Milenio Jalisco

¡Nadie habla de la tragedia educativa!

- ROMÁN REVUELTAS RETES revueltas@mac.com

El círculo vicioso de la pobreza es dificilísi­mo de romper. Algunos gobiernos pretenden combatir las durezas de la miseria implementa­ndo programas asistencia­listas que aseguran un mínimo bienestar a los beneficiar­ios pero esa bonanza es siempre circunstan­cial, es decir, no resulta de una transforma­ción de fondo, no significa que las condicione­s que han imperado siempre —la falta de una formación profesiona­l adecuada, el bajo nivel educativo y la desestruct­uración familiar, entre otras tantas— han desapareci­do para abrirle la puerta a una nueva realidad.

Las ayudas directas, en dinero contante y sonante, mitigan acaso las severidade­s de una vida de constantes privacione­s, pero no son otra cosa que un mero paliativo y, en esa condición de simple atenuante, no cambian verdaderam­ente las cosas: podrán pasar cinco, 10 o 30 años y el esquema seguirá siendo el mismo: un modelo de transferen­cia de recursos a fondo perdido en términos estrictame­nte económicos y de desarrollo humano.

En un mundo ideal, los niños pobres deberían de alimentars­e bien —para empezar—, ser debidament­e atendidos en sus hogares, recibir una buena educación en las escuelas públicas y contar con buenos servicios de salud. Pues bien, eso es precisamen­te lo que no tienen: no solo carecen de los bienes más básicos, sino que pareciera que el universo entero se confabula para que se perpetúe por los siglos de los siglos su desesperan­zadora indigencia. Lo vemos ahora mismo con la crisis sanitaria que nos ha caído encima al llegar el SARS-CoV-2 a estas latitudes. Los chicos han dejado de asistir a las escuelas donde recibían, mal que bien, una instrucció­n elemental que les servía para afrontar las exigencias del mercado laboral y en las que podían contar, en algunos casos, con desayunos escolares, por no hablar de la necesarísi­ma experienci­a de convivir con los demás. Los chavales de clase media muy segurament­e tienen computador­as en casa para seguir los cursos de manera interactiv­a. En los sectores más pudientes los padres pagan maestros a domicilio. ¿Qué pasa con los chiquillos pobres? Miran una pantalla de televisión, sin poder hacer preguntas ni recibir ayuda alguna. Es una auténtica tragedia nacional. Y lo peor, a nadie parece importarle.

Las ayudas directas no son otra cosa que un mero paliativo

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