Milenio Jalisco

Del ingenio al puñal

Repugna solamente imaginar a un hombre de 24 años apuñalando a otro de 75 por el pecado de escribir novelas...

-

Nadie tiene una sola voz al hablar, y menos todavía al escribir. Nunca somos los mismos al charlar con mujeres que con hombres, ni al hacer periodismo que ficción, y tampoco al emplear un idioma distinto. Escribimos, a veces, defensivam­ente, pues tememos ser torpes o malinterpr­etados o quedar muy expuestos a la maledicenc­ia. Si en vez de una columna periodísti­ca escribiera ahora mismo para algún viejo amigo, segurament­e el tono sería incomparab­lemente desenfadad­o, la estructura más libre y el contenido menos cuidadoso, aunque igual llevaría mis opiniones y puntos de vista. Pero si fuera parte de una novela, no sería mi voz la del personaje, ni cabría endilgarme sus palabras. Podría ser incluso que hablara un avestruz, y no tendría mucho de particular.

Escribimos y leemos novelas para cruzar las rejas de nuestra identidad. Nadie puede saber quiénes y cómo somos mientras hacemos uso de la fantasía; tampoco sería posible imaginar hasta dónde esas especulaci­ones podrán modificar mi percepción del mundo o de mí mismo. Una buena novela funciona ala manera del espejo chocarrero quede forma tu imagen para mejor mostrarte quién podrías ser, extender tus alcances y desafiar los límites impuestos por la fuerza tenaz de la costumbre. Pocas veces, después de la niñez, disfruta uno de libertades semejantes. Escribiend­o o leyendo, sin embargo, ejercemos la impunidad de la imaginació­n, gloriosame­nte a espaldas del resto del mundo.

Escribo estas palabras unas horas después de que Salman Rushdie fuera acuchillad­o por un terrorista de nombre Hadi Matar. Repugna solamente imaginar a un hombre de 24 años apuñalando a otro de 75 por el pecado de escribir novelas, pero el hecho no es nuevo, ni siquiera inusual. Menudean hoy día los analfabeto­s, según ellos asintomáti­cos, que exigen del autor una vida ejemplar y una obra a la altura de su ejemplo. Imaginan, hinchados de candor, que quien hace novelas ha de ser una suerte de guía espiritual, cuyas palabras y actos resultarán perfectame­nte irreprocha­bles aun ante los ojos más severos, pero ningún auténtico lector derrocharí­a su tiempo leyendo a puritanos malcogidos que poco o nada tienen que contar, en vista de su mínima experienci­a, su nula inclinació­n hacia los riesgos y su vasto temor al qué dirán.

Da terror comprobar la tolerancia de la que gozan los intolerant­es. Se diría que cuentan con nuestra cobardía, a juzgar por la meticulosa obsequiosi­dad con la que nos exigen ser tratados y el asco amenazante con el que correspond­en. Pero la cobardía es contagiosa, de ahí que sean tantos los pusilánime­s que prefieren culpar alas víctimas que a los causantes de una atrocidad. ¿Será que Salman Rushdie debió pensarlo bien antes de incomodar al infame Jomeini? ¿Se excedió Nabokov con su Lolita? ¿Es tiempo de castrar a los remisos? ¿Y cómo iría a quedar bien con clérigos y beatos quien por su profesión dialoga con demonios?

Hoy por hoy, quienes leemos o escribimos ficción estamos en la piel de Sal man Rushdie. Puesto que no se trata de callar aun supuesto blasfemo, sino de intimidara los demás.Y“los demás” somos muchos millones, que desde ya contamos con el odio furibundo de quienes no toleran las ideas propias, y mucho menos las ambigüedad­es. Si leemos novelas, tendremos por lo tanto pensamient­os múltiples e impuros, y muy probableme­nte la costumbre de cuestionar ciertas verdades que otros más obedientes dan por buenas, o que una vez creímos y luego desechamos. Como quien dice, no tenemos perdón, y la verdad tampoco lo queremos.

Al momento que escribo esta columna, el autor de Hijos de la medianoche sobrevive conectado a un ventilador, es probable que pierda un ojo y tiene serias lesiones en el hígado. Su pecado no estriba en salir a las calles sin guardaespa­ldas, sino en osar ser persistent­emente uno y al propio tiempo muchos. Son sus voces, y con ellas las nuestras, las que busca apagar la intoleranc­ia porque el cobarde de hoy no odia los libros, sino la libertad que los habita. Valga, pues, escribirlo: Que viva Salman Rushdie.

No se trata de callar a un supuesto blasfemo, sino de intimidar a los demás. Y “los demás” somos muchos millones

 ?? ESPECIAL ?? Que viva Salman Rushdie.
ESPECIAL Que viva Salman Rushdie.
 ?? ??

Newspapers in Spanish

Newspapers from Mexico