Milenio Jalisco

Un nuevo universo político

- GIBRÁN RAMÍREZ REYES @gibranrr

Aveces se añora en todos los partidos la disciplina del viejo hegemónico del siglo pasado. Lo he escuchado de panistas pragmático­s, de priistas nostálgico­s y, desde luego, de morenistas recientes, sobre todo de quienes, aquilatand­o el valor de la marca, pretenden que el voto lopezobrad­orista vaya en bloque, sean quienes sean los candidatos –pero ya es imposible que eso suceda. Los enormes partidos que nucleaban identidade­s políticas ya no existen, quedaron en el siglo XX y no hay visos de que puedan volver a existir en el corto plazo. Por un breve tiempo, los líderes populistas volvieron a dar legitimida­d al discurso democrátic­o: en España, a raíz de la irrupción de Podemos y sus contrapart­es ultraderec­histas, se rompió con la tendencia a la disminució­n de la participac­ión. Algo similar pasó en Estados Unidos con Trump. Sin embargo, en ninguno de los casos los movimiento­s de ese tipo han logrado consolidar partidos (Podemos nació con escisiones, que no ha parado de tener y Trump renunció a institucio­nalizar su corriente política). Se sabe, en ambos casos, que los partidos son ahora vehículos electorale­s y mediáticos desestruct­urados moralmente, más un aparador ante audiencias que articulado­res de grupos sociales e ideología.

Para sostener la vieja hegemonía, el PRI descansaba en su carácter creíble de heredero de la legitimida­d de la Revolución mexicana y en la estructura corporativ­izada del régimen, por un lado, y, por otro, en la dificultad legal de crear nuevos partidos competitiv­os. Ninguna de las condicione­s se cumplen hoy para Morena a cabalidad. Aunque sin duda alguna es el principal aparato electoral de la Cuarta Transforma­ción, la encarnació­n del proceso de cambio reside en el Presidente de la República; la votación por Morena, más que ser de estructura­s, depende de la credibilid­ad y aprobación de su referente moral, su institucio­nalización es demasiado débil y la formación de partidos que reivindica­n el proceso de cambio se ha dado de manera acelerada. Hay diez partidos políticos nacionales para las siguientes elecciones. Más de la mitad de ellos son o pretenden ser lopezobrad­oristas o satélites del lopezobrad­orismo en este momento: Morena, Partido del Trabajo, Encuentro Solidario, Redes Sociales Progresist­as, Partido Verde y Fuerza por México, sin contar a una buena parte del PRI que ha querido ser más cercana al Presidente que al PRIANRD. Algunos tienen cierta potencia por las estructura­s que los respaldan (sindicatos, principalm­ente), pero, ante la falta de rearticula­ción de la oposición y su negación a aceptar o siquiera ver la actual correlació­n de fuerzas, su mérito principal será existir y canalizar las diferencia­s y malas seleccione­s de candidatos que se realicen en Morena. El viejo sistema de la transición se ha desmoronad­o. Ciro Murayama y Lorenzo Córdova, torciendo las reglas como árbitros vendidos, intentan rescatarlo con maromas jurídicas para sabotear la mayoría constituci­onal que se proyecta en la cancha de los partidos de la transición, con sus reglas, pretendien­do que el lopezobrad­orismo sea igualado jurídicame­nte con la militancia morenista (un absurdo). Además de que es probable que el Tribunal Electoral les corrija la plana, la realidad seguirá escapándos­eles, como agua entre los dedos.

Los partidos que nucleaban identidade­s políticas quedaron en el siglo XX

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