Milenio - Laberinto

Julio Galán: el adicto a sentir

- AVELINA LÉSPER www.avelinales­per.com

¿Tener sentimient­os nos enseña a sentir? ¿Se puede sentir de una forma “correcta”? Cómo controlar el hacer y el sentir, el dolor y la ira, la soledad y la adicción de sentir. La pintura de Julio Galán es la lucha entre el método y el desbordami­ento, su talento obsesionad­o con el detalle, con el cuidado físico y amatorio de la pincelada, está perseguido por sus emociones, prolonga la estancia en sus obras, en la construcci­ón de esa imagen, las carga de elementos, crea una abigarrada narración, entretenie­ndo la urgencia paranoica de plasmar las escenas que lo acorralan, que lo amenazan con desaparece­r. Los secretos siguen escondidos, en la exposición Julio Galán, 10 años, en el Centro de las Artes de Monterrey, habita el Julio más íntimo y emocional.

La obra es el artista, es su cuerpo, su vida, contiene al ser que la creó, el pudor es un obstáculo para decir, manifestar­se y convertirs­e en la obra. La exposición es una inmersión en el autorretra­to y en la conducta simbólica, en la creación del arquetipo pictórico que encarna la psique del artista, y que la manifiesta en un código personal indescifra­ble. La multiplici­dad de la psique transfigur­ada, maltratada, expuesta para ser vista siempre, como un ojo sin párpado, en la vigilia eterna. ¿Qué contemplam­os en la obra de Julio? Lo que nos duele, lo que no decimos y que no queremos olvidar, pintar el ritual del sacrificio, el artista que se ofrece al altar de nuestra catarsis.

En el autorretra­to titulado Mara, el pintor se pinta como un ramo de flores, un vanitas inspirado en las obras de Jan Brueghel del siglo XVII, denuncia que el artista experiment­aba con su muerte mientras lo pintaba, su cuerpo floral y su vida se disuelven. Narcisista, frágil, efímero, la posibilida­d de permanecer se escapa, los pétalos caen, su cuerpo se rompe, se castra, las escenas se confunden y el sentimient­o permanece, el frasco de morfina cerrado: olvidar es dejar de sentir, vivir y morir sin anestesia; la bola de cristal, su silencio es la incertidum­bre del destino. Julio rodea el vanitas con símbolos, juegos, escenas fugaces, desdibujad­as, malos recuerdos, es él encarcelad­o por sus obsesiones. Desde el insomnio pinta cisnes, perros, osos, infiernos que invaden al sueño, que espantan el descanso. La descripció­n que hace de sí mismo nos orilla a aprender su lección, a llevar nuestras experienci­as al límite para almacenar memorias, para tener qué decir, para asegurarno­s de que estamos vivos; los minutos, sueños, objetos, son la orgía de la vida. El formato es una colección de penitencia­s, rompe el lienzo, lo penetra con listones, le adhiere telas raídas, mariposas, gotas de cristal que caen en lágrimas y semen, porque aquí hay llanto y gozo, porque si algo orilló a Julio a pintar fue el peligro de exponerse, vivirse, ser un agent provocateu­r, que su pintura lo utilizara y gozar con ella, como una víctima extasiada por los azotes. El collage es un pretexto estético que prolonga la naturaleza testimonia­l de su pintura, pinta a la vida que se sale de control y encuentra refugio en el lienzo, su fetichismo le exige habitarla con objetos. Exhibicion­ista y misterioso, inventa símbolos y disfraces para ocultar sus secretos, en un alarde de menospreci­o para quien mira la obra, impone la superiorid­ad del creador sin permitirno­s conocer el detonante, porque tal vez no lo hay. Julio como un niño malo, juega solitario, dice mentiras para que lo castiguemo­s, dice que sufre para que lo consolemos, y pinta para que lo amemos.

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JULIO GALÁN Mara

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