El populismo en la era de la ira
El populismo es a la democracia lo que el mercado negro a la economía. La rigidez de los mecanismos de representatividad y sus restricciones en favor de la partidocracia propician el surgimiento de líderes de grupos marginados que venden un proyecto proscrito con alta demanda popular. El resultado es un grave deterioro de las instituciones democráticas que no solo ocurre en el mudo subdesarrollado; Estados Unidos es hoy un preocupante ejemplo del peligro que acecha al mundo.
La casa de Donald Trump en Florida fue cateada hace unos días en busca de documentos que habría extraído ilegalmente de la Casa Blanca, y que según The Washington Post contienen información sobre armas nucleares. Trump alegó cacería de brujas y siembra de papeles incriminatorios y provocó así que sus partidarios arremetieran contra el FBI, ejecutor del allanamiento: uno de ellos murió a balazos tras irrumpir armado en una de las sedes de la agencia; hombres con rifles de asalto han rodeado otras de ellas; en Truth Social, la red social trumpiana, proliferan amenazas de muerte contra sus agentes.
Donald Trump polariza a su país y desacredita su institucionalidad. Cuando todas las encuestas vaticinaban su derrota a manos de Joe Biden, y en evidente realización de un script de Steve Bannon, anunció que se preparaba un fraude en su contra para luego proclamar sin pruebas que le robaron la elección y mover a una turba de sus seguidores a asaltar violentamente el Capitolio. Por cierto, con muchos más indicios asufavor,elrepublicanoNixonse quejó en su momento de un operativo fraudulento, como lo hizo después el demócrata Gore, pero ante la imposibilidad de probarlos el primero aceptó su derrota frente a Kennedy y el segundo impugnó y luego acató la decisión de la Corte de validar el triunfo de Bush; ni uno ni otro socavó sus instituciones o instigó la violencia. Trump sí lo hizo. Y ahora acusa de persecución política nada menos que al FBI, la policía conservadora por antonomasia, lo cual alienta a milicias neofascistas y al conspiracionismo sectario que literalmente sataniza al anti trumpismo. Si hablar de barruntos de guerra civil suena exagerado, no lo es prever rebeliones violentas en caso de que el expresidente sea enjuiciado en alguno de sus múltiples líos legales.
El remedio populista es peor que la enfermedad democrática: da a una persona la potestad absolutista de interpretar la voluntad del pueblo, lo que a menudo supone manipularla. En la era de la ira, y sin acotamientos legales e institucionales a los excesos del temperamento humano, la violencia y el caos esperan a la vuelta de la esquina. Me apoyo en Rousseau, el precursor de la democracia participativa, al formular una pregunta de incorrección política: si el sentido común nos dice que un individuo debe serenarse antes de tomar decisiones importantes, ¿qué justifica el asalto del Estado de derecho por parte de una colectividad enconada y crispada, por mayoritaria que sea, para desmantelar el orden democrático?
La democracia está enferma, sin duda, pero su sanación no puede venir de masas azuzadas que podrían matarla. Su sublimación, si ha de darse, vendrá de la sociedad políticamente organizada, la que se da leyes e instituciones para contenerse a sí misma en tiempos de exasperación.
La democracia está enferma, sin duda, pero su sanación no puede venir de masas azuzadas