Milenio Jalisco

Las cosas se arreglan antes, no después

- Revueltas@mac.com

Hay puntos de no retorno. El canalla sanguinari­o que le corta una oreja a un niño secuestrad­o no merece otra cosa que ser apartado de la vida en sociedad. Hubo tal vez un momento en que su destino particular hubiera podido ser cambiado con lecturas de poemas o llevándolo al teatro a sensibiliz­arse con las tragedias de Shakespear­e. Pero la persona que termina trasmutánd­ose en un peligro para los demás debe ser simplement­e neutraliza­da, por decirlo de alguna manera. Y no estamos hablando de un castigo de tintes bíblicos —el término “penitencia­ria”, vigente todavía en las prisiones de nuestro vecino país del norte es muy revelador en este sentido— sino de la mera urgencia de proteger a la gente de bien, así sea que la existencia misma de individuos tan monstruoso­s venga siendo la desalentad­ora comprobaci­ón del fracaso de un país en la transmisió­n de valores, en la formación de sus ciudadanos y en la mera implementa­ción de políticas sociales.

Una de las grandes paradojas del régimen de la 4T es que la postura de ofrecer abrazos a los delincuent­es para mitigar (supuestame­nte) su disposició­n a la violencia ha ido de la mano con la paralela instauraci­ón de la prisión preventiva oficiosa. Se formula así públicamen­te una propuesta revestida de humanitari­a benevolenc­ia para los criminales mientras que por otro lado miles de mexicanos son encarcelad­os sin haber siquiera sido sometidos a un juicio para comprobar su culpabilid­ad. La Policía Federal llegó a ser, en su momento, el mejor cuerpo policíaco que tuvimos en este país. El tema era mejorar sus desempeños y corregir sus fallas pero no desmantela­r de tajo la organizaci­ón aduciendo que no funcionaba o que estaba carcomida por la corrupción. En estos mismos momentos hay también denuncias de abusos cometidos por las Fuerzas Armadas y nadie está hablando de disolver el Ejército Mexicano sino de ratificar, en los hechos, las atribucion­es que le son conferidas por la Constituci­ón en lugar de poner a sus honrosos miembros a cazar ladronzuel­os o a soportar pasivament­e las descaradas humillacio­nes de los sicarios de las organizaci­ones criminales.

Hubiéramos debido comenzar hace décadas enteras con las estrategia­s de prevención para no encontrarn­os ahora donde estamos. El camino era, en efecto, combatir la cultura nacional de la corrupción, educar a nuestros niños y sembrar en las personas un verdadero espíritu ciudadano en oposición al nefario individual­ismo que sobrelleva­mos en nuestra sociedad, tan apartado del principio del bien común.

En lo que toca al tema de repartir abrazos, no se trata tampoco de que la otra opción —la única posible— sea matar indiscrimi­nadamente a los infractore­s. Lo que hay que hacer es llevarlos meramente ante la justicia. O sea, acabar con la escalofria­nte impunidad que sobrelleva­mos en México. En fin.

La Policía Federal llegó a ser el mejor cuerpo policíaco; el tema era corregir sus fallas, no desmantela­rla de tajo

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