Nuevos tiempos, viejas prácticas
Hay quienes no entienden que la política ya cambió, que la sociedad está más consciente y enterada, las alternancias que se han dado en el gobierno federal y muchos gobiernos locales son muestra de ello.
Por eso es extraño comprobar que se mantiene la práctica de llevar familiares a costa de lo que sea para favorecerlos en cargos de elección popular, incluso sin hacer campaña. Es lo más ominoso que existe en la práctica política.
Así, no puede hablarse de un cambio o de nueva forma de hacer política si se repiten conductas del pasado que les ocasionara tanto descrédito a lo que se dio en llamar una “clase política”.
Por estas conductas, la sociedad ya los ha castigado retirándoles el voto. Pero los dirigentes y sus cuadros no aprenden las lecciones que dejan las derrotas, aunque éstas se repitan.
¿Imagina usted lector lo que pensarán los jóvenes con este tipo de prácticas?: la política es corrupción, la política apesta, la política no vale la pena.
Mucho se habla de reglas claras, de piso parejo, de democracia, de relevo generacional y una nueva clase política, pero nada cambia.
Y eso sucede en todos los partidos, en todos, lamentablemente.
Hay personajes que se empeñan en llegar a los cargos de representación popular sin tener lo más importante: el respaldo de la ciudadanía, eso no se gana de la noche a la mañana, hay que trabajarlo todos los días.
A lo largo de mi carrera política, he sido testigo de las prácticas más perniciosas, donde los valores y los principios se tiran por la borda.
Por ejemplo, los tramposos que sabedores de que no tienen posibilidades para ganar en las urnas, usan sus candidaturas como un negocio, como una transacción para beneficiarse él y los suyos.
Lo importante para ellos es: ¿cuánto me das, ¿qué voy a llevar?, o dame lo que me gasté y un poco más (o mucho más) en mi campaña.
Otros utilizan la estrategia de cooptar a un candidato a costa de lo que sea, incluso de amenazas o privación de la vida.
No se piensa en el bien común sino en su beneficio personal, así sea a costa de llevar a quien se ponga en su camino al despeñadero.
Me duele que se pierda lo más bello de la política: su propósito de cambiar a la sociedad, de dar impulso a un pueblo, su nobleza, pero, sobre todo, ejercer con convicción la oportunidad de servir a los demás.
A mí me ha guiado un principio: la congruencia, y los valores que heredé de mis mayores.
Hay muchas prácticas viciadas que se impulsan desde los gobiernos, que ven en los programas y presupuestos la oportunidad para crear candidaturas al vapor, que ven en los grupos vulnerables a una clientela política a la cual apacentar; ejemplos en este proceso electoral hay muchos, lamentablemente.
Ojalá el pueblo no se deslumbre con falsas promesas o discursos vacíos que no resisten el menor análisis; ojalá que los mexicanos despierten de este letargo en que los veo; ojalá que este 6 de junio salgan a votar en conciencia y no solo por unas migajas. Sin mirar el bosque, solo el árbol.