Milenio - Laberinto

Hace cien años nació la reina más pobre

De la mano de la autora de Con él, conmigo, con nosotros tres se va perfilando la figura deslumbran­te de Elena Garro, quien lo mismo amó sin cortapisas y ejerció a manos llenas el don de la seducción que padeció la hecatombe de la edad al lado de sus gato

- MARÍA LUISA MENDOZA marialuisa­chinamendo­za@yahoo.es

MHa muerto la reina más pobre. Lloro al ver su viejo gabán…

e sigue Elena Garro por toda mi casa; irremediab­lemente pienso en otro tiempo, otro México, otra luz donde éramos hermosas ambas porque nos aluzaba la juventud. Un halo. Y no fui su amiga íntima y me pregunto si la tuvo, porque Elena pertenecía a los personajes de novela solas aún protagoniz­ando sola pues una historia de amor y más aún siendo Octavio Paz tan contundent­e en opuesta estancia en la tierra. La pienso antes de España, mirando los ojos azules del pretendien­te que no quiso perderla por nada de este mundo. Ante su actitud final, esa especie de odio que brota como un inesperado iceberg en mitad de la recámara de los esposos, puedo explicarme su obstinado amor escrito para él nada más, y la gran solución a la soledad que le estaba destinada como a todos nosotros… Fue la compañía de esa muchacha linda, girita, bailarina, asombrosam­ente mexicana siendo al mismo tiempo europea, y sobre cualquier cosa tan visiblemen­te feliz, alegre, traviesa, pícara y culta, además bonita, ¿qué más pedirle a la vida? Era una mujer para lucirla, y no entiendo en el montón de libros qué palabras que no me hagan notar ese encanto, el don de la seducción en ella, volver cualquier trapo traje de gala, hasta la debacle final terrible, es la que no comprendo de parte de él… ¿Cómo pudo?

Me sigue Elena con su abriguito y el cabello rubio al aire rumbo a Europa. En su destino, este apogeo ha de haber sido una sorpresa fantástica, como ver realizados los cristales que imaginaba en medio del terregal de su casa de niña, tan casa de México, llena de animales, flores, comidas exquisitas y sus hermanos con los que jugaba todo el tiempo y habrá mucho más imaginado. Soy de los lectores de la vida prodigiosa de Elena Garro bien conocida, como Deba, hermanita compañera de maldades y frutas cortadas impunement­e de los árboles propios o ajenos. Deba simboliza en mucho a quien sería su verdadera hermana en la vida real: Elenita, “la otra Elena”, la Chatita, su única hija de cuando la pareja Paz era feliz, si ocurrió algún tiempo. Sobre la Chatita habrá que escribir muchos cuentos, es un personaje enorme y doliente de cuento cruel e increíble, porque siendo la niña maravillos­a de los buques, las ventanas del universo, los horizontes en muchos idiomas, terminó en un estado asombroso de decrepitud y enfermedad. Yo supongo que si Octavio hubiera visto a su hija en el estado en que yo la vi, sucia, hilachient­a, sin un ápice de aquella adorable niña bonita, inmersa en la pobreza y el hambre y bendecida por sus gatos (los hijos adorados que le heredó la gran solitaria que fue su madre) Octavio hubiera caído de rodillas ante la parte responsabl­e de tal ruina y su petición de perdón lo redimiría del egoísmo y el inconmensu­rable pecado de soberbia. Miré a Elena Garro como un cromo en sepia, adorada por los pobres más pobres de la tierra: los animales y los campesinos. Si algo tuvo a pesar del embate de la vejez que no es como la que le cayó encima (aquí entre nos nunca se parece la realidad de los estragos de la edad a lo apenas imaginado por quien vive y alcanza la desdicha de ver aparecer en sus manos, para empezar, eso que hoy se llama “tercera edad”, es decir que la realidad es infinitame­nte peor, el acoso terrible). La conocí deslumbran­te, como un reflector de inauguraci­ón, y constaté en fotografía­s gracias a Dios y no en persona, su miseria de camisón raído apretada por el calor de una ciudad tropical apenas parecida por el clima a su estar en la tierra de su infancia. O la de su madre con el puño apretado de la selva y la compañía clara del agua. Elena grande tuvo un hogar verdadero con madre y padre y hasta un cuadro al óleo de Napoleón en los muros del comedor, listo para sacar la mano del pecho y darle un sopapo a la niña si no comía lo que le servían. Era su preciosa imaginació­n. Estoy segura que Elena Garro sí se enamoró de Octavio Paz, de su buena percha diría su padre español, de su señorío y cultura… Para ella, lectora irredenta significó un descubrimi­ento. Ya en Europa los grandes personajes la hicieron afianzar su matrimonio, aunque el uso, la codería amorosa del marido, y ante todo el desaliño del amor, su envidia ante el talento de la chica mexicana echaron todo por la borda. Elena careció de la pasión en el sexo marital, y también de la familia del consorte. Yo la pienso en la casa enorme de los padres de Octavio, la hermosura de él, y la indiferenc­ia de sus parientes cercanos. Para Elena, acostumbra­da a la casa, el juego, los árboles, los animales, los libros del padre, aquella lejanía, el desdén de los Paz habrá contribuid­o a su propia lejanía y a la entrega a la literatura a escondidas y la defensa sin tregua por los pobres de su patria. Las mujeres comprendem­os mejor que nadie la humillació­n de la espalda del hombre, el silencio, el vivir otra línea del riel del tren que soporta el casamiento. Quizá nos desamoramo­s, pero lo que es verdad es el territorio ácido del coraje, de la ira, del hundirnos sin él, sin él, como dice la canción. Elena Garro aceptó, escogió, se quedó sin él y se fue con su hija Elenita a rodar el mundo… huyendo Lola. Lola fue su gatita neoyorquin­a, hija de las dos Elenas, camarada del rasgador frío de la soledad y sin dinero. Elena se volvió a enamorar, es verdad, pero su alma estaba tocada, partida, era inservible y los hombres que escogió más aún, peor aún. Yo no estoy para contar su existir ni ustedes para oírlo de mí. Solo puedo decir que he descubiert­o la poesía de Elena Garro en su plenitud gracias al tomo recopilado por Patricia Rosas Lopátegui a pesar de todas las tormentas vistas y sufridas por ella en la aventura en la que entró al enamorarse como nadie de la obra de Elena Garro. Ha sido una lucha tenaz, de heridas y combates, picaduras de avispas, hasta de parientes viles y ambiciosos. Este año estamos celebrando el centenario del nacimiento de Elena Garro. Sí la agarró a la Garro la hecatombe de la edad, pero su obra literaria crece sin la injuria del tiempo, algo así diría Sor Juana Inés de la Cruz, con la cual ha de convivir allá arriba al lado del Señor a quien no lo perturba nada, sabe y escribe Santa Teresa de Ávila. Entre escritoras te veas.

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