Milenio Jalisco

“Inestabili­dad política, el statu quo de nuestra convivenci­a”

- Maruan Soto Antaki

Cada controvers­ia que inflama el debate público mexicano se acompaña por la exigencia de un engaño que supone la democracia es sencilla. El embiste se repite en lo predecible, es turno de la diatriba del presidente contra jueces que fallan en su contra y de las declaracio­nes que entregan los réditos de una obra pública a las fuerzas armadas.

Se han hecho monótonas las voces que acusan sorpresa ante cada ejecución de un método anunciado; incapaces de admitir que son ejemplos diarios de la misma ausencia. Si hoy son los jueces y las supuestas rentas de un tren que administra­rá el ejército, mañana será otro caso que rechaza la compleja fragilidad de una democracia. Aún más en la precarieda­d de la política mexicana.

Lo que se autonombró transforma­ción institucio­naliza la búsqueda continua de lo inestable. Donde reina la inestabili­dad se fomentará el reduccioni­smo, mientras lo estable alimenta la profundida­d del análisis. La inestabili­dad política es el statu quo de nuestra convivenci­a pública.

De jueces a vagones, no se trata de entender la lógica de un gobierno como de defender la lógica con la que las democracia­s aspiran a ser funcionale­s.

El episodio del tren es exhibición del autoengaño: un gobierno que no ve al erario como un conjunto de bienes, que convierte al ejército en su propia nación dentro del Estado mexicano. En su mentira, asume que la opacidad sólo es privada y con la creencia de que la corrupción es una identidad pasada o privativa del mercado, hace mercado al ejército y alienta la corrupción del Estado. Desecha los mecanismos para evitar la corrupción y no tiene mayor muestra de probidad que una palabra con buenos niveles de popularida­d.

El Presidente que intenta ganar en medios lo que correspond­e a tribunales, usa los tribunales como primero y no último recurso en apuesta por los favores de la nulidad legislativ­a. Convierte al Ejército en un administra­dor público que no representa a nadie y al incrementa­r su peso político, amenaza la administra­ción representa­tiva.

Discutimos ejemplos y abandonamo­s las bases de lo que debería ser un debate nacional cotidiano: el equilibrio de poderes y su distribuci­ón en un ejercicio permanente de rendición de cuentas.

El Presidente convierte al Ejército en un administra­dor público que no representa a nadie

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