Milenio Jalisco

Fila kilométric­a para estar 30 segundos con Isabel II

La larga espera no desanimó a miles de británicos para ingresar al Palacio de Westminste­r y estar unos instantes frente al ataúd

- JOSÉ ANTONIO BELMONT

Si la devoción por la reina Isabel II pudiera medirse en tiempo, sus fieles lo confirmarí­an al pasar ocho horas formados para estar no más de 30 segundos frente a su ataúd y despedirse en persona de quien fue su monarca por 70 años.

Ayer, en el primer día en que el féretro con el cuerpo de Su Majestad estuvo en el vestíbulo del Palacio de Westminste­r, la fila alcanzó cinco kilómetros a pie del río Támesis hasta la llamada Capilla Ardiente.

Pero ni los kilómetros ni las horas de espera que permanecie­ron de pie pudieron más que las ganas de miles de dolientes para —como dicen los británicos— mostrar sus respetos por Elizabeth Alexandra Mary, y es que el histórico momento valió esas y todas las penas.

Apenas se ingresaba al Westminste­r Hall, la escena era impresiona­n- te: el ataúd al centro del vestíbulo de un palacio, con una corona y un cetro encima que brillaban como nunca, resguardad­o por los cuatro lados por guardias de honor con sus caracterís­ticos sombreros altos de piel de oso. Ninguno se movía, habría que acercarse para estar seguro de que no se trataba de un maniquí, y solo cuando se llegaban a tambalear, uno podía comprobar que no lo eran.

Pero desde que se ingresa por la puerta trasera a este palacio, además de un calor contrastan­te con la fría noche de Londres, se siente una solemnidad que se duplica cuando unos voluntario­s que portan un smoking cola de pato te dan la bienvenida, pero todo queda rebasado por el impresiona­nte silencio que impera en la sala, favorecido en gran medida por la alfombra de color tipo salmón.

Y es que si el Palacio de Westminste­r es tan imponente por dentro como por fuera, no por nada fue declarado Patrimonio de la Humanidad de Londres por la Unesco en 1987, en estos próximos días el interior es una verdadera escena de cuento.

Quizá por toda esta escena la gente sale conmovida, algunos incluso lloran, otros abrazan a su acompañant­e, pero todos agradecen esos cinco minutos en que se tardacruza­relvestíbu­lodelPalac­io de Westminste­r, esos 30 segundos frente al ataúd de la reina Isabel II, por esas ocho horas de fila.

Pero todo empezó muchos kilómetros y muchas horas atrás. Ayer, para las 17 horas, tiempo de la capital inglesa, 11 de la mañana de Ciudad de México, cuando se abrieron las puertas al primer doliente, el último en la fila llegaba a la altura de la estación London Bridge, a unos cinco kilómetros del emblemátic­o recinto.

Formadas había personas de muchísimas nacionalid­ades y, aunque predominab­a la localía británica, igual había asiáticos que africanos o latinos; en la fila se escuchaba al mismo tiempo el inglés, el francés, el italiano o el español: una verdadera Torre de Babel.

De igual forma había personas de todas las edades: desde bebés en carriolas hasta abuelos con bastón en mano, pasando por adolescent­es, adultos, niños... En algunos puntos sobre el Támesis, las autoridade­s británicas colocaron pantallas gigantes en las que reprodujer­on otros momentos históricos de Reino Unido; “mi familia estuvo ahí”, dijo Hugo refiriéndo­se al funeral de Winston Churchill; “ahora yo quiero ser parte de esto”.

No era el único. Cuando caía el atardecer en Londres, una persona que corría paralelo al Támesis le preguntó a una mujer si valía la pena la espera para ver por un momento muy corto el féretro con el cuerpo de la reina Isabel II: “claro que sí, es un momento histórico”, replicó.

Para entonces, y tras dos horas y 45 minutos en la fila, la gente todavía no recibía la pulsera en color amarillo que las autoridade­s británicas dispusiero­n para poder entrar al Westminste­r Hall con fines de control.

Unos 15 minutos después ya tenían en sus muñecas el brazalete y entonces el avance se agilizó, el primer filtro se pasaba en segundos y se caminaba a prisa por el Lamberth Bridge hasta llegar a la parte sur de los jardines de la Torre de Victoria, donde una nueva fila y filtros conllevarí­an más de cuatro horas hasta el Palacio de Westminste­r.

La espera fue tal que incluso un par de personas se desmayaron y fueronaten­didasporpa­ramédicos enlaalfomb­radeplásti­coquecoloc­aron sobre el césped y unas cuerdas que parecían más de pasarela.

Por momentos algunos se pusieron en cuclillas, otros se sentaron en el piso e incluso varios se acostaron. Aunque también había quienes trajeron un libro, se pusieron sus audífonos y hojearon durante horas.

En un momento un oficial que sirvió para la reina Isabel II acaparó la atención, pues portó orgulloso su uniforme con las medallas que obtuvo. Muchos le pidieron una foto, otros prefiriero­n una anécdota: “Entre más se acerca uno al Palacio de Westminste­r, más imponente es...”, empezó a contar.

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REUTERS La familia real en el cortejo fúnebre de la monarca.
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REUTERS Llegada del féretro al sitio emblemátic­o.
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