Entre Tezonco y La Nopalera
Imagine usted que espera a un familiar afuera de una estación del transporte público. En la espera, le llega una llamada donde le dice que,comocadalunes,elconvoyvaareventaryporeso no puede avisarle en cuánto tiempo estará ahí, donde espera a esa persona de su familia cada día laboral. Paciente, aguarda a que llegue hasta las escaleras en donde lo espera sentado y ve a cientos, miles de personas transitarconuncubrebocasenlacámara.Signosdelos tiempos, signos de cómo la sociedad decidió cuidarse ante el desdén de la autoridad.
Pasan 5, 10, 15 minutos del horario acostumbrado dellegadadesuserquerido.Enlaimpaciencia,ustedse sale de Facebook y comienza a escuchar ambulancias, primero las confunde con el sonido ya característico de la ciudad ante la emergencia del covid pero, conforme aumenta el número, sabe que algo malo pasó.
No duda que sea en esa línea que fue motivo de festejo un día y conflictos y acusaciones en adelante. Planeada,construidaydiseñadaconerrores,loquedebería de ser un orgullo para la zona donde vive y la gente que la usa se ha convertido en un dolor de cabeza para autoridades y una bomba de tiempo que llevaba ya un sexenio sin estallar.
Todo tiene su límite y, en él, la víctima no fue el político del pasado o del presente que, para el caso, es el mismo. La víctima es su familiar que quedó prensado entre dos vagones que cayeron al vacío por el vencimiento de una viga. Usted no quiere saber qué dirán esos políticos a temprana hora o qué publicarán en redes sociales, no le interesa que otros políticos usen la zona del desastre para lucrar con su dolor, no le causa empatía la guerra de bajo calibre que derivó en las intrigaspalaciegasyque,hoy,hacenquedosprecandidatos se destruyan en los pasillos de la casa de su jefe. Le importa su familiar.
Horasdespués,trasnegarleunayotravezinformación y en el caos de la jornada, le informan que se encuentra en la morgue y solo puede ser reconocido por la ropa que traía puesta. Ni siquiera puede verlo tal y como era por última vez. Recibe pésames de sus amigos y vecinos, de otros familiares y hasta de parientes de otras víctimas. Se entera, eso sí, que líderes mundiales mandaron oraciones a los fallecidos. También sabe que el presidente de su país estaba muy preocupado por dejar de hablar del accidente para cancelar un timbre postal. Y de alguna palabra de aliento de la esposa del presidente como se estilaba ni lo espere: la señora está desaparecida del ojo público desde hace semanas. Tiene sus propios problemas. Sí, un timbre postal tenía que competir con el dolor de perder un hijo, un esposo, un hermano, una promesa.
Tiene que pedir prestado para pagar el sepelio ya que el gobierno no pagó ningún gasto, tienen demasiadas cosas que atender antes que eso como saber qué pasó y a quién culpar porque, es obvio, ninguno de los actuales quiere perder su futuro sobre la Línea 12 del metro. Poco a poco su dolor quedará en lo íntimo, las elecciones y los enormes intereses que hay en el gobierno harán que la gente se olvide rápidamente del accidente de la misma forma que se normalizó la muerte de cientos de mexicanos de manera diaria de coronavirusolaviolenciacallejeraquehacíaqueusted esperara a su familiar afuera de la estación. Se quedará solo, como lo estaba antes. Solo que con mayor rabia y mayor desesperanza.
Ese es México, donde la vida no vale nada... más que el voto de la siguiente elección.