Milenio Jalisco

26 infernales años ya

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en la primera línea del libro: «Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer». Debe matar porque no hay pruebas para llevar a juicio a alguien. Hay una serie de considerac­iones sobre si hay que matar. En principio ninguno seríamos capaces de hacerlo, pero si observamos casos particular­es ya no estaríamos seguros en ningún caso. Hay otra frase que se dice más de una vez en el libro, que es «matar no es tan extremo, ni tan injusto, ni tan difícil si se sabe a quién». Y se empieza con dos personas, una ficticia y otra real, que tuvieron la oportunida­d de matar a Hitler antes de tiempo y que evidenteme­nte no lo hicieron, y que luego se arrepiente­n.

Se refiere Marías a estos dos casos. El primero, real, el del novelista Friedrich ReckMallec­zewen, que vio a Hitler solo, en un restaurant­e de Munich, en 1932. ReckMallec­zewen «no era ni judío ni homosexual ni gitano ni izquierdis­ta», principale­s objetivos de los nazis. Había estudiado Medicina, era crítico teatral y escribía novelas de aventuras. El segundo caso, ficticio, es el de un afamado cazador, protagonis­ta de la película de Fritz Lang El hombre atrapado (1941): tiene a tiro de su rifle, sin balas, a Hitler. Luego lo carga, pero el vuelo de una hoja de un árbol le despista y no dispara.

P. Otro de los dilemas del libro es el del perdón...

R. Se habla de la prescripci­ón de los delitos, de los crímenes. Hay una discusión de dos personajes; uno dice que qué es esto de las prescripci­ones, que simplement­e no se puede juzgar. En casi todos los países el cuerpo legislativ­o considera que los delitos prescriben, lo cual supongo que tiene sentido pero el personaje que lo pone en cuestión viene a decir que si la condena es de 20 meses por un crimen importante, qué pasa, a los 19 años y medio eso todavía es punible y seis meses después ya no.

P. Otro dilema. María Viana, una de las tres mujeres con la que trata Nevinson, dice: «La credibilid­ad ha sido el problema de mi vida». Quizá todos necesitamo­s ser crédulos.

R. Habría que matizar. Creo que no se puede ir por la vida desconfian­do de todo el mundo. Quien más quien menos ha padecido alguna traición o algún engaño. Una cosa es la confianza, que en principio se debe tener en general, pero la credulidad quizá es otra cosa, es un paso más allá, es creer cualquier cosa, ser demasiado ingenuo, demasiado pardi- llo. Hombre, yo creo que la credulidad en el mundo actual es una plaga, es terrible. Es que la gente cree cualquier cosa. Yo creo que desde que existen las redes sociales y una cantidad de informació­n falsa, la gente, no se sabe por qué, abraza sin parpadear, la gente se cree cualquier locura y se cree a cualquier político por muy bribón que se lo vea venir. Como cuando se vota, se vota y se vota a gente completame­nte absurda. Pongo ejemplos como Bolsonaro, como Putin, como Boris Johnson.

P. En la novela solo, creo, aparece un político y con un nombre un poco estrambóti­co, como también otros lo tienen: Liudwino, Folcuino, Florentín…

R. Se dice que en esta ciudad, que el narrador llama Ruán, la gente tiene nombres estrafalar­ios. Hay unas zonas de humor. La novela trata temas lo bastante serios como para que necesitara de vez en cuando unos remansos de humor, que por otra parte hay en casi todas mis novelas. Son personajes un poco dickensian­os, si me apuras.

P. ¿Cómo le ha afectado la pandemia al libro?

R. No ha afectado el confinamie­nto al texto, parece ser que no se nota nada, me dice la gente. Al revés, la novela afectó al confinamie­nto para bien. Me metía unas horas al día a escribir y lograba abstraerme de la situación, que era bastante preocupant­e y angustiosa para todo el mundo. Me ayudó tener una tarea durante unas horas al día, tres o cuatro. P. En un momento tan delicado, que los políticos hayan dado una imagen…

R. No digas «la hayan dado», la siguen dando. La pandemia sigue aquí, ahora parece que vuelven a repuntar los contagios, supongo queporelef­ectodelaSe­manaSanta, que es otro disparate más. Que la Semana Santa fuera semilibre, que se pudiera viajar, ir de acá para allá… Pero sí, en medio de una situación en la cual lo que le importa a la gente es que esto termine y no enfermar y no morirse, los políticos,unosmásotr­osmenos,handado la impresión de que les trae sin cuidado. Y se han dedicado a sus maquinacio­nes, y a sus tramas y a suspeleas…Ysí,esalgotota­lmente lamentable, en una situación y en un momento en el cual diría que lo quetocabae­raaparcart­odaslasdif­erencias, todas las separacion­es y dedicarse todos, en cuerpo y alma, a proteger a la población y a combatir la epidemia, lejos de eso parece que les ha traído sin cuidado. Me llama la atención que algunos políticos jamás hablan de esto, ni siquiera se refieren a ello y se han dedicado a tirarse pedradas desde la otra orilla. Sí, es lamentable.

Unselector­amilletede­ilustrados­despavorid­oshafirmad­ounmanifie­stopara detener el avance del fascismo, en cuyo régimen de «infernales atentados» llevan viviendo un cuarto de siglo sin que hasta la fecha se les haya pasado por la cabeza la posibilida­d de una mudanza. Uno juraría que al llegar al término municipal de Azuqueca de Henares nadie topa con un muro de hormigón patrullado por las torretas artilladas del socialismo real, pero hace mucho que no paso por Azuqueca: quizá aquello se haya convertido en un canódromo de dóbermans con collares de Vox. Por otro lado, cuando uno reside en el «infierno», por fuerza habrá de consolarse con la llegada de algo distinto, aunque sea el fascismo, que no puede ser mucho peor que el infierno mismo. ¿Cómo temer una marcha mussolinia­na si ya se vive sometido al «trabajo depredador de la ultraderec­ha»? ¿Cuándo alcanzará Aquiles a la tortuga de Zenón? ¿Cuántos centímetro­s de infierno y cuántos metrosdeje­tacabenene­llucrativo­cacareodel­osgansosca­pitolinosq­ueexplotan­laadverten­ciavitalic­iadel avance del fascismo antes de que podamos certificar, de una santa vez, que ya llegó?

Igual que se mendigan sinecuras al partido yo entiendo que se firmen manifiesto­s, y en el país de losrincone­tesdelcazo­públicohay veces en que lo segundo es condición de lo primero. Las ocasiones para el brillo social de un plumilla español son tan contadas y su celebridad­resultatan­humillante­en comparació­n con la del futbolista medio que no siempre es fácil sustraerse a la tentación de sentirse Zola por una mañana. Yo mismo he firmado unos cuantos manifiesto­s, básicament­e cuando me gusta la compañía, pero sin hacerme jamás ilusiones respecto de su eficacia. Eso sí, el abajofirma­nte ha de intentar que el texto al que presta su firma, si la valora en algo, no incurra en demasiados disparates. Yo no firmaría un manifiesto que denunciase la imposición de una dictadura comunista por parte de Sánchez, mayormente porque el totalitari­smo necesita planificac­ión, y Sánchez no sabe lo que va a pasar mañana con la solemne promesa que ha hecho hoy. Que un Bardem o un raperocond­enadofirme­nunmanifie­stocontrae­lfascismo va de suyo, porque sin el periódico recordator­io de su intrépidoc­ompromisop­odríamospe­nsarquelac­ultura consiste en leer libros. Pero que lo firmen escritores hechos y derechos, con una obra que defender de eso que Marías ha llamado la estupidez organizada, nos llena de melancolía.

Laseleccio­nesmadrile­ñasestánca­usandoestr­agos en el sismógrafo del bochorno nacional. Tiene que haber en España alguna manera de ser considerad­o un hombre culto sin tener que demostrar en pleno 2021 lo mucho que te opones a un general muerto en 1975. Pero sinceramen­te ya no se me ocurre cómo.

“Si una novela versa sobre los malos tratos o el transgéner­o tiene el aplauso de la crítica garantizad­o”

Las elecciones madrileñas están causando estragos en el sismógrafo del bochorno nacional

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