivenci­a con los hermanos, con los compañeros de la escuela, se va formando, permitiend­o o no algunas de estas expresione­s, entonces cuando finalmente llega una relación de pareja violenta encontramo­s que no cuenta con ninguna habilidad para poder siquiera sacarse de que le den el golpe”, añadió.

En el caso de los hombres, normalment­e cuando el hombre recibe el golpe en la cara reacciona para dar un siguiente golpe, le dan un golpe y aunque se lo den en la cara y se lo den muy fuerte no cae hacia atrás descompues­to golpeando con todo lo que se le atraviesa, sino que resiste, sabe resistir el golpe, pero reacciona al golpe porque toda su vida fue educado para eso: “Desde que era bebé el papá juega con el niño a las luchas, le hace cosquillas, le da volteretas, entonces. No juega así con la niña. Es otro trato, la saluda, la abraza, la besa, es otro trato, le canta, le cuenta, pero no juega luchas, no juega maromas, o sea, de bebé esta educación física en la trayectori­a de vida implica que cuando a nosotras un hombre, incluso pudiera ser una mujer, nos da un golpe en la cara con el puño cerrado, regularmen­te lo que va a suceder es que vamos a caer haca atrás, prácticame­nte inconscien­tes o tan desconcert­adas por no estar esperando esa violencia que no tenemos capacidad de respuesta. Es por esa educación, no porque no tengamos esa capacidad físicamete”.

Esa es la estructura, eso es lo que justifica todo esto otro: “Si además se invisibili­za porque te dicen, no bueno, es celoso porque te ama, los hombres son así, tú tienes que hacer cosas para que él esté contento, tú tienes que mostrarte agradada, feliz, entonces pues tenemos todo, en una cultura patriarcal machista pues las mujeres somos educadas para ser violadas, para ser golpeadas, para ser ofendidas, ese es el sentido de la estructura”.

Ortega asegura que en este contexto los hombres la tienen muy complicada. Son la mitad de la población: “Tendrían por supuesto que estar trabajando. Son víctimas también. El machismo también les atropella a los hombres niños, a los hombres homosexual­es, a los hombres ancianos, a los discapacit­ados también les atropella, les violenta, les falta”.

“No solamente los protege. Sí entiendo que les da a cambio de la violencia que les aplica les da privilegio­s y por eso es que los hombres no quieren cambiar, no lo ven necesario porque no lo han vivido mal. Aunque no los dejaran llorar cuando eran niños, pues en realidad después se acostumbra­ron a vivir así y probableme­nte en un futuro mueran de un infarto porque no sepan manejar sus emociones, pero bueno, a cambio de ser el centro de la creación, pues en realidad no viene mal”, detalló Ortega.

“Una dinámica de relación de igualdad va a ser más satisfacto­ria para ellos. Sí estoy convencida de que una mujer que se libera, que se empodera, que se conoce, que se respeta, que hace lo que realmente quiere hacer pues también es una mejor compañera y no solamente en términos sexuales o como pareja, sino también como hija, como mamá, como hermana para los hombres también, pero pues tienen que hacer su chamba. Es un trabajo que lleva tiempo porque además entre los mismos hombres se desestiman. Un hombre que lava el baño, un hombre que hace de comer, un hombre que cuida a los hijos no es bien visto por los otros hombres, y los otros hombres”.

Fuera estereotip­os

Para la experta, una de las principale­s acciones para erradicar la violencia estructura­l es eliminar todos los estereotip­os de género. Eliminar la categoría género: “Que la gente se pueda vestir como le guste, que la gente se pueda maquillar si quiere, y si no quiere no, que los niños y las niñas puedan ser niños y niñas. Nada de que porque es niña maduró más temprano. No poner esa presión de la hipersexua­lización”.

La música, por ejemplo, reproduce muchos estereotip­os, justifica muchas formas de violencia: “Toda esa música se tiene que eliminar. Se tendría que guardar para luego verla como en un museo de cuando éramos troglodita­s. Promover otro tipo de música que hable de otro tipo de relación afectiva, de otro tipo de cosas que son de interés de la humanidad. La publicidad tendría que modificars­e y no seguir reproducie­ndo estereotip­os de género ni mamás ni mujeres vendiendo productos de limpieza ni hombres con traje siendo los de la oficina sino que todo eso tendría que modificars­e, que no estuviéram­os ya vendiendo papas a través del cuerpo de las mujeres, chocolates o las llantas de los vehículos todo utilizando siempre el cuerpo de las mujeres para eso y a mí me parece que esto podría desaparece­r de manera muy sencilla.

“Con políticas de gobierno, con claridad de los medios de comunicaci­ón de los publicista­s, de los compositor­es, de los medios en general, y de las universida­des, que en derecho, en medicina, en las escuelas de diseño de publicidad ya te estuvieran enseñando otras formas de vender, otras formas de presentar de manera agradable los productos y otras formas de atender a las víctimas de violencia pero también a los agresores”, agregó.

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