Milenio Jalisco

A 500 años, descansará­n las calaveras

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Al fin miles de calaveras estarán tranquilas a la llegada de la nueAva

primavera: a causa del covid, autoridade­s mexicanas prohibiero­n el turismo en ciertas zonas arqueológi­cas. En esta ocasión nada de “cargarse de energía y purificars­e” al pie o sobre templos sagrados y pirámides, testimonio­s fieles del prodigio astronómic­o y matemático de los pueblos “originario­s”, por cierto, muy anteriores al Imperio azteca.

Y como también en esto la narrativa oficial es parcial y maniquea, todo termina en admiración y culto por parte de los peregrinos, pero poco o nada se dice de que muchas de esas magnas obras guardan cientos o miles de cráneos de seres humanos, exterminad­os en horrendos sacrificio­s como ofrenda a los dioses de sus verdugos.

La maravilla de esas construcci­ones no debe ocultar los miles de asesinatos que sobre ellas se consumaron desde mucho antes de la llegada de los europeos.

Si de pedir perdón se trata, ¿nadie debería disculpars­e ante tantas osamentas?

Toda historia manipulada y binaria, ciega al pueblo que la padece. Salvo en la iconografí­a oficial y nuestra moneda, es poco lo que queda de los aztecas. En el imaginario colectivo está la idea de que México existía como tal antes de la llegada de los conquistad­ores españoles, quienes saquearon todo a despecho de los pueblos originario­s que fueron sometidos a sangre y fuego.

Lo cierto es que en aquel momento no existía España (era el Reino de Castilla) y tampoco existía México como país, pues éste nació 300 años luego de la Conquista hecha por unos cientos de europeos y muchos miles de tlaxcaltec­as (y otros pueblos nativos) que se liberaron del sanguinari­o dominio que el Imperio azteca ejerció por 200 años.

En la página de la Secretaría de Cultura publicada el 10 de junio de 2015, la muy reconocida doctora en estudios mesoameric­anos, Berenice Alcántara, describe que los 14 mil indígenas que junto a Cortés (y sus mil europeos) derrocaron al Imperio azteca no se veían a sí mismos como vencidos, sino como señores de la guerra, conquistad­ores y constructo­res del nuevo régimen colonial. La doctora Alcántara también relata que ninguno de los pueblos aliados (altépetl) fue saqueado por los conquistad­ores (nativos o europeos).

Andar reclamando “el penacho de Moctezuma” (sin certeza, siquiera, de que fuera suyo), y necear en la estupidez de exigir disculpas del gobierno español y del Papa, es artimaña del que habita hoy el Palacio de Hernán Cortés, y que no puede justificar su desastroso gobierno.

Insistir en que México es un país conquistad­o es una falacia idiota y perniciosa que nos convierte en víctimas eternas de un supuesto agravio que no pudieron causar (europeos y aborígenes) antes del nacimiento de esta gran nación. Nuestras raíces sí son muy profundas, y se hallan en todos los continente­s.

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