¡Nadie habla de la tragedia educativa!
El círculo vicioso de la pobreza es dificilísimo de romper. Algunos gobiernos pretenden combatir las durezas de la miseria implementando programas asistencialistas que aseguran un mínimo bienestar a los beneficiarios pero esa bonanza es siempre circunstancial, es decir, no resulta de una transformación de fondo, no significa que las condiciones que han imperado siempre —la falta de una formación profesional adecuada, el bajo nivel educativo y la desestructuración familiar, entre otras tantas— han desaparecido para abrirle la puerta a una nueva realidad.
Las ayudas directas, en dinero contante y sonante, mitigan acaso las severidades de una vida de constantes privaciones, pero no son otra cosa que un mero paliativo y, en esa condición de simple atenuante, no cambian verdaderamente las cosas: podrán pasar cinco, 10 o 30 años y el esquema seguirá siendo el mismo: un modelo de transferencia de recursos a fondo perdido en términos estrictamente económicos y de desarrollo humano.
En un mundo ideal, los niños pobres deberían de alimentarse bien —para empezar—, ser debidamente atendidos en sus hogares, recibir una buena educación en las escuelas públicas y contar con buenos servicios de salud. Pues bien, eso es precisamente lo que no tienen: no solo carecen de los bienes más básicos, sino que pareciera que el universo entero se confabula para que se perpetúe por los siglos de los siglos su desesperanzadora indigencia. Lo vemos ahora mismo con la crisis sanitaria que nos ha caído encima al llegar el SARS-CoV-2 a estas latitudes. Los chicos han dejado de asistir a las escuelas donde recibían, mal que bien, una instrucción elemental que les servía para afrontar las exigencias del mercado laboral y en las que podían contar, en algunos casos, con desayunos escolares, por no hablar de la necesarísima experiencia de convivir con los demás. Los chavales de clase media muy seguramente tienen computadoras en casa para seguir los cursos de manera interactiva. En los sectores más pudientes los padres pagan maestros a domicilio. ¿Qué pasa con los chiquillos pobres? Miran una pantalla de televisión, sin poder hacer preguntas ni recibir ayuda alguna. Es una auténtica tragedia nacional. Y lo peor, a nadie parece importarle.
Las ayudas directas no son otra cosa que un mero paliativo