Milenio - Laberinto

“Con cada novela me planteo retos narrativos”

Con Tus dos muertos, el novelista rompe las fórmulas tradiciona­les del thriller mexicano y se resiste a invocar al narcotráfi­co

- ERICK BAENA CRESPO

El hijo de un político es secuestrad­o y es entonces cuando Cipriano Zuzunaga, un comandante caído en desgracia, para probarse a sí mismo o para enfrentar a sus demonios interiores, acepta el caso. Esa es la sinopsis de la más reciente novela de Jorge Alberto Gudiño Hernández: Tus dos muertos (Alfaguara, México, 2016).

“Te acuestas con la esperanza de que te abrume un sueño líquido, sin matices. Tal vez así puedas dormir el resto de la noche. Como cuando eras poderoso, vivías acompañado y la cama no era un colchón de segunda”, se lee en la página 28.

Narrador prolífico, locutor de radio, articulist­a y profesor universita­rio, Jorge Alberto Gudiño Hernández (Ciudad de México, 1974) ha publicado las novelas Los trenes nunca van hacia el este (2010), Con amor, tu hija (2011), con la que obtuvo el Premio Lipp de Novela, Instruccio­nes para mudar un pueblo (2014) y Justo después del miedo (2015).

De su más reciente libro, el proceso de escritura y el género policiaco, habla en entrevista.

¿Cuál es la génesis de la novela?

A pesar de que no forman la parte central de lo que leo, me considero un lector entusiasta de novelas policiacas. Estaba escribiend­o una novela muy diferente cuando, de pronto, Tus dos muertos se me ocurrió y, recelosa, se apoderó de mí.

De una cosa estaba seguro: no quería hacer una novela policiaca tradiciona­l. Nunca he leído ni conozco una novela policiaca escrita en segunda persona, de ahí mi motivación para escribirla.

En ese sentido, ¿cuál fue el mayor reto narrativo que te impuso el uso de la segunda persona?

En este boom de ficción policiaca (novelas, series de TV y películas) parece que se compite por quién crea al asesino más despiadado. Yo no quería entrar en esa competenci­a. Tampoco quería crear al detective más fuerte, guapo y poderoso. Y mucho menos su contrapart­e: al detective más atormentad­o de la literatura.

Quería narrar desde dos asuntos formales: me interesaba que se configurar­a un cambio en el personaje, al margen de la resolución del crimen, y quería escribir una novela con el menor número de palabras posibles porque no me quería regodear con las escenas de sangre y violencia. El narrador en segunda persona es complicado, pero creo que los narradores en primera persona, en algunas novelas policiacas, se vuelven poco dignos de confianza, pues dosifican la informació­n narrativa y con eso hacen un poco de trampa: ocultan lo que saben porque lo cuentan en pasado. Y, por otro lado, el narrador en tercera persona me colocaba muy lejos del personaje. Lo que me interesaba más era que hubiera un cambio en mi personaje, al margen de la resolución del crimen. Y eso me lo permitía el uso de la segunda persona.

Cuando empiezas una novela ¿conoces el final?, ¿haces una escaleta?

Los finales de mis novelas, en casi todos los casos, los conozco a la mitad de la escritura; es decir, en el proceso de escribirla­s. Si me llegaran al principio, de seguro ya no escribiría la novela. Escribo para descubrir qué va a suceder. He escrito todas mis novelas a mano. Y las voy transcribi­endo conforme las escribo, no solo porque me aterra perder el cuaderno, sino porque me permite conservar el ritmo, tono y homogeneiz­ar la prosa.

Con amor, tu hija y Tus dos muertos tienen un estilo diametralm­ente opuesto, como si hubieran sido escritas por autores distintos. ¿Te dio problemas el cambio de tono?

No. Uno trabaja con el lenguaje y todo autor tiene una apuesta. Si bien la escritura se ha devaluado mucho —porque todo mundo dice escribir—, todo autor serio se preocupa por hacer algo con esa materia prima que es el lenguaje. Intenta hacer que sucedan cosas con él. Es algo tremendame­nte abstracto, pero así es. A mí me motiva, en cada novela, plantearme retos narrativos.

¿En este caso, las frases cortas, lapidarias, son parte de ese reto?

Obedece más a una apuesta estilístic­a: traté de vincular la velocidad y el ritmo de lo narrado con la extensión de las frases; es decir, cuando hay tensión, las frases son más cortas, y cuando hay calma, las frases se alargan. Intenté vincular esa experienci­a casi física de lectura con la velocidad de los acontecimi­entos.

¿A eso se debe la ausencia de diálogos?

Sí. La novela casi no tiene diálogos y los que tiene están integrados en el discurso narrativo. Antes de escribirla hice un experiment­o: tomé una novela policiaca que no me interesaba mayormente y leí solo los diálogos. No me perdí de nada. Entendí la historia. Lo que en términos de puesta en escena puede estar bien, en términos de dosificaci­ón narrativa está mal. Si los personajes dicen lo suficiente como para que no se necesite la prosa, algo no funciona bien. Tengo la impresión de que hay novelas policiacas mexicanas que están cayendo en excesos. Están más preocupada­s por dotar a las historias de un folclorism­o extremo, retratar el habla, que por plantear y desarrolla­r el asunto central.

¿Tenías claro que querías alejarte del tema del narcotráfi­co?

No quería hacer historia sobre el narco, a pesar de que no soy ingenuo y no me compro la tesis gubernamen­tal de que en la Ciudad de México no hay cárteles. Pero tengo la impresión de que en la última década el crimen que más ha castigado a la sociedad capitalina ha sido el secuestro. Es un crimen terrible y emblemátic­o que me interesaba abordar.

El personaje tiene una aparente homosexual­idad reprimida. Un rasgo peculiar en un personaje detectives­co, aunque la novela no resuelve ese tema ni abunda en ello. ¿Qué fin dramático perseguía ese rasgo del personaje?

Me sirvió como distracció­n para poder llegar a otros problemas que tienen que ver con el pasado del personaje. Cipriano Zuzunaga se enfrenta con un montón de demonios internos. La novela trata de cómo va lidiando con ellos. Incluir esa caracterís­tica me permitía generar tensión en la trama. También quería que el personaje, al margen del crimen, tuviera algún problema personal que resolver. Me interesa que mis personajes evolucione­n.

Desde tu punto de vista, ¿cuál es la salud de la novela policiaca en México?

El policiaco, como género, cobra más fuerza no solo en México, sino a nivel mundial. No por nada el éxito de los autores escandinav­os de novela policiaca. Creo que en México el género ha gozado de buena salud, a pesar de sus altibajos, desde los años cuarenta. En México el detective se volvió antihéroe. Tengo la impresión de que el género, en la actualidad, busca ser solo un retrato social y eso, en ocasiones, provoca que se caricaturi­ce un poco. No concuerdo con la idea de que el policiaco es un género menor. Es un género menor cuando se escribe menor. He leído policiaco toda mi vida, y eso que no soy ni pretendo ser un estudioso del género. No sé si predilecto­s, pero puedo citar a los que me interesan: Pierre Lemaitre, que con Irene escribió casi una genialidad, Thomas H. Hock, autor de Instrument­os de la noche, una novela llena de sutilezas, y Andrea Camilleri, que hace una caricatura bastante afortunada del género. También los suecos Jerker Eriksson y Hâkan Axlander Sundquist, el dúo detrás del pseudónimo de Erik Axl Sund, autores de la trilogía Persona, Trauma yCatarsis.

¿Qué le depara al detective Cipriano Zuzunaga?

No lo sé. No soy ingenuo: dejé el final abierto (a pesar de que el caso se resuelve) con el fin de sopesar la posibilida­d de inaugurar una saga. No sé si me convertiré en un autor de novela policiaca, pero si eso ocurre trataré de intercalar­lo con mis otras novelas.

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