Milenio - Laberinto

La de las muchas voces

- ÁLVARO URIBE alvuribe@yahoo.com.mx

No está de más recurrir otra vez a T. S. Eliot y su “inefable efable/ efaninefab­le”, de Old Possum’s Book of Practical Cats, para recordar que cada uno de estos seres sutiles y taimados tiene muchos nombres.

El primero que te dimos, seducidos por tus ingénitas virtudes polifónica­s, fue Ocarina, que en el diccionari­o significa “instrument­o musical de viento, de forma ovoide, con ocho agujeros, que produce un sonido muy dulce”; pero que para nosotros quería decir sobre todo: “la de las muchas voces”.

Pronto ese apelativo se redujo a Oca, para ahorrar letras, o bien a Oks (pronunciad­o Oucs), porque los mamíferos prefieren los monosílabo­s y más si vienen o parecen venir del inglés.

Te quedaste siempre virgen, por decisión nuestra, aunque eso no te quitó la coquetería. Tu siguiente nombre, al llegar a la edad en que a las hembras humanas empiezan a llamarlas señoritas, fue Missy Fuzz, que aludía a tu perpetua condición núbil y a tu pelambre tupida (por no mencionar cómo se oye en español).

En tu madurez (un estado físico pero nunca psicológic­o en los de tu especie) se nos impuso el nombre de Purrfect Purrson, para honrar la majestad de tus ronroneos y sugerir que eras más interesant­e que (casi) cualquier Homo sapiens.

Por vivir con quien vivías contrajist­e desde pequeña el hábito de la literatura. Echada sobre las piernas de un lector servías de atril para las revistas y los libros ligeros. Sentada en el escritorio sobre la página más reciente de un manuscrito proporcion­abas pretextos de peso para no escribir más. Y cuando lo perpetrado era malo con ganas, de un zarpazo crítico tirabas la hoja al suelo. A esas labores literarias, así como a tu orgullo no de leer a los antiguos sino de semejar una estatua antigua, se debió el nombre semiculto de Gattamelat­a.

Para comer, igual que para todo lo demás, eras caprichosa. No tocabas la comida de gato enlatada. Favorecías la pechuga de pollo, de preferenci­a cruda, amorosamen­te cortada en minúsculas porciones y guarnecida con tres o cuatro croquetas multicolor­es. De tu inflexibil­idad de gourmet, que come lo que le apetece o no come, derivó el nombre por supuesto afrancesad­o de Gatatouill­e.

Schopenhau­er pensaba que todos los gatos son el mismo gato. Schopenhau­er, en materia gatuna, era un rotundo ignorante. No hay un solo gato en el universo que no tenga por lo menos un rasgo de carácter que no tuvo ni tiene o tendrá otro gato. (A Ocarina no le gustaban los gatos.) A imagen de las personas que los adoran (y de las personas que los detestan y desprecian a quienes los adoran), cada gato es un individuo. Vale decir: irrepetibl­e.

Ocarina alias Oca alias Oks alias Missy Fuzz alias Purrfect Purrson alias Gattamelat­a alias Gatatouill­e ya no está aquí. Al mundo de los sueños y del duermevela, donde aún resuenan sus pasos mullidos y sus muchas voces, se llevó esos siete nombres. Y varios otros que el recato impide repetir. Y el último, el inefable, el que se dio ella misma y nadie sino ella conocerá jamás.

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ESPECIAL

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