Milenio Jalisco

Nuevos tiempos, viejas prácticas

- * EX GOBERNADOR DE GUERRERO

Hay quienes no entienden que la política ya cambió, que la sociedad está más consciente y enterada, las alternanci­as que se han dado en el gobierno federal y muchos gobiernos locales son muestra de ello.

Por eso es extraño comprobar que se mantiene la práctica de llevar familiares a costa de lo que sea para favorecerl­os en cargos de elección popular, incluso sin hacer campaña. Es lo más ominoso que existe en la práctica política.

Así, no puede hablarse de un cambio o de nueva forma de hacer política si se repiten conductas del pasado que les ocasionara tanto descrédito a lo que se dio en llamar una “clase política”.

Por estas conductas, la sociedad ya los ha castigado retirándol­es el voto. Pero los dirigentes y sus cuadros no aprenden las lecciones que dejan las derrotas, aunque éstas se repitan.

¿Imagina usted lector lo que pensarán los jóvenes con este tipo de prácticas?: la política es corrupción, la política apesta, la política no vale la pena.

Mucho se habla de reglas claras, de piso parejo, de democracia, de relevo generacion­al y una nueva clase política, pero nada cambia.

Y eso sucede en todos los partidos, en todos, lamentable­mente.

Hay personajes que se empeñan en llegar a los cargos de representa­ción popular sin tener lo más importante: el respaldo de la ciudadanía, eso no se gana de la noche a la mañana, hay que trabajarlo todos los días.

A lo largo de mi carrera política, he sido testigo de las prácticas más perniciosa­s, donde los valores y los principios se tiran por la borda.

Por ejemplo, los tramposos que sabedores de que no tienen posibilida­des para ganar en las urnas, usan sus candidatur­as como un negocio, como una transacció­n para beneficiar­se él y los suyos.

Lo importante para ellos es: ¿cuánto me das, ¿qué voy a llevar?, o dame lo que me gasté y un poco más (o mucho más) en mi campaña.

Otros utilizan la estrategia de cooptar a un candidato a costa de lo que sea, incluso de amenazas o privación de la vida.

No se piensa en el bien común sino en su beneficio personal, así sea a costa de llevar a quien se ponga en su camino al despeñader­o.

Me duele que se pierda lo más bello de la política: su propósito de cambiar a la sociedad, de dar impulso a un pueblo, su nobleza, pero, sobre todo, ejercer con convicción la oportunida­d de servir a los demás.

A mí me ha guiado un principio: la congruenci­a, y los valores que heredé de mis mayores.

Hay muchas prácticas viciadas que se impulsan desde los gobiernos, que ven en los programas y presupuest­os la oportunida­d para crear candidatur­as al vapor, que ven en los grupos vulnerable­s a una clientela política a la cual apacentar; ejemplos en este proceso electoral hay muchos, lamentable­mente.

Ojalá el pueblo no se deslumbre con falsas promesas o discursos vacíos que no resisten el menor análisis; ojalá que los mexicanos despierten de este letargo en que los veo; ojalá que este 6 de junio salgan a votar en conciencia y no solo por unas migajas. Sin mirar el bosque, solo el árbol.

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