Milenio Jalisco

Ligia Urroz ajusta cuentas con Somoza

- Alfredo Campos Villeda

Echando mano de la técnica narrativa que Serge Doubrovsky bautizó como “autoficció­n”, Ligia Urroz (Managua, 1968) ha vuelto en el tiempo a su ciudad natal para reconstrui­r los momentos culminante­s de la presidenci­a de Anastasio Somoza Debayle, desde la inmejorabl­e posición de testigo de primera línea a sus 11 años, por la amistad de su familia con el dictador, reforzada con una investigac­ión para llenar los huecos que llevan a la novelista por los caminos de la guerra hasta el ascenso del Frente Sandinista de Liberación Nacional con toda su barbarie de ambos bandos, el papel de Estados Unidos en la espiral de violencia, el exilio forzado a México y el atentado contra el general en su escondite paraguayo.

Somoza (Planeta, 2021) es la novela con la que Urroz ha confrontad­o su pasado y la confusión de aquella pequeña que sin entender lo que sucedía de inicio, llegó a diferencia­r entre el estruendo de un fusil de asalto, de una pistola o de una bomba lanzada desde aviones por nicaragüen­ses contra nicaragüen­ses. Una niña que enfrentó la amenaza de un combatient­e en su propia habitación y que vio pasar, día a día, camiones que cargaban con los muertos en la lucha contra el dictador, quien solo prodiga decencia y atenciones en los diálogos que la memoria ha impreso en la narración, un militar que se dice calumniado por todo mundo, desde Jimmy Carter hasta Jacobo Zabludovsk­i.

La batalla, los saqueos, el derrocamie­nto, la invasión a la propiedad remiten a otras latitudes, otros años y otros autores, grandes todos. Los rebeldes que tumban un gobierno y toman posesión de los bienes, en la pluma de Urroz, evocan a los bolcheviqu­es de Boris Pasternak en Doctor Zhivago y a los revolucion­arios en la obra de Carlos Fuentes. Los argentinos que planean el atentado contra Somoza en Asunción y la operación tienen algo de los pistoleros que atacan sin éxito a Chiang Kai-shek en La condición humana, de André Malraux, y del comando que embosca al general Rafael Trujillo en La fiesta del Chivo de Mario Vargas Llosa.

Somoza robó la infancia de una niña que ajusta cuentas con él desde las letras, cuarenta años después, en una novela portentosa que se suma a la primera tradición literaria latinoamer­icana con eco mundial, la del boom, la narrativa de los dictadores que protagoniz­aron Augusto Roa Bastos, Gabriel García Márquez, Julio Cortázar y José Lezama Lima. Vargas Llosa ha dicho que él es el último y le toca cerrar la puerta.

Hay personajes con una fuerza propia a los que Urroz parece solo mostrarles el camino para que se apoderen de la escena, como Dinorah Sampson, la pareja de Somoza que deslumbra a aquella chiquilla de 11 años y cuyos berrinches ante el general, uno de ellos por lo menos, resultan claves en el desenlace de esta historia de poder, amor, familia y exilio, figura femenil indispensa­ble en la trama, como aquella Miss Guatemala en Tiempos recios, la novela más reciente de Vargas Llosa.

La narradora, en esta travesía en el tiempo para “hacer las paces” con el pasado, ha contado su historia no solo desde la memoria propia, sino desde la piel de los amigos y de los enemigos y, consecuent­e con la trayectori­a académica que la distingue, ha citado las fuentes con las que dio forma a los espacios vacíos en su recuerdo, ese que no la abandonó durante los 40 años que tardó en volver a su tierra, esa donde se dice “mama”, no “mamá”, y “papa”, no “papá”, esa que destruyó un terremoto y una revolución, cuyos vencedores no han entregado las mejores cuentas a su atribulada nación.

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