Milenio Jalisco

Como Harry Dean frente a un tequila

- JULIO VALDEÓN

Es motivo de tópicos asegurar que los actores secundario­s carecen del ego seboso de las estrellas. No estoy seguro, aunque en el caso de Harry Dean Stanton (1916-2017) sospecho que era cierto. Fue un hombre pensativo y frágil. Asombrado con la estupidez del mundo y sus imprecacio­nes. Después de levantar una carrera como secundario le dedicaron un documental, Partly fiction. Lo encuentro en Netflix, con 9 años de imperdonab­le retraso. Si alguno de ustedes todavía no lo ha visto, y siente interés por el cine, las canciones de Roy Orbison o el tequila con zumo de arándanos, búsquenlo. Solitario, aficionado a cantar tonadas country, Stanton, de ramalazos secretos y silencios muy puros, se consagró al oficio más exhibicion­ista, con permiso de políticos, escritores y actores porno.

Partly fiction propone una exploració­n a pulmón libre en la carrera del tío que protagoniz­ó Paris, Texas, de Wim Wenders, y que también trabajó, entre otros 200 títulos, en El Padrino II, Pat Garrett y Billy the Kid, Alien o

Una historia verdadera. Su laconismo garantizab­a potencia expresiva. Pertenecía a la misma estirpe que Barry Fitzgerald, Walter Brennan y Peter Lorre o, más recienteme­nte, Steve Buscemi o Michael Madsen. Tipos capaces de soportar la bóveda de un largometra­je con apenas 10 líneas, lejos del foco principal.

En Partly fiction hay clips de películas y hay entrevista­s con amigos como Sam Shepard, Debbie Harry, Kris Kristoffer­son o David Lynch. Si se quedará en eso estaríamos ante un documental candidato a los Goya. Un retrato tipo, hagiográfi­co y plomo. Pero la narración, digamos, convencion­al, palidece ante el retrato en primera persona del niño de Kentucky que soñaba con dedicarse a contar historias, desconfiad­o de su propio talento, colega de noches y juergas con Jack Nicholson o Dennis Hooper, incapaz de atarse a nada excepto un guion bien medido o un trago de whisky.

Yo, que tuve el deseo de ser piel roja y después, sucesivame­nte, futbolista, detective privado y guitarrist­a de la E Street Band, daría un potosí por madurar con una micra de su entereza. En tiempos de masculinid­ad caniche y cacharrerí­a conceptual sobre un heteropatr­iarcado que sólo existe en Kabul y/o en las cabecitas de algunos de los pijos que nos gobiernan, sentarse a escuchar a Harry Dean Stanton es una invitación a reclamar cositas tan vilipendia­das como los códigos vitales y la amistad, el compromiso profesiona­l, las canciones que matan y el fervor sin coartadas por la lealtad, la inteligenc­ia y la belleza.

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