God Save the Queen
Justo cuando parecía que la crisis de representación simbólica no podía agudizarse más, se muere a los 96 años la reina de Inglaterra, con lo cual se acentúa inevitablemente el carácter ridículo y anacrónico de esa institución, que quizá en el fondo dice más de lo que quisiéramos sobre su vigencia en el marco de sociedades supuestamente democráticas. Cuando se tolera la subsistencia de las monarquías dinásticas, o se minimizan sus efectos, por lo general se argumenta que los monarcas suelen ser factor de estabilidad política, en su calidad de jefes de Estado, situados por encima de las rivalidades y guerras políticas de facciones en competencia. O, particularmente por toda la pompa y el folclore asociado a la monarquía británica, se resalta su carácter decorativo, o incluso su papel como atractivo turístico, como fuente de recursos para esa industria, al igual que la interminable fuente de noticias para los tabloides o revistas de sociales.
Pero si sólo es una figura simbólica, ¿por qué no tener a un anarquista decorativo como jefe de Estado? ¿O un poeta? Si se les invistieran con los honores correspondientes, se les alojara en castillos y demás, podrían cumplir perfectamente con las mismas funciones de los actuales monarcas, que continúan sucediéndose según derecho sanguíneo, que a su vez en el fondo continúa siendo un vestigio del derecho divino, según el cual hace siglos las distintas casas monárquicas legitimaban su investidura. En realidad, lo más probable es que sea precisamente lo que suele criticarse de las monarquías (lo aristocrático, opulento, la superioridad de una casta basada en la sangre, el derroche lujoso y el protocolo suntuoso) aquello que las vuelve tan fascinantes, como una especie de subconsciente no tan reprimido del anhelo de estatus, poder y sueños de riqueza ociosa en que se articula el proyecto neoliberal y su fomento de la competencia feroz entre individuos. Ello porque, pese a las narrativas igualitarias y meritocráticas de nuestras sociedades actuales, en realidad continúan fuertemente estructuradas en torno a cotos de privilegios adquiridos, sanguíneos, heredados, así como orientadas a rendir pleitesía al lujo y al estatus, es decir, a todo lo que las monarquías representan.
Por eso en aquel himno que es “God Save the Queen”, de 1977, los Sex Pistols vislumbraron sobre todo la dimensión política de la figura de la reina, y su conexión con el “no future” del punk, en buena medida por su papel de referente aspiracional que permite soñar con algún día formar parte de la familia real y salir en la portada del Hola!, como vía de escape para evadir la cada vez más dura y sombría realidad: God save the queen She’s not a human being and There’s no future And England’s dreaming Dios salve a la reina No es un ser humano Y no hay futuro E Inglaterra sueña
Así que alimentar la ficción colectiva con un duelo nacional (mundial) en un momento en el que los nacionalismos y la xenofobia van al alza, va mucho más allá de lo meramente decorativo o turístico. Quizá más provechoso sería aprovechar la coyuntura para incluso desde muy lejos apreciar en toda su ridiculez y nocividad a una institución e industria asociada a la misma que, lejos de ser un vestigio de otra época, es más bien un comentario muy actual sobre la nuestra.