¿Hidalgo sí e Iturbide no? Ah…
Nuestra cultura promueve el victimismo y la correspondiente repartición de culpas. En la escuela nos adoctrinan con la machacona lista de los grandes agravios que ha sobrellevado la nación mexicana, comenzando por la Conquista, y en las clases de historia son consagradas, una y otra vez, figuras de mártires y héroes derrotados.
Deberíamos celebrar, en este 2021, el bicentenario de nuestra vida como un país independiente y ensalzar, justamente, la figura de quien logró pactar el nacimiento de México, un michoacano llamado Agustín de Iturbide. Se proclamó emperador el hombre, es cierto, pero, si lo piensas, era un tema de aquellos tiempos —hubo Napoleones, un káiser Guillermo I, un Francisco José y un Alejandro II, entre otros esclarecidos monarcas—, más allá de las ambiciones personales de nuestro gran libertador (¿le podríamos endilgar ese mote, amables lectores, o lo seguimos relegando a un lugar de segundón?).
Es muy curioso que no estemos conmemorando, con las debidas solemnidades, la consumación de la Independencia, sino que la suprema y preponderante fecha del calendario patrio sea el comienzo de la gesta insurgente protagonizado por un cura criollo con una muy extraña disposición a masacrar españoles inocentes. Y es muy llamativo, de la misma manera, que la historia oficial — por llamar de alguna manera a los relatos contenidos en los libros de texto que, hay que decirlo, tienen autoría y orígenes en personas reales— sea, en buena parte, una propalación de mitos, leyendas y ficciones sin demasiado sustento en los hechos.
Pareciera que lo nuestro —es decir, la vocación primera que se nos pudiere atribuir— es la mentira o, por lo menos, una visión distorsionada de las cosas preferible, por decisión propia, a los rigores de la simple realidad. Hemos construido así un edificio de falsedades para alimentar nuestra identidad colectiva y nos hemos fabricado, de paso, una personalidad que responde más a los imperativos que se derivan del agravio que a los provechos que resultan de la responsabilidad personal.
Y ahí estamos y ahí seguimos. Ya le exigimos al Reino de España que “pida perdón” por los excesos perpetrados hace 500 años en estas tierras. Pues Felipe VI, magnánimo, no ha dicho ni pío de las matanzas de Hidalgo.
Felipe VI, magnánimo, no ha dicho ni pío de las matanzas del cura