A las afueras de
El 18 de agosto de 1936, Federico García Lorca fue fusilado por el ejército franquista. Han pasado 80 años y nada se sabe de sus restos. Este ensayo, que apela a Luis García Montero y a la autoridad de Ian Gibson, el biógrafo lorquiano por excelencia, ind
La última carta que escribió Federico García Lorca fue para Juan Ramírez de Lucas (1917–2010), un muchacho de 19 años que aspiraba a ser actor, con el que mantenía una relación amorosa y con quien planeaba irse a México. Se habían conocido en Madrid, donde el chico estudiaba Administración Pública y formaba parte del Club Teatral Anfistora, que se ocupaba de representar las obras de teatro del poeta y dramaturgo granadino. Mantenían su relación en secreto, sobre todo por la homofobia que imperaba en sus familias, y pensaban que al irse a México, lejos también de la crispación ideológica que los rodeaba, su vida personal y profesional mejoraría en todos los aspectos. Pero en la España de 1936 alguien era mayor de edad hasta que cumplía 21 años. Así que para poder viajar, Ramírez de Lucas necesitaba la autorización de sus padres. La pareja podría haberse fugado falsificando los documentos del menor, pues Lorca tenía los contactos necesarios para hacer algo así. No obstante, tenían la esperanza de que sus seres queridos aceptarían la relación y no pondrían ningún obstáculo para marcharse del país. Mientras García Lorca se fue a Granada para ultimar los preparativos del viaje, Ramírez de Lucas llegó a Albacete con el propósito de enfrentarse a su familia. Para animarlo, la mañana del 18 de julio de 1936, todavía sin saber que el general Francisco Franco ya había iniciado el Alzamiento Nacional (el golpe de Estado que desencadenaría la Guerra Civil), el autor de Bodas de sangre le escribió una carta a su novio. Enseguida la dobló y la metió en un sobre junto con una flor de jazmín y la llevó a la oficina de correos. Cuatro días después, gracias a que las comunicaciones entre la zona “republicana” y la “nacional” aún no se habían interrumpido, la carta llegó a las manos de Juan Ramírez de Lucas. “Juan: es preciso que vuelvas a reír. A mí me han pasado también cosas gordas, por no decir terribles, y las he toreado con gracia”, se lee en el documento guardado en una caja de madera durante más de 70 años, hecho público en 2012 por las hermanas del muchacho que acabó dedicándose a la crítica de arte y a la arquitectura y que, hace ahora 80 años, vio frustrado su proyecto de vida al lado de García Lorca. Porque días después de haber enviado aquella carta, fue detenido por los golpistas y finalmente fusilado la madrugada del 18 de agosto de 1936 “por rojo y maricón”.
En las últimas cuatro décadas, luego de que durante la dictadura franquista fuera un “tema incómodo” y, por ello, poco abordado, cada noticia sobre la vida, la obra, el archivo, los amores, el fusilamiento y la búsqueda de los restos de Federico García Lorca sacude a España y repercute a nivel internacional, pues se trata de una figura que para muchos es “la más popular de la literatura española del siglo XX”. El universo lorquiano, compuesto por una biografía llamativa y por obras de teatro, poemas y ensayos en los que prevalecen el drama y la tradición popular, es atractivo para el público lector y para los especialistas debido a su capacidad creativa, al reflejo de situaciones y temas cotidianos y a las interpretaciones a las que se presta.
Ian Gibson, un irlandés colorao nacionalizado español, lleva medio siglo ocupándose de García Lorca. Aprendió nuestra lengua en el Trinity College de Dublín, su ciudad natal, y el día en que se topó en una librería con un ejemplar de Romancero gitano sintió que había una conexión especial entre Irlanda y Andalucía. Vino por primera vez a España en 1957 y quedó fascinado con un país “lleno de secretos y enigmas”. Seis años después volvió y pasó una temporada en Granada recabando información sobre García Lorca, la cual le permitió escribir el embrión de lo que luego se convertiría en la biografía más citada del poeta. En 1978 se instaló definitivamente en España donde, además de ocuparse del autor de La casa de Bernarda Alba, también rastreó las vidas de Salvador Dalí, Antonio Machado y Luis Buñuel. “Podía haber sido Baudelaire, pero fue Federico quien me arrolló con su deslumbramiento. No sabría decir exactamente por qué. Fue algo muy íntimo, muy profundo, lo que su poesía me revelaba. Tenía que ver con lo atávico, con algo primitivo, instintivo. Porque es un poeta eminentemente telúrico. Debe ser que me enseñó tanto a detectar como a querer liberarme del ambiente puritano que viví de niño en una familia protestante rodeada de un país católico”, reflexiona ahora el hispanista que ha escrito Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, Lorca–Dalí, el amor que no pudo ser, Ramón Ruiz Alonso. El hombre que delató a García Lorca, Lorca y el mundo gay y Poeta en Granada.
Cuando en 2008, amparado en la Ley de Memoria Histórica que permitía la búsqueda de los restos de las víctimas de la Guerra Civil y de la dictadura de Franco, el juez Baltasar Garzón ordenó la exhumación de la fosa común en donde se sospechaba que había sido enterrado Federico García Lorca, los investigadores utilizaron como guía los datos que Gibson apuntó en Vida, pasión y muerte de Federico García Lorca, obtenidos gracias al testimonio de Manuel Castilla Blanco, alias “Manolillo el comunista”, quien afirmó ser el enterrador del poeta y de las otras tres personas junto a las que lo fusilaron, Dióscoro Galindo, maestro de escuela, Francisco Galadí y Joaquín Cabezas, banderilleros: en una barranca ubicada entre los pueblos granadinos de Víznar y Alfacar, debajo de un olivo. Ahí, en 2009, las excavaciones se llevaron a cabo en un área de casi 300 metros y… no se encontró ningún hueso.
Pero más que el fracaso de la búsqueda, lo que de verdad sorprendió en aquel momento a la opinión pública fue que la familia Lorca se opusiera “rotundamente” a la exhumación. En un comunicado de prensa dijeron que respetaban los derechos de todas las víctimas de ese periodo, pero que no querían que la exhumación se convirtiera en un “espectáculo mediático” y que deseaban que los restos de García Lorca reposaran para siempre en aquella barranca. En 2014, sin embargo, se efectuó otra excavación en ese mismo lugar de la provincia de Granada, pero el trabajo se quedó a medias sin que se aclararan los motivos (trascendió que se debía a que la nieve invernal dificultaba el trabajo y que, además, el presupuesto destinado a la causa se había terminado) y, en consecuencia, tampoco hubo resultados satisfactorios. A manera de consuelo, un año después, en 2015, se hizo público un informe que no dejaba dudas sobre la responsabilidad política del ejército franquista en la detención y asesinato del escritor (acusado ahí de “socialista, masón y homosexual”), algo muy importante porque, durante los casi 40 años de dictadura, el gobierno del Generalísimo eludió una y otra vez su implicación. “Esos papeles dan idea del problema que representaba la muerte de Lorca para el régimen franquista desde el mismo momento en que se produjo. Si ese informe policial se hubiese llegado a publicar entonces, pondría en evidencia que