Milenio Jalisco

Aquí, mojándome

- ARTURO PÉREZ-REVERTE* * Miembro de la Real Academia Española

Llevo unos años asomado a Twitter, y sigo en ello porque me parece una poderosa herramient­a de comunicaci­ón para lo bueno, que es mucho, y para lo malo, que tal vez sea más. En pocos lugares como ése se advierte lo mejor y lo más despreciab­le de la condición humana. Por eso permanezco atento a la pantalla. Lo hice al principio de forma combativa y lo hago ahora de modo más contemplat­ivo. No debato con nadie: planteo asuntos, miro y aprendo pese a mis años. También me hago viejo y me canso. Eso hace que algunos seguidores españoles me lo reprochen. Mójese, don Arturo. No escurra el bulto, juzgue, opine. Olvidan, quienes eso plantean, que Twitter, o por lo menos el mío, no es un servicio público, sino un rincón propio y libre. La barra del bar donde tomo copas con los amigos. Y que a nada obliga. Pero hay algo más, y de eso quiero hablarles hoy.

En lo de mojarse, llevo haciéndolo casi 30 años, desde que dejé de ser reportero. Los viejos lectores de esta página y los tuiteros más veteranos lo saben: lamenté que en España el presidente Felipe González nos arrebatase la fe en las cosas hermosas, que la arrogante ambición de Aznarn os llevas e al desastre, que la imbecilida­d de Zapatero inicia se la demolición del Estado, que la des vergüenza de Rajoy y sus cuarenta ladrones dejase a España hecha una piltrafa, que la cínica chulería de Sánchez nos lleve al borde del abismo y que la siniestra catadura de Pablo Iglesias –el único que, paradójica­mente honrado, no pretende engañar a nadie– no haya disparado ya todas las alarmas democrátic­as entre quienes todavía lo aplauden.

Todo eso lo dije por escrito y de viva voz, nunca por defender a los míos frente a los otros, pues los míos están en mi biblioteca y nada tienen que ver con tanta basura. Por decirlo he pagado los precios correspond­ientes, algunos muy altos e incómodos. No fui el único, por supuesto, pero sí de los pocos. Ahora decirlo suena raro, pero apelo a la memoria de quienes me leen para recordar que durante muchos años quienes se la jugaron en público en España fuimos cuatro gatos. Otros opinadores y/o novelistas, algunos de ellos mostrando una admirable capacidad de succionar lo que hiciera falta, navegaban entre dos aguas, barrían para casa, hablaban muy bajito para su pandilla e incluso afeaban el desgarro de quienes dábamos la cara. Ahora es diferente, claro. En el descojone general están más arropados y cacarean. Pero esos humos podían haberlos soltado en Despeñaper­ros.

Este año cumpliré los setenta y estoy cansado. España no se respeta a sí misma y ha conseguido que nadie la respete fuera, convirtién­dose en el pitorreo de Europa y América. Pese a los repetidos toques de alerta de quienes lo vimos venir, este patio de Monipodio es al fin un disparate en manos de demagogos, oportunist­a se ir responsabl­es de todos los colores y parlas. Que, no lo olvidemos, son elegidos por aquellos millones de españoles a los que sin duda representa­n. Por eso quiero que esta página sirva hoy de manifiesto personal. Me borro de debates y otras mierdas. Me aparto del debate político, de la pandemia, del feminismo ultrarradi­cal que tanto perjudica al de verdad, de las palabras con tilde o sin tilde. Me niego a comentar la actualidad, a puntuar el día a día de nuestra estupidez y nuestra vileza. No excluyo que si alguna vez se me sube la pólvora al campanario alce la voz para ciscarme en los muertos de alguien; pero quiero envejecer tranquilo, y gracias a ustedes puedo hacerlo. Seguiré tecleando artículos semanales, tuiteando y escribiend­o novelas, mientras las lean. Y cuando quiera aludir al presente, ya que mis propias palabras me aburren de tanto repetirlas, buscaré hacerlo como hago últimament­e en Twitter, con voces tomadas de esa biblioteca que es a la vez consuelo y analgésico. Demostrand­o que somos tan estúpidos que creemos nuevo lo que, simplement­e, ignoramos o hemos olvidado.

Así que ya saben. Quienes quieran buscarme, aquí me encontrará­n mientras la salud y la vida lo permitan, imaginando y contado historias, que es mi oficio. En cuanto a largarme a Andorra o a Groenlandi­a, que también podría, no entra en mis planes. Ésta es mi tierra y ésta mi gente. Amo a España por desgraciad­a, como a esas huerfanita­s de las radionovel­as antiguas: por lo mucho que sufre y ha llorado, y todavía va a llorar. No quiero mirarla cobarde y a salvo, desde lejos. Y no estoy dispuesto a que una pandilla de hijos e hijas de puta –seamos paritarios en eso– a los que financio cada año con la mitad de mis ingresos, logre echarme de mi patria. Aunque como español ya sólo tenga fe en el jamón ibérico, en Miguel de Cervantes y en la Guardia Civil.

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LUIS M. MORALES
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