La vida es bella
Hace unos días escribí en mi muro de Facebook que he decidido no aplicarme la vacuna y, con ello, abrí la posibilidad de que alguien la aprovechara como antídoto contra el miedo en una dosis. A partir del comentario recibí una retahíla de reclamaciones y recriminaciones por la afrenta. Fui objeto de burlas y sarcasmos, de acusaciones e infundios por una pretendida irresponsabilidad e insensibilidad social al respecto.
Al día de hoy –lo he dicho desde el inicio de este proceso terrible para muchos– estoy plenamente convencido de que el mejor remedio para enfrentar y resolver al coronavirus son el optimismo y la alegría de vivir, aunados a una alimentación sana, el ejercicio de una vida saludable, el aseo personal constante y eficaz, mantener los cuidados necesarios y adecuados al contacto con la gente, dormir bien y, sobre todo, dedicar el tiempo a desarrollar actividades para el trabajo, la superación personal y el entretenimiento creativo… es decir, vivir con el ánimo alto, el entusiasmo activo y, lo más importante, fortalecer y reforzar el sistema inmunológico. Además, lo más trascendente, confiar en Dios y saber que, como seres humanos, nuestro organismo es capaz de superar, con resiliencia y estoicismo, la actual y cualquier adversidad.
Vuelvo a la vacuna: La decisión que tomé se sustenta en la experiencia vital con la que a través de los años he tenido la oportunidad de solventar algunas situaciones complejas relacionadas con la salud fisiológica. Por norma general no consumo medicamentos salvo alguna y rara excepción derivada de haber padecido alguna afectación grave provocada por agentes externos, por ejemplo, el botulismo cuando tenía 20 años. Afortunadamente, mi organismo ha aprendido a crear anticuerpos y a generar condiciones propicias a la regeneración física con eficacia en diversas circunstancias al enfrentar enfermedades. Si, si tengo aplicadas algunas vacunas que me pusieron cuando niño y en tanto no tenía opción. Ahora, me parece que, en este caso, una vacuna no garantiza la inmunidad.
Considero que el tiempo de experimentación ha sido insuficiente para conseguir un antígeno eficiente contra el virus y por ahora se trata de experimentos aleatorios para ver quién le atina, por aproximación, a resultados efectivos. Además, se sabe que una vacuna provee elementos virales ralentizados o con fuerza minimizada para que el organismo se esfuerce en crear anticuerpos de ataquen y eliminen al virus. Sin embargo, cada organismo es diferente, e incluso, cada quien cuenta con historiales y cuadros clínicos de diversa índole, con comorbilidades externas que presentan condiciones y circunstancias que facilitan la transmisión del virus, su contagio o el cómo afectan de manera negativa la fisiología de algunas personas aptas para contraer la enfermedad por su debilidad física u otros factores.
Asimismo, me parece que aplicarse o no la vacuna es una elección personal y no debe ser jamás una imposición ni una obligación. En efecto, es importante reflexionar acerca de la salud pública y en no ser agente de transmisión del virus. Y para eso existen protocolos de contacto y profilaxis. Cómo epílogo diré que, por si acaso, cada quien decida ponérsela –más allá del temor a contagiarse– en razón de saber que todos estamos expuestos ya a contagiarnos en cualquier momento y de ser el caso, con vacuna o no, lo resolveremos o nos despediremos de esta dimensión. Por lo pronto, estén tranquilos, la vida es bella.
Ahora, me parece que, en este caso, una vacuna no garantiza la inmunidad