Autoritarismos del Siglo XXI
Los autoritarismos modernos han cambiado en las formas, más no en el fondo. Se presentan como demócratas y pregonan las libertades, pero no toleran la crítica ni el disenso. Son magos de la manipulación mediática y la propaganda, el “spin”. No se exponen a las demandas de la sociedad que los eligió. Gobiernan por redes sociales.
Llaman al diálogo, pero imponen condiciones. Cualquier cuestionamiento es considerado una falta de respeto. No tienen legítimos adversarios, sino enemigos (reales o imaginarios). Sus alianzas y principios son efímeros.
Son más sofisticados en sus métodos, pero su objetivo es el mismo: la sumisión, el control y la acumulación de poder. Aborrecen los equilibrios y contrapesos, por ello debilitan las instituciones.
En su libro Spin Dictators, Sergei Gurievy Daniel Treisman afirman que los autoritarismos del Siglo XXI “necesitan ocultar su censura, pero su pretensión de ser democráticos se desmorona si la gente los ve silenciar a sus críticos”.
El lamentable y revelador incidente sucedido el viernes pasado en el CUValles, de la Universidad de Guadalajara, donde el gobernador de Jalisco, Enrique Alfaro, deslizó amenazas a directivos universitarios en un video -después editado y con su “spin”-, es un claro ejemplo de estos nuevos autoritarismos. Es simplista pensar que solo es asunto de “estilos personales de gobernar” o incluso de factores emocionales. Tampoco es cuestión generacional, igual se da en jóvenes (DeSantis, Bukele) como en viejos (Orbán, Bolsonaro).
El problema es más complejo y estructural: son las frágiles instituciones y los endebles contrapesos. Los neo-autoritarios hacen lo que hacen por una sencilla razón: porque pueden.
Otra característica de estos autoritarismos, igual en Florida o Jalisco que en Hungría o Brasil, es su ataque a las universidades. Pretextos sobran, pero lo intolerable para ellos es que las universidades autónomas, por naturaleza críticas, no se sometan al poder en turno.
Dicho sea de paso, en la Universidad de Guadalajara se vive la crítica, la autocrítica y el disenso, pero nunca la intolerancia ni la censura. Tampoco se miden las palabras, se usan para el diálogo franco y abierto.
No tienen legítimos adversarios, sino enemigos (reales o imaginarios)