Periodistas vendidos y críticos convencidos
Las relaciones entre el poder político y la prensa son por naturaleza muy complicadas. En los tiempos del antiguo régimen priista existía en este país una prensa comprada que prodigaba en permanencia obsequiosos halagos al Señor Presidente de la República o, en cada una de las entidades federativas, a los señores gobernadores. La paga era no sólo por difundir los logros, reales o ficticios, de la clase gobernante sino por publicar en sus páginas, a manera de contra prestación, la propaganda de los organismos oficiales. Muchos escribidores, encima, vendían también sus servicios y garrapateaban entonces las debidas glorificaciones o, cuando tocaba, se aprestaban gustosamente a propalar calumnias por encargo o a servir de vehículo a los fantasiosos embustes de alguna intriga palaciega.
El estigma de la dádiva ofrecida al periodista —el famoso “chayote”— lo siguen sobrellevando ahora quienes, por no comulgar con la verdad oficial, se permiten el ejercicio de la crítica. Los aduladores, por el contrario, parecen estar libres de toda sospecha por el simple hecho de ser adherentes voluntarios a una causa, a un movimiento o, ya en términos más concretos, al régimen de la autobautizada Cuarta Transformación.
Por otro lado, el espíritu de cuerpo del gremio periodístico lleva a que los propios informadores respondan airadamente a los señalamientos de que uno de los suyos pueda ser simplemente un sujeto ruin o, en el mejor de los casos, tan poco enterado de las cosas como para difundir un infundio ante el cual el afectado se encuentra, prácticamente, en un estado de total indefensión. Cualquier acusación dirigida a un hombre público se transmuta, en automático, en una acusación y el costo del desprestigio es irreparable en tanto que la opinión pública está dispuesta a creerse casi cualquier patraña, llevada por su disposición a sospechar de todo lo habido y por haber, su convencimiento de que “todos son iguales” y su propensión a decretar, por anticipado, que cualquier denuncia es ya un hecho delictivo.
Entre un extremo y el otro, entre los medios al servicio del poder y los gacetillerosabyectos,seencuentranquienesse dedican simplemente a la muy saludable y necesarísima tarea de criticar al poder. También existen, miren ustedes...
Los aduladores, por el contrario, parecen estar libres de toda sospecha