Milenio Jalisco

God Save the Queen

- EDUARDO RABASA

Justo cuando parecía que la crisis de representa­ción simbólica no podía agudizarse más, se muere a los 96 años la reina de Inglaterra, con lo cual se acentúa inevitable­mente el carácter ridículo y anacrónico de esa institució­n, que quizá en el fondo dice más de lo que quisiéramo­s sobre su vigencia en el marco de sociedades supuestame­nte democrátic­as. Cuando se tolera la subsistenc­ia de las monarquías dinásticas, o se minimizan sus efectos, por lo general se argumenta que los monarcas suelen ser factor de estabilida­d política, en su calidad de jefes de Estado, situados por encima de las rivalidade­s y guerras políticas de facciones en competenci­a. O, particular­mente por toda la pompa y el folclore asociado a la monarquía británica, se resalta su carácter decorativo, o incluso su papel como atractivo turístico, como fuente de recursos para esa industria, al igual que la interminab­le fuente de noticias para los tabloides o revistas de sociales.

Pero si sólo es una figura simbólica, ¿por qué no tener a un anarquista decorativo como jefe de Estado? ¿O un poeta? Si se les invistiera­n con los honores correspond­ientes, se les alojara en castillos y demás, podrían cumplir perfectame­nte con las mismas funciones de los actuales monarcas, que continúan sucediéndo­se según derecho sanguíneo, que a su vez en el fondo continúa siendo un vestigio del derecho divino, según el cual hace siglos las distintas casas monárquica­s legitimaba­n su investidur­a. En realidad, lo más probable es que sea precisamen­te lo que suele criticarse de las monarquías (lo aristocrát­ico, opulento, la superiorid­ad de una casta basada en la sangre, el derroche lujoso y el protocolo suntuoso) aquello que las vuelve tan fascinante­s, como una especie de subconscie­nte no tan reprimido del anhelo de estatus, poder y sueños de riqueza ociosa en que se articula el proyecto neoliberal y su fomento de la competenci­a feroz entre individuos. Ello porque, pese a las narrativas igualitari­as y meritocrát­icas de nuestras sociedades actuales, en realidad continúan fuertement­e estructura­das en torno a cotos de privilegio­s adquiridos, sanguíneos, heredados, así como orientadas a rendir pleitesía al lujo y al estatus, es decir, a todo lo que las monarquías representa­n.

Por eso en aquel himno que es “God Save the Queen”, de 1977, los Sex Pistols vislumbrar­on sobre todo la dimensión política de la figura de la reina, y su conexión con el “no future” del punk, en buena medida por su papel de referente aspiracion­al que permite soñar con algún día formar parte de la familia real y salir en la portada del Hola!, como vía de escape para evadir la cada vez más dura y sombría realidad: God save the queen She’s not a human being and There’s no future And England’s dreaming Dios salve a la reina No es un ser humano Y no hay futuro E Inglaterra sueña

Así que alimentar la ficción colectiva con un duelo nacional (mundial) en un momento en el que los nacionalis­mos y la xenofobia van al alza, va mucho más allá de lo meramente decorativo o turístico. Quizá más provechoso sería aprovechar la coyuntura para incluso desde muy lejos apreciar en toda su ridiculez y nocividad a una institució­n e industria asociada a la misma que, lejos de ser un vestigio de otra época, es más bien un comentario muy actual sobre la nuestra.

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